La cuestión es que le fueron con el cuento de que soy un infiltrado (infiltrado en el Gobierno, no en LA NACION), y la señora, que como toda persona que ejerce un fuerte liderazgo se pone paranoica con los infieles, especialmente en tiempos de diáspora, me mandó llamar.
Obviamente había leído la entrevista que le hice la semana pasada, le habían llenado la cabeza con acusaciones disparatadas, y me sometió a un test brutal: ahora la que iba a preguntar era ella, y el que debía contestar era yo. ¡Imagínense! Ante la mínima desviación doctrinaria, ante el primer traspié, era hombre muerto. Les juro: sudé sangre.
A ver, no es que las preguntas fueran terribles; lo terrible era la carga de intencionalidad, el gesto adusto, el rictus nervioso de su boca, la furia seca de su mirada. Nunca la había visto así. Pero no quiero asustarlos: creo que superé la prueba.
-¿Qué tiene para decir del ataque a Massa en La Matanza?
-La Matanza: el nombre del partido remite a su origen sangriento, en los albores de la patria, y creo que Massa lo eligió por eso: fue a buscar tiros, fue a provocar. Para hacer la guerra no vas a ir a José C. Paz, ¿no? Vas a La Matanza. Yo estuve ahí el domingo, señora, y lo vi desesperado porque quería cabecear una piedra y todas le pasaban lejos. De pronto descubrió al tipo de la honda y empezó a gritarle: "¡A mí, a mí, soy Massa!" Una vergüenza.
-¿¡Así que usted estuvo ahí!? ¿¡Estaba en la caravana de Massa!?
-No, yo estaba en la caravana de los que tirábamos piedras. Nos juntó DElía, y bueno, ya sabe: Luis es un buen pagador.
-¿Es verdad que usted anda diciendo que yo autoricé esa emboscada?
-En nuestro gobierno no se hace nada, absolutamente nada, sin que usted lo autorice. Salvo, claro, que las cosas salgan mal. Todo lo que sale mal no ha sido autorizado por usted.
-Dígame cómo lo ve a Insaurralde, y no ande con vueltas.
(Trampa: está atacada con Insaurralde, y con Scioli, y con toda la campaña, de la que se ha despegado para no quedar asociada a la derrota de octubre; si yo lo elogiaba, me iba a acusar de laburar para Massa; si lo criticaba, era criticarla a ella, que fue la que lo eligió; en fin, hice lo que pude.)
-Martín es buen candidato, pero depende mucho de usted. Apenas se corta solo, la pifia fulero, como con lo de la edad de imputabilidad. Además, le hizo caso a Scioli, que le dijo que fuera a TN, que mostrara autonomía y no estuviera pegado a sus polleras. Así le va: se viene abajo en las encuestas.
-¿Me está sugiriendo que tengo que ir a rescatarlo?
(Trampa, pero la tengo merecida: me metí en problemas yo solo.)
-Me pregunto si vale la pena gastar pólvora en chimangos. Yo esperaría a que venga él a golpear la puerta. Cuando toque fondo, cuando se arrepienta de haberse entregado a Scioli, volverá pidiendo perdón. Y ahí le pondremos condiciones. Quiero decir: se las pondrá usted.
-¿Qué le parecieron mis críticas y reclamos al presidente de Irán en la Asamblea General de la ONU?
-¡Geniales! El pobre Rohani estaba feliz con su histórico acercamiento a Estados Unidos y usted le aguó la fiesta. No tuvo más remedio que proponernos la reunión de cancilleres en Nueva York. Me dicen que el tipo no quería volver a Teherán por miedo a encontrarse con multitudes en las calles marchando al grito de "¡tenías que arreglar con Cristina, no con Obama!"
-¿Por qué cree que había tan poca gente escuchando mi discurso?
-La sala no tenía buena acústica: prefirieron seguirlo por televisión.
-LA NACION dijo esta semana que mentimos con la cifra de crecimiento del PBI que da el Indec. Juéguese: ¿miento yo o miente su diario?
-Es que Verbitsky ha acusado al Indec de manipular las cifras, y en el diario siempre pensamos que Horacio era una fuente confiable. Voy a avisar que no tenemos que hacerle más caso.
-Noté cierta ironía en el diario con mis calzas: ¿acaso piensan que no son adecuadas para ir a un acto oficial?
-Nada que ver. Le quedan muy bien, y además las usó en el conurbano. Parafraseándola, "esto no es Harvard, chicos, es el conurbano". Creo que va a imponer una moda que ahora seguirán la Merkel, Dilma, Bachelet. Sospecho que vamos a exportar más calzas que soja.
-Última pregunta: ¿se sintió cómodo en esta entrevista?
(Trampa: si decía que sí, fracasaba ella como testeadora; si decía que no, avivaba sus sospechas de que soy un farsante y que escondo algo.)
-Sinceramente, muy incómodo. Es horrible cuando las respuestas no están a la altura de las preguntas. Me intimida su inteligencia, y siento que no termino de aprender, de contagiarme de su sabiduría. Siento que soy un mal vasallo frente a tanta reina.
-¡Muy bien, muy bien! Andá tranquilo, Carlitos. Lo importante ya lo aprendiste.