Desde la presidenta Cristina Fernández de Kirchner hasta el jefe de gobierno de la ciudad, Mauricio Macri, pasando por el gobernador Daniel Scioli y el diputado Francisco de Narváez, quien hoy lidera las encuestas de la provincia en las que no se incluye a Massa como candidato. El intendente hizo saber que en las próximas horas hará pública su determinación. Hasta el fin de semana pasado, parecía que iba a aceptar el desafío; que se transformaría en candidato a diputado nacional como jefe de su nuevo partido, el Frente Renovador Peronista (FRP), y dejaría a todos sus adversarios patas para arriba.
Las encuestas le sonríen. Hoy, le ganaría por más de diez puntos a cualquier candidato del Frente para la Victoria (FPV) y dejaría en tercer lugar a De Narváez, porque le arrebataría una buena parte de los votos opositores. Terminaría con el sueño de Cristina Eterna, porque su proyecto es incompatible con el alineamiento incondicional a la jefa del Estado. Y también pondría en tela de juicio la carrera presidencial de Scioli, ya que la victoria lo catapultaría de manera automática al primer lugar en la grilla de los aspirantes a suceder a la Presidenta. Se transformaría, sin dudas, en el político más importante de la Argentina después de la primera mandataria. ¿Por qué duda tanto, entonces?
Al principio, sus amigos y sus adversarios suponían que Massa no se definía porque planeaba una "campaña corta". Una campaña para dejar sin tiempo al Gobierno, cuyos hombres parecen dispuestos a demoler su credibilidad, como lo vienen haciendo con Scioli o con Macri. Pero ahora, al filo del cierre de las listas, ¿por qué todavía no se lanza? Él mismo informó a sus seguidores que el próximo 12 de junio, último día para inscribir los partidos, incluirá en la competencia a su organización. Y que probablemente espere hasta el último minuto, el próximo 22 de junio, para dar a conocer los nombres de los postulantes de su espacio. Los intendentes, los empresarios y los sindicalistas que lo apoyan ahora lo presionan de manera desembozada. De Narváez dejó abierta la puerta para sumarse al mismo espacio político y Macri le mandó a decir que Pro lo apoyaría casi sin condiciones. "Todos quieren subirse al ring para levantarle la mano al campeón del mundo, pero el que va a estar solo, sentado en el banquito, peleando contra un peso pesado que lo va a querer matar durante los próximos dos años soy yo", me dijo hace poco, mientras a su celular entraban tres o cuatro llamadas por minuto.
¿A qué le teme Massa? ¿Vio algo que no le gustó, como denunció hace muchos años, en su media lengua, el senador y ex piloto de Fórmula Uno Carlos Reutemann? El intendente analizó el escenario una y mil veces. Sabe que puede ganar con cierta comodidad, pero teme que se genere una expectativa demasiado grande alrededor de su figura. Una enorme e intensa demanda que él, desde una banca en Diputados, quizá no logre satisfacer. Una mezcla de la caída de imagen que sufrió Barack Obama después de ganar la presidencia de los Estados Unidos con la decepción que generó De Narváez entre quienes lo votaron en 2009. "La sociedad me va exigir que actúe como si ya fuera presidente y yo no voy a tener con qué", le explicó un día a un enviado de Macri, que esperaba obtener una definición.
Su esposa, Malena Galmarini, una militante social de fuertes convicciones, le juró que lo seguirá adonde vaya. Y le prometió que no lo iba a presionar en ningún sentido. Sólo le comentó que si al final Sergio se lanzara, lamentaría mucho que desde el Gobierno alguien decidiera tomar de rehenes a las familias de Tigre que reciben planes sociales, asignaciones y otros beneficios. Ella teme que se los corten de un día para el otro. "La ayuda a los que menos tienen no debería estar atada a las decisiones políticas de los dirigentes", interpretó.
Pero Massa tiene otro problema. Su altísima imagen positiva y su intención de voto están atadas a su silencio público sobre los asuntos clave de la Argentina. Es un fenómeno parecido al de Scioli, pero con una menor responsabilidad institucional. Ahora, su enorme potencial electoral se nutre de votantes que simpatizan tanto con Cristina Kirchner como con Macri o Hermes Binner. Pero, ¿qué opina el intendente sobre la reforma de la Justicia, el blanqueo de capitales, la adulteración de las estadísticas oficiales del Indec y el cepo cambiario? ¿Y cómo reaccionarían sus votantes si empezara a decir qué es lo que piensa?
Para Massa, Cristina es alguien que, si pudiera, lo destruiría; Scioli es un hombre con miedo que no se anima a romper; a De Narváez le "faltaría peronismo", y a Mauricio lo considera un dirigente con el que se puede negociar. Piensa, además, que la foto que se tomaron en Córdoba el gobernador José Manuel de la Sota, De Narváez, Roberto Lavagna, Hugo Moyano y Gerónimo Venegas "representa más el pasado que el futuro". ¿Y qué pasaría si Massa, en vez de "jugar" él mismo, apoyara, como su candidato, a Felipe Solá o a la propia Malena Galmarini? Responde un hombre muy cercano a De Narváez. "Terminaría siendo funcional a Cristina, porque fragmentaría el voto de la oposición y permitiría que Alicia Kirchner o cualquier candidato del Gobierno obtuviera el primer lugar."
Massa, quien suele abrir el paraguas ante cada amenaza de lluvia, sostiene que ese diagnóstico es equivocado. Que aunque él no se presente en octubre, tanto en la provincia como en el resto del país perderá el oficialismo y ganará la oposición. Que en la provincia las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) funcionarán como una gran interna y que el candidato opositor que obtenga más votos ganará en octubre, porque sumará a los propios el caudal de los que jamás elegirían a un postulante de Cristina. "Y si Sergio está tan seguro de que en las próximas elecciones gana la oposición, ¿por qué no deja de dar vueltas y anuncia su candidatura de una vez?", se preguntó, impaciente, un hombre del gobernador Scioli que preferiría a Massa fuera de este "juego".
"En una de ésas les termino dando el gusto", dejó una puerta abierta Massa en las últimas horas. Lo dijo después de escuchar a un analista que le explicó que, a esta altura del partido, no salir a jugar tendría un alto costo dentro y fuera del peronismo. Que le endilgarían falta de coraje. Y que muchos de los que apostaron por él le darían la espalda. También le dijo que si hasta ahora a Scioli no lo habían volteado, tampoco les resultaría tan fácil hacerlo con él, porque su estilo no confrontativo responde al perfil de líder que demanda la mayoría de la gente. Y agregó que en el caso de que la cosa se ponga muy fea, siempre podría regresar a Tigre, donde la semana pasada el 92% de los vecinos consultados se mostraron muy de acuerdo con su gestión.