Frente a 25.000 personas, Julio Cobos hizo su primer discurso como protagonista provincial de la "transversalidad" que el presidente quería y necesitaba. Discurso opaco, oratoria deslucida, pero nadie buscaba en ese acto del corsódromo entrerriano un nuevo tribuno. En julio, el Frente para la Victoria consagró la fórmula Cristina Kirchner-Julio Cobos para las elecciones de 2007. Un radical como vicepresidente de una peronista (o kirchnerista). Aunque ninguna de esas denominaciones sirviera del todo para calificar aquella escena de partidos volátiles y piruetas vertiginosas.

Empeoraba la debilidad de una vasta organización política, el radicalismo, que después de la Alianza, de la "Banelco", de la crisis y la caída de De la Rúa, tomaba un largo camino de fracasos, traiciones y desgracias. La opción de Cobos por la "transversalidad" kirchnerista fue un golpe duro a una UCR que estaba en retroceso. Como dice un cruel refrán popular: le pegó al perro cuando estaba en el agua. La UCR no tenía respuesta, indefensa y torpe, como un animal arrastrado por la corriente de sus errores.

Cobos no quiso seguir ese destino, ya porque creyó verdaderamente que la "transversalidad" era una alternativa nueva, ya porque eligió salvarse. Quizá las dos razones hayan sido concomitantes. Es posible que Cobos, hombre dialoguista y conciliador, confiara en la frase de Néstor, temperamento agudo y dominante, que entonces dijo: "Yo creo en una Argentina transversal, ya vimos lo que pasó cuando teníamos una Argentina uniforme". También es posible que la UCR ya no ofreciera más nada a ese dirigente que, con ese partido, había llegado a gobernar Mendoza en 2003. Cobos dejó la UCR y se fue con Kirchner. O pensó que yéndose con Kirchner se sumaba a una construcción política de nuevo tipo que, finalmente, se mostró como una subordinación de los exitosos locales a los más exitosos nacionales. Elíjase lo que a cada uno parezca verosímil o edificante.

Éste es el primer dilema planteado por Cobos, que hoy ha vuelto a la UCR y ha sido recibido allí sin beneficio de inventario ni requisitos de autocrítica. La necesidad tiene cara de hereje. Y la historia es tan dramática como irónica, si se piensa en otros mendocinos que no creyeron en la transversalidad y que siguieron en el viejo partido, sosteniéndolo en tiempo nublado. Ernesto Sanz, por ejemplo. La política es cruel y la constancia se premia a veces, no siempre. Fin del primer acto.

Segundo acto: el voto "no positivo" de Julio Cobos al proyecto de ley que ratificaba la resolución 125 sobre retenciones agrarias. En este caso, las cuestiones son más complejas todavía y sólo un experto en derecho constitucional podría dar respuestas seguras. El vicepresidente de la república es presidente del Senado, donde no vota sino en caso de empate (o sea que no está habilitado a votar como un senador cualquiera). Tampoco el vicepresidente es reelegible indefinidamente como un senador; sucede automáticamente al presidente de la república y completa su período, sin ninguna otra mediación institucional, porque es sucesor nato. Se le aplican los mismos límites que al presidente para ser reelegido.El vicepresidente es elegido en la misma boleta que el presidente. Nadie hubiera podido votar a Cristina Kirchner y no a Cobos, o viceversa. El binomio es inescindible.

La pregunta a contestar es, entonces, ¿en calidad de qué, en la larga noche de julio de 2008, Cobos emitió su famoso voto "no positivo"... Era vicepresidente de la Nación y presidente del Senado porque había aceptado integrar con Cristina Kirchner el binomio del Frente para la Victoria. Acá viene entonces el segundo misterio de Cobos: al votar en contra de un proyecto enviado por el Poder Ejecutivo, ¿era políticamente lícito que se independizara? ¿Era suficiente para liberarse del compromiso contraído en 2007 que el kirchnerismo lo hubiera marginado, maltratado o ninguneado?

Lo sucedido en esa noche es conjetural. Hipótesis: Cobos votó en contra de la Presidenta de quien era vicepresidente porque consideró que, de aprobarse la ley sobre retenciones agrarias, la Argentina entraría en una grave inestabilidad con movilizaciones, más cortes de ruta y, quizá, represión. Ésa es la hipótesis que más lo favorece: optó por la responsabilidad y no por los principios, que se habrían vuelto abstractos si atenerse al compromiso adquirido en 2007 hubiera generado condiciones de grave peligro. Seguir al Ejecutivo habría significado (pudo haber pensado Cobos) poner en riesgo la estabilidad de esa misma institución que debía defender. Los historiadores harán un examen más prolijo de este punto.

No interesa si esa noche avisó a alguien en la Casa de Gobierno o en la UCR. Tampoco interesa si consultó con su familia. Anécdotas piadosas o conciliábulos. Tampoco es interesante que, después, volviera a Mendoza y se recluyera en su casa. Interesan todavía menos las explicaciones fragmentarias o el reconocimiento entusiasta. Quizá más reveladora sea la forma en que soportó el desprecio de los kirchneristas con quienes había caminado varios años. Indica una fibra dura bajo la superficie suave. No atravesó el desierto porque existen, por un lado, los medios de comunicación que lo buscaron y a los cuales él respondió con mesurada astucia, y porque el partido radical estaba derrotado y a la defensiva. Cobos supo que, en esas condiciones, el hijo pródigo siempre puede volver a casa.

Queda como enigma la figura bifronte de un hombre de modales sobrios que, dos veces, cruzó una línea. Y que ninguna de esas dos veces la línea estuvo claramente dibujada.