La decisión presidencial de bajar las candidaturas testimoniales, que el gobernador tucumano, José Alperovich, acaba de oficializar, obedecería a una cavilación producto de frustraciones pasadas: ese ensayo, que empinó en una misma lista en Buenos Aires en el 2009 a Néstor Kirchner, Daniel Scioli y Sergio Massa, de nada sirvió para evitar la derrota. La renovada ofensiva cristinista contra el gobernador de Buenos Aires tendría, en cambio, una dosis mayor de pasión que de razón. La Presidenta estalló de ira el domingo cuando leyó la respuesta casi florentina de Scioli a sus airados reclamos de falta de acompañamiento y defensa de su figura y su gestión. “Entiendo a la Presidenta. A mí también me gustaría sentirme más acompañado”, disparó el mandatario. Un cúter tajeó la habitualmente frágil tolerancia de Cristina.
La Presidenta había aludido en su queja, sobre todo, a dos cosas. La ausencia de voces unánimes en el poder que desmientan la marea de denuncias de corrupción que involucran a empresarios K y a su propia administración. Una tarea de la cual ella prefiere no encargarse. También está molesta porque el oficialismo, luego de respaldar su reforma judicial, se llamó a silencio. Pero el conflicto con Scioli posee otra densidad. Algunos parangonaron el enojo de Cristina, con Scioli sentado a su derecha en el acto en Lomas de Zamora, con aquel exaltado reclamo que en septiembre del 2010 le hizo en público Kirchner por la salidera bancaria en La Plata que mató al bebe de Carolina Píparo. El ex presidente le pidió entonces que dijera quién “le ata las manos” para combatir la inseguridad. Ese diferendo lo zanjaron en forma privada, antes de la muerte de Kirchner. Con Cristina es diferente.
Resulta difícil, hasta imposible, cualquier retorno.
La réplica del gobernador no fue casualidad. Pudo haberlo sido su acierto. Aguardó cenando en su casa del Tigre, hasta la madrugada del domingo, la llegada de los diarios en los cuales había formulado las declaraciones. Dicen que sonrió satisfecho cuando las leyó. Había respondido con la misma moneda: Scioli se siente permanentemente asediado por el cristinismo en su gobierno.
Los fantasmas de la corrupción, al menos por ahora, no figuran en la ofensiva. Pero golpea el estrangulamiento económico que, entre muchas cosas, mantiene latente el conflicto de los docentes provinciales. Y la política contra el delito y el narcotráfico, cuyos cuestionamientos podrían regresar potentes con la integración de Arturo Puricelli y Sergio Berni en el Ministerio de Seguridad.
El cristinismo interpretó enseguida el malhumor de la Presidenta y avanzó sobre el gobernador. De poco sirvió esta vez su bálsamo: “Nunca romperé con el Gobierno”, prometió. Juliana Di Tulio, la nueva titular del bloque oficialista que sustituye a Agustín Rossi, lo convocó con tono barrabrava a “defender los trapos”. Gabriel Mariotto, el vicegobernador, lo acusó de falta de compromiso. Y el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, le espetó que “a los tibios los vomita Dios”. Domínguez sabe demasiado de ambas cosas.
Hugo Moyano dijo ayer que esa virulencia cristinista obedecería al deseo de tumbar a Scioli. O de hacerlo renunciar para reemplazarlo por Mariotto. “Ni con el brazo ortopédico serían capaz de hacerme firmar una renuncia”, aseguran que, con dosis de humor negro, ironizó el gobernador la última madrugada del domingo. El camionero, tal vez, esté exagerando para acicatear al mandatario.
Sucede que Cristina se balancea en una contradicción: desea íntimamente fulminar a Scioli pero, como vienen las cosas y las encuestas, es casi seguro de que lo necesite para la campaña electoral. La Presidenta no dispone de nada mejor para pelear ese territorio que Alicia Kirchner.
La ministra de Desarrollo Social está empezando a quedar, en la previa, por detrás de Francisco de Narváez. Cristina se pondrá la campaña al hombro, aunque difícilmente pueda hacerlo en medio de una guerra destituyente contra Scioli.
Ese objetivo sería posible, a lo mejor, en otro contexto. Con la candidatura de Sergio Massa en nombre del cristinismo. Sólo así el Gobierno podría animarse a prescindir de Scioli. Pero el intendente de Tigre no contempla tal posibilidad.
Ni siquiera estaría convencido de participar en un tiempo electoral que cada día se advierte más complejo, judicializado y hostil.
La lógica del cristinismo ahora podría ser la de siempre. Desgastar simplemente a Scioli, marginarlo en el armado de las listas para agosto y octubre e incinerarle su ilusión sucesoria del 2015. Los cristinistas, además , hace rato que suponen que el gobernador oculta un plan alternativo: colocar candidatos propios, sobre todo provinciales, en las listas de De Narváez donde, en primera línea gerencial, trabaja su hermano, José.
Buenos Aires es el distrito electoral clave para Cristina y la oposición. Pero también, por lo visto, el más complejo de encarrilar. La Presidenta, con el desplazamiento de Rossi en Diputados, intenta ordenar el peronismo en Santa Fe, donde la figura electoral más sólida sigue siendo el socialista Hermes Binner. En Capital, daría vueltas de nuevo en torno a Daniel Filmus. Más de lo mismo: símbolo de los tiempos que corren.