Las elecciones que renovarán parcialmente el Congreso atañen también a quienes viven en países atascados en regímenes de autoritarismo elegido. Les importará saber si una buena votación opositora sirve para destrabar esas situaciones y hacer más fluida la convivencia.
Con sus matices, Ecuador, Bolivia, El Salvador y Venezuela ya salieron de la matriz democrática surgida en los años 80 y establecieron sus propias versiones autoritarias. No necesitaron tropas ni generales: fueron más sutiles. Aplastaron la libertad de prensa y arremetieron contra la independencia judicial ; dos datos clave para diagnosticar la existencia de una dictadura, por votada que sea.
Por eso interesa ver cuánta resistencia ofrecerá la oposición argentina. En países con situaciones normales, aun desde su postura minoritaria, los partidos vigilan y controlan. No bloquean la gestión de un gobierno, pero al menos evitan sus desbordes y abusos. No ocurre eso en los países mencionados, y ante el estilo agresivo de estos gobiernos se contrapone una oposición dividida, lenta de reflejos y sin visión clara.
No es sólo cuestión de sumar más votos, sino de establecer una actitud consistente y sostenida. En las elecciones legislativas de 2009, pese a que la oposición ganó, actuó descoordinada y sin objetivos claros. Gracias a ello, la Presidenta pudo pasar varias leyes de las cuales algunos opositores de entonces hoy se arrepienten haber votado. Luego, en las elecciones presidenciales de 2011, el electorado opositor debió elegir entre varias alianzas frágiles y poco seductoras. Cristina Fernández recuperó terreno y obtuvo el 54% de votos y mayoría en las dos cámaras.
¿Sucederá esto otra vez?
Tal como vienen barajadas las cartas, no hay posibilidad de un sólido acuerdo que reúna a toda la oposición. Quedó en la memoria cómo otros acuerdos derivaron en fracasos como el del gobierno de Fernando de la Rúa. Quizás ello explique por qué esa mitad del país dispersa sus votos.
Hay figuras con aspiraciones personales, aunque no surgió, como en Venezuela, un Henrique Capriles que junte detrás de sí corrientes diversas. La presión electoral apura algún acuerdo como el que surge en ciertas regiones, en torno a grupos de centroizquierda unidos por una común prédica económica dirigista, similar a la del kirchnerismo, aunque con una clara valoración republicana. Por otro lado, nuevas candidaturas provinciales (la de Massa, por ejemplo) echan sombras sobre el futuro de otras tendencias que parecían consolidarse.
Es un hecho que los grupos de oposición son distintos: no piensan igual, sus propuestas difieren y se tienen recíproca desconfianza. Los peronistas disidentes y los grupos dirigistas recelan de Mauricio Macri, pero tampoco entre ellos se sienten cómodos. Para colmo, no hay una oferta nítida de partidos como sí la hay, por ejemplo, en Uruguay, pese a que sus grupos históricos luchan por recuperar un vasto electorado perdido. O como en Chile, donde mediante sólidos acuerdos de concertación se contraponen dos ofertas diferentes. Tampoco hay una cultura que favorezca el armado de coaliciones en que partidos rivales negocian un entendimiento específico y acotado en el tiempo.
Pero al menos sí podría haber un acuerdo acotado, irreductible en temas esenciales, para detener arremetidas contra la independencia del Poder Judicial y otros bastiones fundamentales de la democracia.
En las recientes protestas callejeras, a los militantes de la izquierda antikirchnerista no les gustó estar junto a simpatizantes macristas. Sin embargo, esas protestas no eran actos partidarios, sino marchas contra la ley diseñada para avasallar al Poder Judicial. Y más allá de diferencias profundas en otros temas, esto sí los unía.
Si el gobierno argentino insiste en su estrategia de desarmar el país pieza por pieza y el electorado una vez más reparte sus votos (aun cuando sumados sean mayoría), esa diversa oposición debería al menos acordar sobre media docena de temas esenciales. No más que eso, pero eso sin duda. Esto lograron Macri en la Capital y De la Sota en Córdoba, respecto de la libertad de prensa.
El temor es que se repita lo de 2009, cuando algunos cedieron a la seducción de una ley de medios que creyeron buena. El tiempo demostró cuál era su ulterior y perverso objetivo. Pues bien, esa lección se aprendió y ahora habrá que estar alertas ante propuestas de amable apariencia, pero que en el fondo buscan horadar los cimientos institucionales y las libertades básicas. Nadie puede llamarse a engaño por segunda vez.
Acuerdos puntuales consolidarían un estilo de trabajo, despejarían eventuales candidatos mesiánicos y fertilizarían el terreno para que emerjan liderazgos nuevos y alianzas más solidas.
En una América donde la oposición no da con la tecla, lo que ocurra en la Argentina es decisivo, así como en Venezuela lo fue el surgimiento de Capriles. Será una buena señal para Ecuador y Bolivia. Lo será para Uruguay, donde si bien sus partidos están organizados, siguen desorientados sus dirigentes. E incluso para Chile, pese a que la idea de la alternancia de partidos en el gobierno ha sido mejor aceptada.