Los cultivos sembrados específicamente para hacer biocombustible son inconvenientes desde el punto de vista ecológico y alimentario, pero hay una posibilidad mucho más interesante: aprovechar los residuos de los cultivos alimentarios normales, que ahora no valen para nada; el problema es que son leñosos (tienen lignina) y por ello extremadamente, según Ruben Vanholme y sus colegas de Gante (Bélgica), Dundee (Reino Unido) y Madison (Wisconsin, EE UU).

Ellos descubrieron una enzima (CSE, o cafeoil shikimato esterasa) implicada en la síntesis de la lignina y cuyas mutaciones reducen mucho la cantidad de ese compuesto indigerible y así multiplican por cuatro la eficacia de su digestión para hacer biofuel.

La fiebre de los biocombustibles que caracterizó las postrimerías del siglo XX ha bajado muchos grados en los últimos años, principalmente porque los cultivos dedicados específicamente a su producción compiten por valiosos recursos de tierra y agua con la función primordial de la agricultura, que es alimentar a la población y al ganado.

Una alternativa aceptada generalmente, al menos sobre el papel, es la utilización de plantas no comestibles o, mejor aún, los residuos que quedan de los cultivos convencionales tras la cosecha del grano, que en la actualidad son más un estorbo que otra cosa.

Ninguna de estas fuentes energéticas potenciales competiría con la producción de alimentos, lo que las convierte en una buena opción:

• Los biocombustibles son carburantes producidos a partir de cultivos. Emiten menos CO2 que los fósiles. El transporte emplea un tercio de la energía de la Unión Europea y emite un 25% de las emisiones totales.

•Los biocombustibles solo podrán ser subvencionados a partir de 2020 si reducen drásticamente las emisiones y no se producen a partir de cultivos para alimentos o piensos.

• La industria española está funcionando muy por debajo de su capacidad: en 2012, la producción de biodiésel no llegó al 10% de lo que podían generar la cuarentena de plantas existentes.