Recién llegado a Asunción del Paraguay, su primer destino en el exilio, Juan Perón le dijo a la United Press que confiaba en la juventud de su partido y en su propio liderazgo. A los jóvenes les había dejado “una doctrina, una mística y una organización”. O sea: un modelo, un impulso y una estructura. La Revolución Libertadora destruyó minuciosamente lo que quedaba de esa estructura política y mandó a la cárcel a decenas de dirigentes, incluido John William Cooke, el primer delegado personal de Perón, que con honrada épica inauguró una serie (casi televisiva) donde actuaron leales proclamados y hombres aviesos o traicioneros. Es interesante que la tríada de doctrina, impulso militante y capacidad organizativa aparezca en aquellas remotas palabras de Perón, pronunciadas en octubre de 1955, tal como refulge hoy en la autodefinición de las brigadas políticas cristinistas.
Pocos días después de esa declaración, Perón cumplió 60 años, un par menos de los que tendrá Cristina Kirchner en 2015, cuando entregue la presidencia a un sucesor. Dos líderes de 60 años, uno desalojado por una revolución violenta, la otra retirándose no en la cumbre de su gloria pero, hasta hoy por lo menos, rodeada de entusiastas que, para fortalecer cuerpo y espíritu, ocupan la administración pública y órganos importantes de Gobierno. Perón, que se fue solo, se vio obligado a construir el tinglado de su supervivencia política.
Cristina Kirchner puede elegir desde dónde elevar el monumento de esa ansiada supervivencia: un despacho en Unasur, alguna gobernación, el Congreso o el liderazgo sin cargos. Salvo la edad, todo parece diferenciar a Perón y a Cristina.
Perón no sabía ni siquiera cuándo su nombre podría volver a ser pronunciado públicamente en la Argentina. Mientras tanto era “el tirano prófugo”, que recuperó mucho de su ascendiente porque (como dijo él mismo): “No es que nosotros fuéramos tan buenos sino que los que vinieron después eran muy malos”.
Precisamente a esa frase confía Cristina su destino: que Scioli o Massa, hijos del Saturno peronista, Macri o alguien del FAU sean tan malos que ella se convierta en una princesa salvadora, impulsada por la juventud, el recuerdo del “modelo” y la “organización” que será más sencilla si la juventud es al mismo tiempo idealista y burócrata de Estado. Perón tenía mucho menos y por eso debió hacer de la necesidad virtud. No estaba en condiciones de ponerles a sus sucesores un período presidencial como fecha de vencimiento.
Cristina, en cambio, cree que su sucesor enfrentará catástrofes inevitables, a las que la tropa camporista contribuirá fácilmente desde las posiciones organizativas que, desde hoy, se aseguran en el Estado. En una palabra, Cristina piensa que todo seguirá igual para ella y todo irá de la peor manera para quien resulte elegido presidente el año que viene. De ese modo, cumplidos los cuatro años del próximo gobierno, ella, en la dorada madurez de sus 66 años (número de resonancias mesiánicas), será llevada en triunfo, una vez más, a la Casa Rosada. Y si quien resulte elegido en 2015 no fracasa tan rápido, la nueva vuelta presidencial encontrará a Cristina Kirchner en sus no menos pletóricos 70 años, en 2024.
Así como hay muchos jóvenes, hay pocos presidentes o primeros ministros de más de 65 años en el mundo (ni siquiera en Corea del Norte). De todas maneras, no será esa la única dificultad de Cristina, ni es la única sexagenaria del paisaje político. La edad tampoco fue el único peso que agobió a Perón, aunque un dirigente más joven podría haber tenido más éxito en la batalla final entre las organizaciones armadas y la derecha organizada por López Rega. De todos modos, si quieren verdaderos “jóvenes” que pronto cumplirán cuarenta, allí lo tienen a Máximo. Y también Florencia podría hacer algún seminario de ciencia política en Harvard o en La Matanza.
¿Cuáles fueron las dificultades que se plantearon al liderazgo de Perón? No intentaré una síntesis, pero mencionaría lo que se llamó entonces el “peronismo sin Perón”. La proscripción del jefe y el partido obligaba al voto en blanco o a pactos como el que firmó Perón con Frondizi. El “peronismo sin Perón” no fue solamente un conjunto de aventuras o intentos que el lejano líder desbarató, incluso enviando a su propia esposa, Isabelita. Desde comienzos de los años 70, en el movimiento sindical, el dirigente metalúrgico Augusto Timoteo Vandor quiso independizar las resoluciones gremiales y políticas de las directivas que llegaban de Madrid por intermedio de los delegados, siempre sospechados, o de las famosas cintas grabadas. El vandorismo imaginó un peronismo independiente del líder. Algo del alma vandorista ha quedado dentro de las organizaciones sindicales y es un viejo fantasma de rebeldía contra la Presidenta.
Pero el desafío más importante y definitivo fue el protagonizado por los Montoneros y las organizaciones armadas a las que, en un principio, Perón dio la bienvenida como las “formaciones especiales” aptas para luchar contra una tiranía. Confió en que podría alinearlas cuando su poder de fuego ya no fuera necesario. Se equivocó. Los echó de la Plaza de Mayo. Tanto los guerrilleros como Perón corrían entonces hacia la muerte. Por suerte, ha habido un cambio de época.
¿Implica esto que ya no habrá inconvenientes para que un político cualquiera, en este caso Cristina Kirchner, mantenga su liderazgo fuera del Gobierno? Algunas definiciones por la negativa fácilmente comprensibles: la Argentina no es Chile; los partidos políticos argentinos, especialmente el peronismo, están a siglos luz de la organicidad de los chilenos y de su costumbre de respetar los pactos. Cristina no es Lula (para no ofender a nadie, no ofreceré demostración).
Especialmente en el peronismo –de donde proviene Cristina aunque, como se dice en algunas iglesias protestantes, ella ha “nacido de nuevo” para traer un espíritu de regeneración o de nueva política– los desplazamientos y las caídas suelen ser frecuentes. El poder de Cristina Kirchner no se apoya sólo sobre La Cámpora sino sobre próceres locales como Maurice Closs y Gildo Insfrán, Zamora de Santiago del Estero, Alperovich de Tucumán. ¿Cómo combinan con el espíritu aguerrido y dado al entusiasmo de La Cámpora? ¿Cómo combinan con líneas más históricas, con poder institucional, trabajo en las bases e influencia, como el Movimiento Evita? ¿Todo va a quedar en suspenso, como en el “juego de las estatuas”, mientras se espera que se abran las puertas, suenen los claros clarines, vuelvan a iluminarse los afiches que decoran los salones de Balcarce 50 y regrese la Presidenta que se va el año que viene?
Cuando los cristinistas planean el futuro, olvidan los detalles del decadente barroco provincial que Cristina Kirchner adula personalmente o por medio de risueñas teleconferencias; cuando se analizan sus planes como si la alternativa fuera Máximo legislador en la provincia de Buenos Aires o simbólico intendente de la ciudad donde lo fue su padre, aunque a pocos, en el lejano Río Gallegos, les guste tal candidato; cuando los de La Cámpora hacen pucheros de emoción alucinada creyendo escuchar a Kirchner en la voz de su vástago (como Harpo Marx, Máximo talks), nadie se pregunta si todo quedará así, congelado durante cuatro u ocho años, sin que a nadie se le ocurra pasarse a la vereda de enfrente. Si Vandor le hizo frente a Perón (con los modales, las reverencias, las agachadas y las competencias del caso), ¿nadie imagina que eso pueda suceder con una ex presidenta que carga los mismos años que el histórico líder y probablemente menos inteligencia y destreza en la estrategia?
Antes que preocupada por Máximo, estoy intrigada por el futuro de Cristina. Aunque no le va a faltar plata, quizá le falte poder y esa falta no se compensa con liderazgo magnético. Sus incondicionales saben que es difícil y por eso, en cada acto, le dicen: “Fuerza Cristina, tú puedes”. Por ahora, ellos quieren que ella pueda.