También va a tener problemas el peronismo en el 2015”, diagnóstico el fin de semana en una comida informal que compartió con algunos de sus hombres políticos y también algún dirigente de empresa.
Parte de ese pensamiento –sólo parte–lo expuso ayer cuando el Gobierno confirmó el aumento de hasta el 35% para las compras con dólares al exterior. La vuelta de tuerca resultó esta vez más amplia porque abarcó además a la adquisición de la moneda estadounidense.
Capitanich habló entonces de la necesidad perentoria de cuidar divisas. Y aceptó, por el momento, seguir con en libreto envejecido que dejó Guillermo Moreno antes de partir hacia su exilio dorado en Italia. En suma, sólo más restricciones, más enmiendas, más de lo mismo para afrontar un serio problema que demandaría de una mirada global.
La semana pasada Capitanich junto a Axel Kicillof estuvieron analizando el desarrollo del cepo que fue impuesto en noviembre del 2011, apenas un mes después de la formidable victoria de la Presidenta con el 54% de los votos.
La conclusión a la que arribaron fue desalentadora.
Con esa restricción a pleno, en dos años, las reservas del Banco Central se derrumbaron desde los US$ 47.600 millones a poco más de US$ 30.000 millones, según los registros de ayer. Es decir, US$ 17.600 millones, más o menos, se fugaron en 24 meses con una estrategia de rígido control.
Capitanich sabe que esa receta, a esta altura, resulta insuficiente, pero no ha logrado aún convencer a Cristina de la necesidad de adoptar medidas complementarias. Empezar a atacar a la inflación, fuera del remanido recursos del acuerdo de precios, o indagar en algunas cuestiones de política monetaria. Hablar de eso sería como asomarse al herejismo en el templo cristinista.
Hay quien anduvo, sin embargo, indagando dentro de esa complejísima madeja. Juan Carlos Fábrega, el nuevo titular del Central, se juntó el martes de la semana pasada con presidentes de bancos extranjeros. Está tan preocupado por la descapitalización de la institución que ahora comanda como el propio Capitanich. Escuchó, sobre todo, opiniones de esos banqueros.
En ellos habría habido casi coincidencia unánime. Un resorte que se podría activar para intentar frenar la salida de dólares sería el incremento de la tasa de interés. “Los depósitos en los bancos están a una tasa promedio del 19%. La inflación es del 30%. La gente se va al dólar, aunque el blue esté caro. Y nosotros también sufrimos pérdidas”, explicó un directivo de la banca española. Fábrega descartó, por ahora, que una medida de ese tipo pueda ser instrumentada.
Dejó entrever que no hay homogeneidad de criterio en los altos mandos del poder. El obstáculo no sería Capitanich. Podría ser, en cambio, el ministro de Economía. También la Presidenta, temerosa de los efectos secundarios que podrían acarrear esas determinaciones de política monetaria.
Hay diferencias subterráneas, en ese aspecto, entre el jefe de Gabinete y Kicillof. Pero los funcionarios están dispuestos a transitar todavía por el mismo camino. Ambos estuvieron hablando en la UIA en términos similares.
Reclamaron buena voluntad e inversiones.
El ministro de Economía aparece empeñado en buscar créditos en el exterior. Tratar de compensar con esos ingresos la sangría de divisas del Banco Central. Alguien recurrió a una figura graciosa para describirlo: “Sería como darse un baño de inmersión con la canilla abierta y sin el tapón puesto”.
Amén de las dudas sobre ese método, existiría también un problema de tiempos. Para manotear dinero en los mercados internacionales, el Gobierno debe cumplir varios requisitos previos. Recién está empezando con la normalización de relaciones con España y la UE por la expropiación de Repsol. Luego vendría la rehabilitación de vínculos con el FMI y algún arreglo con los fondos buitre. Kicillof sondea también un crédito de la banca china. Pero van apareciendo obstáculos.
Han sido muchos años de abandono con el mundo.
Veamos, precisamente, el caso de China. La poderosa nación asiática es uno de los dos principales mercados para los granos argentinos. El Gobierno había anunciado después de las PASO, en agosto, la adjudicación de dos grandes represas en Santa Cruz, que optó por llamar Jorge Cepernic (ex gobernador de la provincia) y Néstor Kirchner. Aquel anuncio fue complementado con otro: el financiamiento que haría China de ambos emprendimientos.
Pero ese financimiento está suspendido.
Los chinos no confían todavía (por insolventes) en los avales presentados por la Argentina.
Capitanich está obligado a mantener un equilibrio con Kicillof aunque descrea sobre la suerte final de aquel baño de inmersión. El jefe de Gabinete marca, por ahora, límites donde puede e imprime una dinámica política a su gestión ausente durante la permanencia en el cargo de Juan Manuel Abal Medina.
Cruzó, por ejemplo, a Ricardo Echegaray que en agosto había descartado rotundamente la posibilidad de una nueva restricción a los gastos de los argentinos en el exterior. “La AFIP sólo instrumenta decisiones de política económica”, aclaró. Dialogó ayer mismo con Mauricio Macri y con Daniel Scioli. Lo hará mañana con el santafesino Antonio Bonfatti y hasta dejó la puerta abierta para conversar con José de la Sota, quien le solicitó una audiencia.
Habrá que ver cuánto de ese meneo logra después cristalizar en acciones concretas. Por ahora disfruta de las mieles que también saborearon en su tiempo Sergio Massa y Florencio Randazzo, éste como titular de Interior.
Capitanich parece gozar, a sólo dos semanas de su asunción, de buena salud. En verdad, esa radiografía reflejaría antes las consecuencias políticas de su encumbramiento que las de su gestión. La llegada del chaqueño al poder nacional coaguló los desplazamientos que se venían produciendo en el PJ hacia las comarcas de Massa.
También pareció dejar en claro el destino sucesorio incierto para Scioli.
Y templó, de alguna manera, el ánimo alicaído del kirchnerismo que observaba un horizonte turbio para el 2015.
Capitanich viró en cristinista rancio desde el lejano conflicto con el campo.
Fue un entusiasta propulsor de la ley de medios, avaló de puño y letra la reforma judicial, que luego volteó la Corte Suprema, y echó siempre leña a cualquier insinuación de fuego destituyente contra la Presidenta.
Los K deben conformarse porque, por el momento, no disponen de otra cosa.
De allí que han resuelto no escarbar en la anterior historia del chaqueño.
El jefe de Gabinete supone que Scioli y Massa se neutralizarán en Buenos Aires durante un buen tiempo. Quizá se haya sorprendido con la flexibilidad del intendente de Tigre para acordar con el gobernador el Presupuesto bonaerense. También con la disposición del mandatario para llamarlo por teléfono cuando las papas empezaban a quemar. Hay en la Casa Rosada quienes sospechan de otra cosa: un encuentro reservado entre ambos en una chacra de Buenos Aires.
Tanta cercanía podría convertirse, en algún momento, en una razón de inquietud para los K.
Nada de todo eso, sin embargo, desvelaría ahora a Capitanich. Su miedo verdadero es el drenaje de divisas que podría complicar la transición, desarticular más al peronismo y lapidar su propio destino.