Tener, ahora, el poder se conjuga en el tiempo presente. Aparecer como el más probable beneficiario de las expectativas de cambio del poder apunta al futuro. La plenitud del poder reúne las dos condiciones del poder, una situada en el presente y la otra, en el futuro. Cuando estas dos condiciones están en una sola mano, cuando hay plenitud del poder, se vive entonces en medio de la "estabilidad política". Al contrario, cuando el presente del poder se desliza hacia abajo mientras otra ecuación que lo contradice apunta hacia arriba, amenazando con reemplazarlo, el futuro se rebela contra el pasado. Se vive entonces en medio de la "incertidumbre política".

Esto es lo que está por suceder en la Argentina. El presente del poder aún reside en Cristina y así sucederá mientras ella continúe siendo presidenta, hasta el 12 de octubre de 2015. Varios factores bloquean, empero, la noción de estabilidad política a partir de esta fecha. El primero es que el plazo presidencial de Cristina vence, justamente, en esa fecha, y que no podría ser renovado más allá, a menos que se aprobara una reforma constitucional. El segundo es que, según las encuestas, dos de cada tres argentinos rechazan la posibilidad de una reforma constitucional destinada a prolongar el poder de Cristina. El tercero es que el rechazo de un tercer mandato presidencial consecutivo tiende a convertirse entre nosotros en una "tradición", ya que tanto Menem como los Kirchner tropezaron con esta piedra, de manera que podría afirmarse que, en las más diversas circunstancias, el pueblo argentino ha rechazado invariablemente la "re-reelección" en cualquiera de sus variantes, quizás porque la ve como un viaje de ida, sin retorno, en dirección al despotismo.

Todo lo cual se resume al fin en esta sentencia: Cristina, así como es todopoderosa en el presente y de aquí a dos años, no podría sostenerse más allá en el tiempo a menos que, resignándose al carácter temporal de su mandato, concentre todas las energías que pudieran quedarle en la designación de un sucesor que reflejara un amplio consenso dentro del peronismo y que no fuera reclutado, por cierto, en las estrechas filas de sus propios militantes.

Podría decirse entonces que, aún poderosa en el presente y en el inmediato futuro, Cristina ya no tiene futuro de aquí a más de dos años. Ha reinado por una década y, según lo confesó, le gustaría reinar por una más. Ésta no es más que una ilusión. Sus posibilidades reales son limitadas. Éste es el espíritu del sistema republicano, que si ha logrado perdurar en el tiempo sólo pudo ser a cambio de la brevedad "personal" de los presidentes. No se pueden obtener simultáneamente las dos cosas, ya que las repúblicas han durado "mucho" únicamente cuando sus presidentes se han resignado a durar "poco". Ésta es la lección institucional que le falta aprender a Cristina. Cuando se resigne a aprenderla, sólo entonces, brillará sin nubes sobre nuestras cabezas la estrella de la estabilidad política y, a partir de ella, sumándose el desarrollo político a nuestras inmensas posibilidades económicas y culturales, vendrá un nuevo tiempo cuyos límites ni siquiera avizoramos.

¿Cómo se concretará, por otra parte, el paso de una Cristina "resistente" al espíritu republicano hacia esa Cristina "resignada" que la espera? Aquí es donde aparece Sergio Massa como "señal". Si Cristina se negaba o se demoraba en cumplir su función de facilitadora del cambio, alguien lo haría por ella. Ese "alguien" pudieron ser, al principio, De Narváez o Massa. Pero el intendente de Tigre obtuvo una ventaja inicial porque no quedó aprisionado en su rol de exclusivo "opositor". Algunos se preguntaban si Massa es en verdad opositor, si no le han quedado adheridos, todavía, restos significativos de kirchnerismo. Pero aquí es donde se plantea la verdadera cuestión: lo que tiene que venir de ahora en más, ¿es el antikirchnerismo o el poskirchnerismo?

Hay una diferencia entre ambos conceptos. Mientras el antikirchnerismo cargó con la tarea más pesada de resistir los embates agresivos del Gobierno, el poskirchnerismo se piensa como una alternativa ulterior, cuando haya que curar heridas después de la victoria. Algunos de los excesos del kirchnerismo en el poder tendrán que pagarse probablemente con castigos ejemplares, por supuesto en pleno Estado de Derecho, para que no se repitan. Pero la actitud general del poskirchnerismo debería asemejarse al posrosismo, cuando muchos de aquellos que habían colaborado con Rosas -entre ellos, nada menos que Dalmacio Vélez Sarsfield- fueron admitidos en el gobierno ulterior, para que no se profundizaran aún más las heridas y, desde luego, para aprovechar sus talentos.