Hace un mes, después de haberle enviado al Vaticano una carta personal, el juez federal Claudio Bonadio se sorprendió ante una llamada. Era el propio Sumo Pontífice, que, por cortesía, quería saludarlo en vivo y en directo.
Vistas desde la Argentina, algunas casualidades pueden resultar demoledoras. Bonadio no había dictado aún el procesamiento de Guillermo Moreno por abuso de autoridad , algo que haría semanas después y desencadenó revuelo en el ámbito empresarial. Simultáneamente, esa semana, una orden partió desde la quinta de Olivos hacia todo el kirchnerismo, incluidos los medios de comunicación militantes, afines o subsidiados: había que defender al secretario de Comercio Interior. La revista Veintitrés, del empresario Sergio Spolszki, le dedicó la tapa. "Un juez en campaña", tituló, y definió en la bajada: "De la servilleta de Carlos Corach a la cercanía con el círculo rojo".
Esa llamada del Papa podría hacer volar la imaginación de los paranoicos. Tantos pedidos de renuncia recibidos de la oposición, el establishment y los intendentes del Frente para la Victoria han vuelto a convertir a Moreno en figura retórica del kirchnerismo: su despido podría ser visto como rectificación del rumbo económico.
Pero es irrelevante. Una vez más, la metáfora relega aquí a la dimensión real, que es la discusión que subyace en el peronismo y en cámaras empresariales: si es cierto que el histórico movimiento se sucederá a sí mismo, ¿quién ordenará las cuentas? Tarifas, apreciación cambiaria y reservas del Banco Central son algunas cuestiones por resolver. "No podemos salir ahora del cepo, pero algo hay que hacer", sorprendió anteayer en Bariloche Miguel Pichetto, durante la convención anual del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas. Pichetto es antes que nada un peronista. "Sigamos avanzando", decía su eslogan de campaña como candidato a diputado en 1997, en planfletos que lo mostraban con Menem.
El "por ahora no" del senador rionegrino es una eternidad para los hombres de negocios. El martes, durante la reunión de junta directiva de la Unión Industrial Argentina (UIA), que presidió José Urtubey, el reclamo sobre el ajuste por inflación en los balances, la competitividad y el alza en los aportes patronales se toparon con un desaliento general: no podrán exigir nada hasta después de las elecciones. La política está en otra cosa.
Hace dos meses, en Olivos, durante una reunión con el equipo económico, la Presidenta despejó algunas de estas dudas. "No voy a devaluar", advirtió. Su núcleo de confianza entendió la consigna. No pagará el costo de ninguna decisión antipática y trabajará hasta 2015 con una obsesión: convertirse en una jefa de Estado que se va sin hacer ajustes, tarea que reservará al sucesor. De ahí la inquietud en el PJ, donde acaso recuerden los tres principales encargos con que asumía Duhalde tras el default : resolver la deuda y el corralito y renegociar los contratos de servicios públicos. Que dos de esas tres asignaturas sigan pendientes 11 años después habla de la clase dirigente argentina.
Son los problemas que debería estar planteándose Sergio Massa si llega, como pretende, a competir por la presidencia. Para eso trabaja. Anteayer, el consultor Fabián Perechodnik organizó en su casa de Recoleta una recepción en honor de dos funcionarios de la embajada de Estados Unidos: Kevin Sullivan, encargado de Negocios, y Kenneth Roy, consejero político. Estaban, entre otros, el banquero Jorge Brito y Alejandro Macfarlane, de Edelap. Allí, Martín Lousteau recibió las cargadas de invitados que, sin recato, descontaban lo que ya no es secreto: al intendente de Tigre le interesa medirlo como candidato a jefe de Gobierno para la Capital Federal en 2015.
Ese año es también el horizonte de Cristina Kirchner. Ha decido financiarse fundamentalmente con lo propio hasta el final del mandato. Y sus colaboradores toman como natural la caída en las reservas, cuya proyección alarma a hombres de negocios y analistas. ¿Será ése el país que pretende dejar? Perplejo, un operador oyó la justificación en el entorno presidencial: "¿Y el país que recibimos nosotros?"
En efecto, Néstor Kirchner asumió con 11.000 millones de dólares de reservas. Pero heredó también indicadores menos hostiles, como una Argentina en expansión que venía de caer un 10,9% después de la devaluación y cuatro años seguidos de recesión. Así, en mayo de 2003, la economía crecía a un ritmo anual del 7,3%; la industria, al 13,3%; la construcción, al 35%, y la inflación alcanzaba al 14,3% por año.
Indagar ahora sobre un ordenamiento de la economía en el Palacio de Hacienda podría resultar ocioso porque sólo la Presidenta decide. A diferencia de lo que ocurrió en otros viajes, la comitiva que la acompañó en el vuelo a Nueva York quedó reducida a dos funcionarios: Carlos Zannini, secretario de Legal y Técnica, y Alfredo Scoccimarro, secretario de Medios.
Este ensimismamiento puede advertirse también en ideas proselitistas recientes, como el ciclo televisivo Desde otro lugar , que mantiene invariable a un solo protagonista, ella, y rota a los entrevistadores. En el firmamento kirchnerista, el Sol gira alrededor de la Tierra. ¿Qué personaje de la historia, por genial que fuera, no se agotaría a la cuarta entrevista consecutiva?
Unos pocos funcionarios han logrado sacarle provecho a esta lógica. Débora Giorgi arrima cada número microeconómico que puede aportar al discurso de Cristina. Es también el modo de abrir las puertas de Olivos. "Buen dato, se lo voy a pasar a la Presidenta", suele decir ante empresarios. Y no falla. Tarde o temprano, la jefa lo repetirá en el atril, buscará a la ministra y preguntará al auditorio: "¿No es cierto, Débora? ¿Por dónde andás?"
Lo de Julio De Vido, el hombre sobre cuyas espaldas ha vuelto a caer la relación con los intendentes después de las patinadas de La Cámpora, es más clásico. Cada vez que es relegado de esas preferencias, el ministro de Planificación atenúa el perfil, actitud que ha encontrado a menudo el reproche inverso: haberse desentendido de los problemas. Pero, como siempre, el fiel arquitecto bajará la cabeza, en silencio.
Porque en el kirchnerismo nada es más irreverente que contradecir. Cada vez que una autoridad del Ministerio de Defensa pisa la base aérea militar de El Palomar, baja la orden interna de descolgar un famoso original del pintor Ezequiel Martínez: el del Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina derribado por los montoneros en 1975 en San Miguel de Tucumán. Hace un mes, el paso de Agustín Rossi por una base santafecina que tiene una réplica generó un incidente con un suboficial que se resistía a sacar la obra de arte, confinada horas después a una pared marginal.
Nada nuevo ni revelador. ¿Qué economía cuyo presupuesto proyecta un crecimiento del 6,2% en 2014, el doble de lo que pronostican los privados, necesitará entonces correcciones?
El peor diagnóstico es el que se traza mirando el cuadro equivocado.