La nueva tragedia ferroviaria del Sarmiento, esta vez con tres muertos y centenares de heridos, desnudaría dos cosas: la calamitosa política de transporte de esta década, sazonada con abundante corrupción; la inutilidad del voluntarismo como receta de un cambio. El fallo de la jueza María Servini de Cubría, que anuló por inconstitucional la elección de consejeros para la nueva Magistratura, representaría el primer límite férreo y, tal vez, insalvable en el afán de Cristina Fernández por avanzar con el control del Poder Judicial. El cierre del registro de alianzas para las primarias de agosto deparó al Gobierno otra noticia agria: Sergio Massa inscribió en Buenos Aires su Frente Renovador, al margen del FPV. No es todo: salvo un descalabro político en los próximos diez días, el intendente de Tigre tiene decidido encabezar la lista de diputados.
Temblaría la base electoral del cristinismo en el principal distrito del país.
Ocurre que Cristina se está quedando sin imaginación ni reservas políticas. La solitaria estrategia del relato resulta, a esta altura, estéril e irritante. Las complicidades y los negociados atentan, además, contra cualquier mínimo cambio de rumbo.
¿Cómo es posible y aceptable que con las denuncias que pesan contra Lázaro Báez por lavado de dinero, su empresa haya sido ungida por el Gobierno entre las dos principales oferentes para construir una gran represa en Santa Cruz?
Algo similar acontece con los ferrocarriles. La responsabilidad del área compitió desde el 2003 a Julio De Vido. El ministro de Planificación, luego de la tragedia de Once, eligió como secretario de Transporte a Alejandro Ramos. Un ex intendente de la localidad santafesina de Granadero Baigorria, especialista en cloacas. Ramos se dedicó todo este tiempo a hacer política en su provincia en nombre de De Vido.
La Presidenta ensayó otro maquillaje. Cedió el área de Transporte a Florencio Randazzo. El ministro del Interior había dedicado su tiempo hasta entonces a reordenar los documentos ciudadanos. La política es sólo patrimonio de Cristina. Randazzo se encontró en su nueva tarea con un peligroso obstáculo: nunca pudo hablar, por ejemplo, de la desquiciada herencia ferroviaria que le habían dejado De Vido y los ex secretarios Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi. Tampoco logró deshilvanar la trama de negocios oscuros alrededor de los trenes: los gremialistas ferroviarios siguen denunciando que la reparación de muchas formaciones corren por cuenta aún de una empresa perteneciente a los hermanos Cirigliano (Claudio y Mario). Ese clan ha sido procesado por el juez Claudio Bonadio a raíz del desastre en Once.
Randazzo se ajustó a esa realidad e hizo lo que pudo: anunció la compra de vagones (que recién podrían llegar en un año), el mejoramiento en algunas vías y estaciones, una mayor atención que el resto del Gobierno que integra para escuchar a los familiares de las víctimas de Once. Pero trabaja sin un plan maestro ni inversiones acorde, porque el cristinismo no los tiene. La responsabilidad política del manejo del sistema ferroviario es, de esa manera, una bomba de tiempo. Se demostró con la nueva tragedia del jueves.
El cristinismo confundió enseguida aquel puñado de monedas con una hipotética e importante fortuna. Quizá por su pobreza actual. Empezó a promover a Randazzo como posible candidato a diputado en octubre para acompañar o reemplazar a Alicia Kirchner en Buenos Aires. El ministro del Interior rehuye esa nominación porque presume que existiría para él un horizonte político en el peronismo después del 2015. Pero siente la presión. Ese juego fue barrido por el choque fatal de trenes en Castelar.
Cristina nunca habla de las malas novedades. Randazzo sobrellevó la tragedia aunque esta vez la Presidenta transmitió “un poquito de bronca e impotencia”. Varios de sus fanáticos se encargaron de embestir contra Servini de Cubría por la anulación de la elección de consejeros. Ella se reservó las municiones para disparar a la Corte Suprema, adonde llegó el conflicto por el per saltum que pidió el Gobierno con motivo del fallo adverso.
La Presidenta apuntó sobre cuatro de los integrantes del máximo Tribunal recurriendo, en casi todos los casos, a su proverbial facilidad para adulterar la historia. Cargó contra Ricardo Lorenzetti, el presidente, y dijo que había sido designado por Kirchner “sin conocerle la cara”. Falso: el ex presidente y ella misma, por separado, tuvieron una audiencia con Lorenzetti para conversar antes de proponerlo. Fue cierto en cambio, como dijo, que el ahora raleado ex senador santacruceño Nicolás Fernández obró de nexo. Además de descalificar al juez Carlos Fayt por su edad (95), pretendió utilizar su vieja adscripción al pensamiento socialista para justificar la politización de los jueces y refutar objeciones de la oposición. Lo que se cuestiona, en rigor, es la partidización a la que serían expuestos ahora integrando como candidatos las listas de los distintos partidos. Aquel ardid presidencial ocultaría otra falsedad: Fayt llegó a la Corte apenas se inauguró el gobierno radical de Raúl Alfonsín y no desde una administración socialista. El socialismo nunca ha gobernado en la Argentina, con excepción hoy de Santa Fe.
La ofensiva de Cristina hace ruido aunque, quizá, tenga menos peso que en sus épocas de auge. Difícilmente la mayoría de la Corte modifique un criterio que resulta casi unánime: la elección de consejeros por el voto popular viola la Constitución que, allá por los 90, fue aprobada por la propia Presidenta. Las fórmulas a mano para cambiar ese criterio también serían impracticables: para destituir un juez requiere los dos tercios del Congreso; para ampliar el número de miembros se arreglaría con mayoría simple. Pero después vendría la convalidación de cada uno de ellos. Una tarea larga, ardua e incierta.
En medio de ese camino asoma, por otra parte, una elección legislativa que amaga con ser mucho menos sencilla de lo que el Gobierno imaginó. El cristinismo tiene dificultades en los cinco grandes distritos electorales. Cristina piensa en el ex gobernador Jorge Obeid para mejorar la situación en Santa Fe. Apelaría de nuevo a Daniel Filmus en Capital, sin grandes esperanzas. Apuesta sobre todo a la fidelidad del votante bonaerense, al margen de los candidatos que presente. La Presidenta se cargará esa campaña al hombro.
En esas previsiones nunca se incluyó la irrupción de Massa.
El intendente de Tigre es el dirigente con mejor imagen provincial y nacional. Un fenómeno político que hablaría de sus méritos aunque también del enorme vacío en la escena argentina. Habría que ser cauto: nadie sabe todavía cuánto de esa imagen tendría traducción en caudal de votos. El cristinismo sigue suponiendo que Massa no competirá. Que la inscripción del Frente Renovador en Buenos Aires sería saldada con algunos delfines propios que, al final, podrían ayudar a fragmentar a una oposición ya fragmentada. Negocio para Cristina.
La realidad empezaría a dibujar otro paisaje. Massa ha hecho de su silencio y las consecuentes conjeturas casi una estrategia. No es que no posea dudas. Pero tampoco comulga con muchas palabras públicas que arriesgan sus frecuentes interlocutores e, incluso, con algunas que envía a decir. Su destino cercano sería más corto de lo que mayoría calcula: descarta de plano la presidencial del 2015; piensa sólo en la gobernación de Buenos Aires. Una banca en el Congreso no sería para eso un incómodo trampolín.
Existen otros elementos que abonarían su decisión de intervenir. La especulación ha llegado extremadamente lejos como para que opte, en el epílogo, por un apartamiento o una participación a través de simple delegados. Podría pagar un costo que arrojaría sombras sobre su objetivo de la gobernación. Massa es un dirigente ambicioso. Otro punto sería la consolidación de un frente de intendentes bonaerenses que lo respaldan y que suman 17. Un número que crecería automáticamente, sin dudas, apenas se postule. Se percibe en varios jefes comunales aún ligados al Gobierno que están a la expectativa. Un tercer dato, convertido en otro síntoma, sería la incorporación al Frente Renovador del partido de Alberto Fernández. El ex jefe de Gabinete K venía trabajando codo a codo con Daniel Scioli y con peronistas disidentes. ¿Se habría arrimado a Massa, de pronto, sin ninguna certeza?
El mutismo de Massa fue determinante para que las negociaciones entre Mauricio Macri y Francisco De Narváez nunca terminaran de prosperar. El jefe porteño está muy atento a los pasos del intendente de Tigre. En una vigilia similar figurarían Roberto Lavagna y José de la Sota.
¿Qué pasaría con Scioli?
El gobernador de Buenos Aires, como el cristinismo, supone que Massa no se arriesgaría ahora mismo.
“No tiene margen. El Gobierno lo va a acorralar”, repite.
“Y si decide postularse, ¿qué vas a hacer?”, le preguntó uno de sus principales asesores. Nunca contestó. Su poder provincial se vaciaría irremediablemente y moriría la ilusión presidencial para el 2015.
Massa sabe que tiene por delante un camino sembrado de pólvora, piedras y espinas. Pero parece dispuesto a transitarlo. Habrá un suspenso y un paréntesis hasta que haga publica su decisión. Después llegará la réplica de Cristina, que más virulenta será a medida que tome conciencia que ya nada para ella es como fue.