El Gobierno deberá asimilar la caída de uno de los principales íconos del poder kirchnerista. Los empresarios del transporte tendrán que entender que lo que se juzga no es sólo la conducta del funcionario, sino una forma de hacer negocios, que tuvo al Estado como financista y a un racimo de oportunistas que acumularon millones a espaldas de los usuarios.
Ricardo Jaime encarnó como pocos la ideología con la que el ex presidente Néstor Kirchner concebía la relación con el mundo de los hombres de negocios. Empresarios adoctrinados, confusa regulación, mucha discrecionalidad, una caja millonaria, anuncios rimbombantes y una aceitada cadena de favores capaz de costear la política y los gustos caros de los funcionarios amigos.
Llegó desde Córdoba con una sola herramienta: la confianza de Kirchner. Recaló en lo que hasta entonces era una repartición más bien técnica: la Secretaría de Transporte. Sin embargo, su jefe, como el lo consideraba, le había reservado un lugar de privilegio: el manejo de una caja millonaria destinada a subsidiar al transporte.
En mayo de 2003, ni bien se hizo cargo, el cordobés criado políticamente en Santa Cruz, repartió subsidios por 35 millones de pesos para los colectivos. Pero los años pasaron rápidos y los ceros se sumaron a esa cuenta. En junio de 2009, último mes que liquidó, Jaime pagó 585 millones de pesos para que funcione el sistema de transporte automotor argentino. Un mes antes, en mayo, el funcionario pagó la cuenta mensual más grande a los colectiveros durante su gestión: 622 millones de pesos.
Fueron años intensos transitados siempre cerca de los escándalos. Llegó a Buenos Aires sin nada y terminó alojado en una suerte de pensión que le buscó su amigo Néstor. La primera morada de Jaime fue en pleno microcentro porteño, en Reconquista y Tucumán, en el hotel que tiene el gremio de los peones de campo que maneja Gerónimo "Momo" Venegas, hoy candidato a diputado nacional por el partido FE y alineado en el antikirchnerismo bonaerense.
Fue una transformación desde aquellos primeros días de kirchnerismo. En pocos años, Jaime pasó de usar una bufanda blanca de lana para abrigarse a vestirse con impecables trajes italianos, siempre con la corbata centrada. Pasó del avión de línea a un lujoso jet que lo llevaba y lo traía desde donde el hombre dispusiera.
Negoció el rescate de Southern Winds luego de las valijas llenas de drogas que quedaron en Madrid y puso a disposición la estatal Líneas Aéreas Federales (Lafsa) como vehículo financiero para pagar subsidios. Creó una empresa fantasma (Safe Fligth) para pagar los sueldos de los aeronáuticos que quedaron sin trabajo cuando el experimento con SW terminó con todos los aviones aterrizados para siempre.
Compró chatarra ferroviaria a España y Portugal para reparar en los talleres ferroviarios argentinos por la que pagó millones de dólares. Pero esa batalla la ganó el óxido y los trenes están tirados en playones ferroviarios.
Anunció varias obras que jamás avanzaron: el soterramiento del ramal Sarmiento, la electrificación del ramal San Martín o del tren a La Plata. Pero le puso la frutilla al postre con el faraónico proyecto del tren de alta velocidad que uniría Buenos Aires con Rosario y Córdoba, y con los anuncios de licitaciones para trenes de alta velocidad que llegarían a Mar del Plata y a Mendoza. Pero hubo un momento de éxtasis: estatizó Aerolíneas Argentinas luego de coronar una embestida regulatoria y gremial que terminó con la inviabilidad de la compañía aérea en manos privadas.
No hizo absolutamente nada sin la venia de Néstor Kirchner, su amigo, a quien visitaba en la Casa Rosada a diario, siempre a última hora. Jamás se reportaba al ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, su jefe de acuerdo al organigrama. Su relación era con Kirchner.
Como el ex presidente le pidió, creo un sistema solar de empresarios y gremialistas que giraban alrededor del dinero público. Nadie perdía en ese universo donde el sol de los millones lo prendía y lo apagaba el ex presidente y lo administraba el ahora prófugo kirchnerista.
La cadena de la felicidad duró cinco años y cada vez se sumaron más eslabones. Los concesionarios ferroviarios fueron los preferidos. Pocas industrias como la ferroviaria se maneja con precios más difíciles de cotejar. Constructoras, talleres ferroviarios, operadores, gremialistas y funcionarios bailaban al ritmo que imponía Jaime. Eran épocas felices.
Creó un inentendible sistema de subsidios al transporte automotor. Con una declaración jurada los colectiveros se llevaban millones. Alumbraron fortunas incalculables que la dupla Jaime-Kirchner controlaba de muy cerca. Aún se recuerda el paso obligatorio y mensual por las cámaras que los afiliaba a pagar una cuota social. Más felicidad para todos.
Kirchner murió y Jaime está a punto de quedar preso. No va a ser necesario que cante el gallo para que todos los que participaron de esa fiesta lo nieguen tres veces.