NUEVA YORK - En el último siglo, los precios de las commodities agrícolas han experimentado cuatro superciclos (así denominan los economistas a ciclos de 30 a 50 años de duración en el movimiento de los precios). Dos datos importantes surgen del análisis de estos superciclos: los picos de precios fueron en 1917, 1951, 1973 y 2012, y, ajustados por inflación, cada pico fue inferior al anterior.
Para los principales productos agrícolas que exporta la Argentina, el ciclo actual comenzó en el año 2000 y desde entonces, en términos reales, los precios se han más que duplicado. Nadie tiene muy claro si la fase alcista de este último ciclo ha llegado a su fin o si durará varios años o décadas más. Desde el pico alcanzado a mediados de 2012, los precios en términos reales han caído en promedio alrededor de un 20%.
Dos factores tendrán gran influencia sobre los precios en los próximos años: la política monetaria de Estados Unidos y el crecimiento de la economía y de la población urbana en China. Si la Reserva Federal estadounidense (el banco central) sube las tasas y el crecimiento chino se desacelera, habrá presión a la baja sobre los precios de las commodities . Es imposible predecir lo que ocurrirá, pero si la historia nos enseña algo es que probablemente tarde o temprano los precios vuelvan a la normalidad (reversión a la media). Desde el punto de vista de la política económica, lo prudente sería suponer que la historia se repetirá.
Durante la fase alcista de los últimos tres superciclos, la Argentina tuvo gobiernos populistas, lo cual no es una mera coincidencia. En nuestro país, la política económica del populismo se ha caracterizado por expropiar la renta del sector agropecuario, aumentar el gasto y el empleo público, fomentar el consumo urbano y desinvertir en infraestructura (o invertir ineficientemente en beneficio de los amigos del poder). Tanto en el primer gobierno de Perón como en el segundo, la reversión del ciclo de precios dejó al desnudo la inviabilidad del "modelo", que rápidamente desembocó en una seria crisis económica e institucional. En el ciclo actual, el agotamiento del "modelo" era visible aun con precios altos.
La "maldición de los recursos naturales" describe un fenómeno observado en los últimos 50 años en el mundo en desarrollo: países ricos en recursos naturales crecen menos que países pobres en recursos naturales. La "maldición" es bastante común en África y afecta principalmente a países ricos en recursos no renovables. En América latina, Venezuela es quizás el ejemplo más claro de esta maldición. Los economistas le han dedicado muchas páginas a explicar este fenómeno. La conclusión es que el problema no son los recursos naturales, sino las instituciones, o más bien la ausencia de ellas. Es decir, no es un problema económico, sino político.
Las instituciones son básicamente las reglas de juego con las que se organiza una sociedad; definen tanto los incentivos para desarrollar una actividad económica como la distribución del poder. Cuanta mayor libertad y respeto por la ley, mayor la calidad institucional. Y como lo prueba la experiencia del mundo en los últimos 200 años, la calidad institucional es un factor determinante del crecimiento económico. Algunos regímenes autoritarios han logrado crecer adoptando un marco institucional libre para la actividad económica, pero a la larga el crecimiento resultante contribuyó a corroer su poder político (por ejemplo, Corea del Sur). Por otro lado, está comprobado que la democracia, aunque preferible, por sí misma no garantiza el crecimiento económico.
Ante una evidencia tan contundente, la pregunta obvia es por qué nuestros gobernantes insisten en imponer reglas de juego contrarias a los intereses de la sociedad (es decir, instituciones económicas "extractivas"). Según la moderna teoría de las instituciones, lo hacen porque les conviene, ya que son las reglas que les permiten mantenerse en el poder. Esta teoría también explica por qué frente a períodos de auge en el precio de las materias primas muchos países caen en la tentación populista. Al aumentar los recursos que directamente controlan los gobernantes, el ciclo alcista en el precio de las commodities hace aún más valiosa su permanencia en el poder. De ahí que adopten políticas clientelistas (aumento del empleo público, subsidios, etcétera) que, aunque generan una mala asignación de recursos para la sociedad, ayudan a ganar elecciones.
Para un país rico en recursos naturales tanto renovables como no renovables como la Argentina, el auge en el precio de las commodities desde principios de siglo XXI presentó una oportunidad única e histórica para revertir décadas de decadencia. Los recursos adicionales generados por el boom se podrían haber utilizado para mejorar, por ejemplo, la decrépita infraestructura vial y portuaria, el sistema de salud o la calidad de la educación a todos los niveles. El Gobierno en cambio optó por fomentar el consumo urbano. El PBI creció rápidamente y la inversión alcanzó máximos históricos. Las "tasas chinas" reflejaron en parte la recuperación de la crisis de 2001 y probaron ser insostenibles. En cuanto a la inversión, el problema ha sido su composición. La inversión pública resultó ser ineficiente y la inversión privada se concentró en la construcción residencial, cuya productividad marginal es menor que la de la inversión en equipamiento y maquinaria.
Por lo tanto, la descapitalización que ha sufrido el país en la última década no ha quedado fielmente reflejada en las estadísticas. Sin inversión productiva a largo plazo no es posible el crecimiento sostenido, y sin instituciones no hay inversión productiva a largo plazo.
Debido a una debilidad institucional crónica, desde 1930 cada ciclo alcista en el precio de las commodities agrícolas coincidió con políticas populistas que inevitablemente llevaron al país a una crisis. Una maldición más trágica que la de Sísifo, ya que con cada reiteración se ha profundizado la decadencia. Pero el futuro no está predestinado. Erradicar esta maldición está en manos de la sociedad argentina y sus dirigentes. Se trata simplemente de recuperar la calidad institucional.