Ni el senador ultracristinista Marcelo Fuentes ni el juez Raúl Zaffaroniinventaron nada. La idea de crear un Tribunal de Constitucionalidad por encima de la Corte Suprema nació de Cristina Fernández.
Al menos de su boca partió esa orden.
Miguel Pichetto, el jefe del bloque K en el Senado, recibió también la instrucción presidencial para que se prepare a defender un proyecto que, en ese sentido, está pergeñando el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini.
La intención sería tan conocida como transparente. Cristina desea limitar las facultades de una Corte que en los últimos tiempos no le proporcionó satisfacciones. Por el contrario, abortó el núcleo de su reforma judicial al declarar inconstitucional la votación de jueces y académicos para el Consejo de la Magistratura. Otras cuestiones quedaron en el aire y el Gobierno aprovecha para avanzar. La conformación de nuevas Cámaras de Casación es una de ellas. Un recurso para acotar al máximo Tribunal.
Entre aquellos dichos de Fuentes y de Zaffaroni existieron matices. El senador habló de un hipotético organismo integrado por políticos y académicos que serían elegidos por el voto popular. Cristina no se resigna al freno impuesto, en ese aspecto, por los jueces de la Corte. Menos todavía cuando algunos magistrados, antes dóciles, han empezado a animarse: al pedido de detención del ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime, dictado por Claudio Bonadio, hubo que limpiarle las telarañas.
Zaffaroni, con mayor sabiduría y astucia, promovió la misma iniciativa que el legislador aunque en el marco de una reforma constitucional. Opinó que debería funcionar dentro de un sistema parlamentario. No habría otro camino para eso que cambiar la Carta Magna.
La propuesta parece a simple vista, aún para los legos, de una flagrante inconstitucionalidad. Pero los mayores problemas para Cristina, tal vez, serían otros. Por empezar, la proximidad de las primarias que podrían dejar registrado el cambio de humor social y de relación de fuerza política entre el Gobierno y la oposición. También, el desgranamiento que ante las primeras adversidades va sufriendo el frente cristinista. Cinco diputados misioneros dejaron la semana pasada el bloque del FPV, tras la enorme fuga de votos que sufrió en los comicios provinciales el gobernador Maurice Closs. El apartamiento del diputado Omar Plaini, que responde a Hugo Moyano, sonó cantado.
Pero vendrán otros en el oficialismo a medida que aumente su vulnerabilidad.
Sucede que el sesgo de la campaña cristinista tampoco ayuda. La Presidenta, con terquedades y obsesiones, alimenta la agenda de la oposición y la irritación de sectores de la sociedad a los cuales nadie consigue todavía cautivar. La insistencia con la reforma judicial es un error que se torna incomprensible. Volvió con su idea de intervenir el Grupo Clarín, como ya lo había intentado en mayo. Permanece tiesa ante una corrupción que se extiende, con Jaime prófugo y una oposición que se regodea en campaña con ese bochorno.
¿Cuál es el comando de campaña del FPV? ¿Cuáles son sus principales estrategias? No habría nada de eso. Todo funciona al compás del humor presidencial. Los diálogos habituales con Máximo, su hijo, y con Zannini. Aunque algunos habitantes de Olivos habrían descubierto una llamativa novedad. La cenas solitarias y tardías que Cristina sabría tener ahora con un hombre de buen porte, ajeno al universo político. Es Diego Carbone, el jefe de sus custodios. ¿Temor frente a algún imprevisto sobre su seguridad personal? Portavoces de la residencia dicen que nada de eso: que, entre platos de frutas y verduras, intercambiarían opiniones sobre la realidad.
De allí que estén ocurriendo las cosas que ocurren. La Presidenta no se conforma con enarbolar la reforma judicial. En un acto de campaña, que fue la celebración del 9 de Julio en Tucumán, hizo una fuerte defensa de Guillermo Moreno. Apenas un día antes de que el secretario de Comercio fuera indagado por el juez Bonadio, que lo acusa de abuso de autoridad.
Moreno es más impopular que la propia reforma de la Justicia. ¿Cómo se entendería entonces semejante espaldarazo? La explicación no se esconde en ningún plan sino en sus odios y berrinches. Cristina montó en cólera porque el lunes su ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, embadurnó de críticas a Moreno por televisión.
Así de simple.
A Martín Insaurralde le cuesta seguir la guía presidencial. Cuando arrancó con su candidatura K mencionó tímidamente la inflación y la inseguridad como incordios en Buenos Aires. Esa sería una de las tantas desventajas que tendría frente a sus rivales: Sergio Massa, Francisco De Narváez y Margarita Stolbizer montan una fiesta cuando abordan esas cuestiones que figuran entre las dos primeras preocupaciones también de los bonaerenses. Hay diferencias, sin embargo, entre los opositores: el intendente de Tigre elude, a diferencia del peronista disidente y la postulante del FAP, cualquier cuestionamiento directo a Moreno. De eso se encargan algunos de sus laderos. Massa conoció de cerca, en su fugaz paso por la Casa Rosada, las predilecciones de Cristina.
Entre tanto desconcierto Insaurralde recibió una noticia grata.
El involucramiento pleno de Daniel Scioli en la campaña.
Al menos, para compensar la compañía incómoda que muchas veces significan Amado Boudou y Julio De Vido. Al gobernador no se lo nota, en esas circunstancias, muy feliz. Tal vez, porque a raíz de alguna apretada cristinista debió abandonar el segundo plano que pensaba ocupar. Había asegurado que luego de su entrevista con Francisco en el Vaticano descansaría unos días en Italia. Pero debió regresar. Tampoco logra navegar en las medias tintas que le sientan bien. Declaró que se está con el modelo o contra el modelo.
Un contratiempo para su filosofía aguachenta y escurridiza.
Y una alusión obligada a Massa, que intenta deslizarse por aquel estrecho sendero.
Scioli evita nombrar al intendente de Tigre. Pero ese ardid le duraría poco. El gobernador sigue teniendo en Buenos Aires, pese a todo, una imagen ponderada.
Pero la de Massa es aún mayor.
Orilla el 60% de aprobación. La contienda directa podría perjudicarlo, en especial, si el FPV empieza a ser derrotado en las primarias de agosto. Se sobresaltó la semana pasada leyendo una encuesta: el Frente Renovador, del tigrense, estaría triunfando en Mar del Plata, su ciudad adoptiva cuando como deportista se hizo popular. Temería, en caso de que aquello pase, que se desencadenen dos cosas: que el cristinismo le termine endilgando el fracaso; que Massa decida embestir contra su gestión. Algo de lo que hasta el presente se cuidó. Ambas cosas, sin remedio, llegarían.
Scioli no es el único que padece los tironeos internos en el inicio de la campaña. Jorge Obeid presentó su candidatura en Santa Fe sin la presencia de María Eugenia Bielsa. La ex diputada provincial tuvo un severo desencuentro verbal con la Presidenta. José Alperovich está sintiendo algunos crujidos en el peronismo y la sociedad tucumana.
Sufre la repercusión que adquiere en esa provincia el asesinato impune, ocurrido hace cinco años, de la joven Paulina Lebbos. Era la hija de un ex funcionario del gobierno provincial que arroja sospechas sobre uno de los hijos de Alperovich. Alberto Lebbos, de él se trata, ha pedido en vano la intervención de Cristina. Fue reprimido cuando quiso acercarse a ella en la celebración por la Independencia.
La Presidenta maneja información enredada acerca del asesinato de Paulina. Sucede que está en medio de una guerra sórdida, incluso con muertos a balazos, que estalló en la Secretaria de Inteligencia. Allí pugnan dos bandos: uno, fiel al Gobierno representado por el agente Fernando Pocino –especialista en seguir a políticos, empresarios y periodistas– y otro, que se habría bifurcado, sobre todo a partir del pacto con Irán, encabezado por Francisco Larcher (amigo de Néstor Kirchner) y Jaime Stiusso, uno de los topos más veteranos. El titular de la SI es Héctor Icazuriaga, pero se mantiene alejado de la refriega.
Cristina pensó en un momento reemplazar a Icazuriaga por Agustín Rossi. El destino del jefe formal de la SI iba a ser el Ministerio de Defensa. Pero la Presidenta temió que al ex diputado K terminara por devorarlo la maquinaria geológica de aquella secretaría. Optó por otro movimiento: nombró a Rossi como responsable de la política militar y elevó al general César Milani a la Jefatura del Ejército. Es la primera vez en la historia que un oficial de esa especialidad accede a la cima.
La trayectoria de Milani está cruzada por claroscuros. Pesan sobre él sospechas por simpatías con los ex carapintadas y algunos capítulos borrosos sobre derechos humanos. Pero cuenta con el apoyo del CELS. Menos dudas existen, en cambio, acerca de que mientras fue subjefe del Estado Mayor articuló un formidable aparato de inteligencia clandestina.
Junto con su ascenso se produjo el de otros seis militares que lo acompañan desde hace muchos años. Veamos lo que resolvió Cristina: aumentó los salarios castrenses, devolvió a esa órbita Fabricaciones Militares y duplicó el presupuesto para Inteligencia del Ejército. Los sabedores de ese submundo apuntan dos cosas: Rossi y Milani se complementarán en una tarea conjunta de adoctrinamiento político e inteligencia en las FF.AA.
; el nuevo jefe del Ejército mantiene un viejo puente tendido con el topo Pocino, de la SI.
Cristina confesó que le “corrió frío” cuando se enteró de que un desertor de la CIA, Edward Snowden, reveló que entre tantos países espiados por EE.UU. estaba la Argentina. Podría interrogarse, también, sobre el sentir de cada argentino ante el espionaje que prohija su poder.