El ex ministro nunca fue amigo de la pareja presidencial. Tuvo, incluso, algunos roces en el ejercicio de la función pública, pero amnistió para ser amnistiado, para seguir adelante y para no sacar los pies del plato. A Cristina se le llenaron los ojos de lágrimas recordando las luchas políticas, y en un momento dado se recompuso y le confesó, con firmeza: "Mirá, hay tres personas con las que no hay arreglo ni retorno. Magnetto, Alberto y Massa". El ex ministro se quedó helado frente a aquella aseveración vengativa. El odio por Héctor Magnetto no necesitaba explicación, y la bronca con Alberto Fernández, su antiguo hombre de confianza, era claramente producto del despecho. Pero, ¿qué había hecho Sergio Massa para merecer un lugar central en ese exclusivo podio de la inquina? El ex ministro no se atrevió a preguntar. Tal vez fueran sus famosas y desmentidas críticas a Néstor ("psicópata", "perverso" y "cobarde") reveladas por WikiLeaks. O los recurrentes dichos del ex presidente, quien secretamente reconocía en Massa la peligrosidad, la capacidad de gestión y traición, y la sed de poder que él mismo llevaba en la sangre. Y que todo líder peronista tiene.
El alcalde de Tigre acaba de producir un cataclismo en la política argentina. Su electrizante postulación, que es un desafío a la hegemonía de la Presidenta, puso a tirios y troyanos en estado de alerta, nerviosismo y confusión. Massa se presentó con un nuevo partido, que cita y homenajea a la vieja "renovación peronista" y que implícitamente quiere dar por terminado el ciclo del Frente para la Victoria. Les propone a los peronistas, puertas adentro, reemplazar al caudillo endogámico que los está llevando a sucesivas derrotas políticas, y le sugiere a la sociedad, puertas afuera, que no se vence a Cristina desde el antikirchnerismo puro, sino desde un poskirchnerismo que reconozca lo positivo, elimine lo tóxico y proponga un futuro unificador que cierre la grieta. Massa se encuentra, por ahora, al tope de las encuestas en la provincia de Buenos Aires, y su lema es "no estamos en Bagdad ni en Disneylandia". La mitad de la gente que lo votaría, según muestran esos sondeos, está conforme con muchas cosas del kirchnerismo y la otra mitad está abiertamente en contra. Pero ambas parecen buscar a alguien que no destruya todo, que no sea pendular, y que, por lo contrario, edifique un nuevo progreso sobre lo ya conquistado. Que los saque además del encono y la división. Que les permita volver a comer un asado con el cuñado que durante estos diez años estuvo en la otra orilla y que ha dejado de hablarles.
Presuponen algunos massistas que sin un crac económico el antikirchnerismo no tiene chances reales. Y aseguran que afortunadamente no existe un solo economista serio que pronostique ese abismo. Es inquietante que quienes tanto se equivocaron prediciendo el Apocalipsis estén ahora unánimemente seguros de que no ocurrirá. Pero este pensamiento no logra apartar al Frente Renovador de la idea de proponer a un mismo tiempo continuidad y ruptura.
Massa es hijo de la eterna indecisión de Daniel Scioli, que se mantiene sobre el catre del faquir, y de la imposibilidad narcisista de Cristina Kirchner, que no puede generar un heredero político que la supere. Massa ocupa de prepo, en ese sentido, los sillones vacantes que le dejaron el gobernador y la jefa del Estado, que lo han parido con su ceguera. Si Massa triunfa en la provincia de Buenos Aires, posiblemente, decretará el fin de la carrera del Gandhi justicialista y de la Eva posmoderna. Si pierde, Cristina irá por la re-reelección, y Scioli, por el albur o por el ocaso.
La ingeniería electoral armada por el intendente de Tigre se asemeja a las astutas estrategias que Menem y Kirchner adoptaron al comienzo: alegres transversalidades pragmáticas conviviendo bajo un liderazgo ideológicamente abarcador. Un significante vacío, diría Laclau, que puede llenarse con significados a la carta. Un juego libre que, bajo el imperio de la unidad nacional, le permite virar y avanzar sin obstáculos ni normas por un tablero lleno de jugadores prejuiciosos y conceptos rígidos. Intendentes del conurbano, referentes del justicialismo histórico, un dirigente industrial, un militante de la CGT y otro de la CTA, un radical, un conservador, un progresista. Es muy injusto: a cualquier cacique peronista toda diversidad le sienta bien. A la centroizquierda cualquier acuerdo pluralista le queda forzado e incoherente.
En términos del PRI argentino, los líderes son abiertos cuando alcanzan el apogeo. O tal vez sea al revés: alcanzan el apogeo gracias a la amplitud de su propuesta. Y en todos los casos, se van cerrando con el correr de los años y van optando por los alcahuetes y por el voto ideológico cuando sienten la declinación. Cuando no pueden sobreponerse a la idea de que la sociedad no les reconoce todo lo que hicieron por ella. Le pasó a Menem y le está pasando a Cristina.
Un encuestador extranjero, que desde hace ocho años viene psicoanalizando al argentino promedio, afirma que electoralmente hoy vale más ser joven que ser peronista. Quiere decir con esto varias cosas. Que una cara relativamente fresca con una gestión detrás puede cautivar mucho más que un dirigente reconocido y reconcentrado en su obra, su identidad y su congruencia discursiva. También que el peronismo ya no existe, algo que los operadores todoterreno confirman. Esta conclusión no deja de ser paradójica, en un país donde el espíritu de Perón parece inundarlo todo. Claro, el todo es la nada. No existe la ideología peronista. Sólo existe el Estado, que es el lugar en el mundo de cualquier dirigente que se precie. En la Argentina no hay lucha de clases, ni pulseadas ideológicas ni modelos en pugna. Todo eso sólo ocurre en el "círculo rojo", el pequeño penthouse de los politizados, donde sólo se habla de la literatura de la política. Porque la política real está en otro lado. Lo que sí existe en la Patria peronista, después de tantos años de copamiento de las administraciones públicas y de las cajas, es una lucha encarnizada por el Estado. Por retenerlo o por ganarlo.
Es el Estado, con su infinita posibilidad de financiación, el único botín que hace reyes a los que ganan y mendigos a los que pierden. El escritor Jorge Asís, que es el Dante de los círculos infernales del peronismo, me invitó una vez a almorzar en el Club Francés. Cuando entramos juntos, nos topamos de frente con tres viejos cuadros peronistas. Luego de saludarlos, mientras avanzábamos hacia la mesa, Asís me dijo en voz baja: "Medialuneros". Yo no entendía qué significaba ese extraño apelativo. Hasta que Dante sentenció: "Se quedaron afuera de todo y andan con la medialuna en alto viendo dónde pueden mojarla".
Esa picaresca representa exquisitamente el combustible espiritual de una dirigencia voraz que sólo respeta al jefe que encabeza las encuestas y que les puede garantizar el triunfo en las urnas, y también al que puede repartir bien las tajadas. Manhattan para los Tattaglia y Brooklyn para los Corleone. Expertos en semblantear quién puede darles el queso y quién no es confiable, para las pirañas Scioli y Massa pasan la prueba, pero Macri y De Narváez están todavía sospechados. Así funciona el imperio romano peronista. No el que figura en los libros ni en los programas de televisión, sino el que se reparte el poder estatal en los despachos, en las unidades básicas y en las calles.
El nuevo tiburón blanco del Frente Renovador conoce muy bien ese organismo biológico. Una vez, hace tres años y durante la inauguración de las muestras del escultor Rubén Locaso y del pintor Enrique Burone Risso en el Museo de Arte Tigre, dio una clase práctica de peronismo esencial. Fue cuando un funcionario de Cultura de la embajada de Francia le preguntó en qué consistía el peronismo. Massa sonrió ampliamente, y le contestó: "El peronismo es como un avión. Tiene una cabina de mando, un ala derecha y una izquierda. Dentro del avión van todos, sólo que algunos se sientan a la derecha, otros a la izquierda y otros en el centro. Y el que conduce el avión elige en qué dirección lo lleva y hacia dónde lo inclina".
El francés, un tanto perplejo, le preguntó entonces si los que estaban a la derecha no se mezclaban con los que estaban en la izquierda. A lo que el intendente precisó: "Bueno, a veces hay sacudones, turbulencias, y los que empezaron sentados en un lado terminan en el otro. También hay clases, como en cualquier avión: están los que viajan en primera, los que van en business y los de clase turista".
Una periodista cultural, que presenciaba la escena, le preguntó: "¿Y usted en qué clase se ubica ahora?". Massa lo pensó unos segundos, y respondió: "Digamos que yo salí de la cabina de mando y me senté en el primer asiento de business, pero estoy haciendo un curso intensivo de piloto". La chica le insistió: "¿En el primer asiento cerca de la salida de emergencia?". Massa se rió, y le dijo: "¡No, la salida de emergencia no es necesaria porque el avión no se cae nunca! Cada tanto abren la puerta y tiran a alguno afuera, eso sí, pero el avión nunca se cae".
Estudioso de Capriles y tan parecido al primer Kirchner, el candidato a diputado nacional juega con la errónea superstición popular de que no se puede gobernar el país sin el peronismo. Y, por lo tanto, sin decirlo, propone en la política la vieja fórmula que se utiliza para conjurar el mal de amores: un clavo saca otro clavo. Puede ser una buena táctica. El problema es que así los argentinos siempre nos quedamos con un clavo.