Así lo muestran los resultados de la evaluación internacional de jóvenes de 15 años llamada PISA ( Programme for International Student Assessment ) correspondientes a 2012. Esta prueba se realiza cada tres años desde 2000, y en esta última se animaron a participar 65 países, igual que en 2009; es decir, sólo un tercio del total mundial. De ellos, 34 son miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico); los 31 restantes son emergentes, en su mayoría de desarrollo intermedio. De América latina concursaron la Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México, Perú y Uruguay.
Sobre el total de 65 países, la Argentina cayó entre 2009 y 2012 del rango 59 al 60 en lengua; del 56 al 59 en matemática, y del 57 al 58 en ciencias. En términos absolutos, los puntajes de nuestros estudiantes no variaron estadísticamente en lengua (398 a 396) ni en matemática (constantes en 388) y, buena noticia, mejoraron en ciencias de 401 a 406. En el primer caso, sus calificaciones están ahora 20% por debajo del promedio de la OCDE, algo peor que en 2000 (19%); en matemática y ciencia, en cambio, hubo casi imperceptibles mejoras del 22 al 21% y del 20 al 19%.
En una perspectiva más larga, desde la primera PISA de 2000 se observa un deterioro en lengua, estabilidad en matemática y un levísimo progreso en ciencias. En lengua, la Argentina ha sido el segundo país de peor desempeño respecto de lo esperado en función de su bajo nivel al comienzo (dado que, afortunadamente, han tendido a mejorar más los que peor se desempeñaran inicialmente). Lo que es aún más preocupante, y se contradice con lo afirmado por el ministro de Educación, Alberto Sileoni, es la confirmación en 2012 de que algo más del 50% de los chicos de 15 años no llegan al nivel 2 en lectura, lo que equivale a decir que no comprenden cabalmente lo que leen. Este nivel 2 es considerado el punto de partida necesario en el que los estudiantes empiezan a demostrar las competencias lectoras que los habilitarán para participar productivamente en la vida laboral. Según un estudio canadiense sobre la juventud en transición, los jóvenes que no llegan al nivel 2 tienen un riesgo muy elevado de tener muy pobre desempeño laboral.
Tampoco hay felicidad en la otra punta del espectro de los aprendizajes, ya que menos del 0,1% de los estudiantes argentinos accede al máximo nivel de comprensión lectora, el 6. Sin embargo, un dato positivo surge cuando se comparan las pruebas de la Argentina de 2009 y 2012: ha disminuido la incidencia de los factores socioeconómicos en los resultados educativos, una muy bienvenida aunque por cierto insuficiente dosis de menor desigualdad educativa. Análogamente, los resultados obtenidos por la ciudad de Buenos Aires, único distrito que participó por sí mismo además de hacerlo en la muestra nacional, se ubican cerca de los promedios nacionales de Chile o México y de los de Brasilia, pero muy lejos de lo que supo ser la ciudad en materia educativa hace ya muchas décadas.
El desempeño de los países latinoamericanos en 2012 no ha sido bueno, salvo en los casos de Perú en lengua y matemática; Brasil en matemática, y el ya citado de la Argentina en ciencias. Uruguay ha sido claramente el de peor performance. Aun en ese marco, el rango de la Argentina en América latina continúa empeorando. En lengua, la Argentina no era superada en 2000, pero ahora -como en 2009- está sexta sobre ocho países de la región; en matemática y ciencia tampoco éramos superados y ahora nos encontramos quintos, un puesto por debajo del de 2009.
Por aquello de "mal de muchos...", quizá consuele a algunos conocer la fuerte caída sufrida por Estados Unidos entre 2009 y 2012, desde el puesto 14 al 25 en lengua, del 25 al 36 en matemática y del 17 al 28 en ciencias.
Pero lo más relevante que muestra PISA 2012 para la comparación internacional es el creciente liderazgo de los países o regiones del Asia Pacífico, sobre todo los de origen chino. En el caso de lengua, ningún país de esa región estaba en 2009 entre los cinco primeros, pero en 2012 el ranking es encabezado por Shanghai, seguido de Hong Kong, Singapur, Japón y Corea del Sur. En matemática ya había tres países del Oriente lejano entre los primeros cinco, pero ahora los siete primeros lo son: Shanghai, Singapur, Hong Kong, Taipei, Corea del Sur, Macao y Japón (obsérvese que cuatro tienen población mayoritaria china). Vietnam, que participa por primera vez, ya está noveno en ciencias. Si algo más hiciera falta para enriquecer y complicar el análisis comparativo internacional es la decadencia relativa de Finlandia en 2012, aunque todavía en posiciones de privilegio.
Este país nórdico, que ha llegado a ser el faro de Alejandría de la educación básica en el siglo XXI, cayó del primer lugar en lengua en 2000 y 2003 al segundo en 2006, el tercero en 2009 y el sexto hoy. En matemática figura duodécimo, después de haber estado segundo en 2003 y 2006, y en ciencia se conserva quinto en nuestro podio ampliado, pero después de haber disfrutado del liderazgo en aquellos dos años.
Se perfila un más que interesante debate entre al menos tres modelos de organización de la educación. El tradicional, exigente y más verticalista del Extremo Oriente, pero basado también en mayor equidad social media, que pasa al primer lugar en logros; el finlandés, centrado en la autonomía responsable y el prestigio de los maestros y las escuelas y, en fin, el propugnado en Estados Unidos, de limitada vigencia efectiva, centrado en la decisión familiar-individual, en los incentivos y en la competencia.
Los resultados de la Argentina no sorprenden, porque la calidad de los aprendizajes de nuestros estudiantes ha estado cayendo sistemáticamente, tanto en la escuela primaria (pruebas de la Unesco) como en la secundaria (PISA), desde mediados de la década del 90, cuando empezaron a realizarse registros comparativos internacionales sistemáticos.
De cara a las evaluaciones PISA 2012, los antecedentes no eran alentadores. Por un lado, porque la generación de estudiantes evaluados ahora a los 15 años había obtenido malos resultados en tercer grado en la prueba de la Unesco de la década pasada (estudio Serce, centrado en 2006). Por otro lado, y comparando con los países que participaron en ambas pruebas, en PISA 2009 los argentinos se habían ubicado, en lengua y en ese orden, detrás de Chile, Costa Rica, Uruguay, México, Colombia y Brasil, superando sólo a Perú; en matemática y ciencia estábamos detrás de aquellos cuatro primeros países, igualando con Brasil y Colombia, y superando sólo a Perú.
La reiteración de los magros resultados de la educación básica no ha despertado la necesaria reacción de la dirigencia política ni social. Es cierto que en la década pasada se votaron leyes con normativas valiosas, sobre todo la de financiamiento educativo y la de educación técnica. En parte por incumplimiento, pero no sólo por eso, las leyes resultaron insuficientes, no sólo en la siempre arisca cuestión de los aprendizajes, sino aun en algo más básico como las tasas de escolarización, con aumentos mucho menores que lo esperado y necesario.
La cuestión ha estado tan ausente como siempre en la última campaña electoral. Muchos encuestadores subrayan un interés social limitado en el problema -basado en la errónea creencia de que se tiene resuelta la cuestión educativa familiar- y la inconveniencia para el político de abordarlo, porque los cambios educativos suelen generar conflictos y sus resultados se ven, en todo caso, a mediano y largo plazo.
Hasta que nuestras dirigencias, empezando por las de mayor rango político, dejen de lado los relatos educativos y decidan colocar a la educación en el primer plano de prioridades del país, será imposible cambiar este lamentable estado de cosas. Si ellas continúan sin hacerlo -hay, sí, escasas y honrosas excepciones- la sociedad civil deberá ser la que se los exija. No es una utopía, como lo muestran, cada uno a su modo, los casos de Brasil, Chile o México, países que han experimentado sensibles mejoras en sus aprendizajes desde el inicio de las pruebas PISA.