La decisión, apelada luego, es, sobre todo, símbolo de un proceso mucho más amplio y profundo. El sistema de partidos ha dejado de existir en la Argentina y sólo es perceptible la implosión de cada una de las fuerzas políticas que preexistían. El desorden intelectual y político se apoderó de sus dirigentes, sean éstos oficialistas u opositores.
La parálisis y la confusión prevalecen cuando restan apenas cuatro días hábiles para el vencimiento del primer plazo electoral, el de la inscripción de alianzas.
La política pregunta sólo por la decisión final del intendente de Tigre, Sergio Massa, cuya candidatura a diputado nacional podría cambiar todas las encuestas que existen en la provincia de Buenos Aires. Cristina Kirchner espera esa decisión para designar a su candidato o candidata. Daniel Scioli está pendiente también de Massa, porque el salto de éste obligaría al gobernador a jugar de alguna manera en este año, en que él preferiría no jugar.
La espera presidencial carece de una explicación racional. La Presidenta no tiene candidatos electoralmente eficientes en Buenos Aires, con Massa o sin él. Ni Alicia Kirchner ni Sergio Berni ni Florencio Randazzo le aseguran, en las actuales mediciones, un triunfo en el único de los cuatro distritos grandes del país en el que el cristinismo imaginaba una victoria. Cerca de Scioli descartaron que Cristina esté buscando un apoyo electoral del gobernador. Lo acaba de maltratar en público de mala manera. ¿Para qué lo devaluaría si aspirara a conseguir la ayuda electoral de Scioli? La única respuesta posible es que Cristina se niega a hacer política. Sus decisiones están dominadas por sus humores, que son muchas veces invariables.
Las últimas versiones indican que Massa podría anunciar en los próximos días su candidatura. Ya habría ofrecido varios lugares en su eventual lista de candidatos a diputados. Ginés González García, ex ministro de Salud de Néstor Kirchner y embajador en Chile de Cristina; José Ignacio de Mendiguren, presidente hasta hace poco de la Unión Industrial, y el intendente de Almirante Brown, Darío Giustozzi, un cristinista que recientemente se apartó apenas unos centímetros del total alineamiento, son algunos de los nombres que podría incluir la oferta de Massa. Son coherentes con sus promesas de no hacer cristinismo ni anticristinismo. Sería, en tal caso, una lista propia de una oposición light, que es la oposición que le gusta a Massa.
Aun cuando todo indica lo contrario, Massa siempre deja abierta la puerta para decir que no. El fenómeno Massa habla menos de sus méritos y señala mucho más la absoluta falta de dirigencia notable en la provincia de Buenos Aires. Scioli es el otro que comparte el favor de las encuestas, pero él tampoco quiere jugar contra el Gobierno ni a favor del Gobierno. Los dos son hijos de un proceso en el que la imagen dice más que las palabras. Son las condiciones de la política actual en todo el mundo, pero esa transformación no abolió en ningún otro lado, como aquí, la palabra de la política.
En ese distrito decisivo, la oposición está tan desorientada como las distintas variantes del oficialismo. Francisco de Narváez optaría por ser aliado de Massa, porque una confrontación con éste podría condenarlo a la derrota. Massa lo espolea enviándole mensajes afectuosos a Mauricio Macri. De Narváez y Macri están encerrados en un resentimiento personal que la política no puede explicar. Han sido aliados, pero luego, es cierto, De Narváez abandonó a Macri y más tarde se dedicó a deshojarle a éste el bloque de legisladores de la Capital, crucial para gobernar la ciudad.
También en Buenos Aires la propia coalición en ciernes entre el radicalismo y el FAP tropezó en las últimas horas con la aparición de Dante Caputo, mal visto por el radicalismo. Caputo, que fue el canciller histórico de Raúl Alfonsín, tuvo alguna expresión desdeñosa para el radicalismo bonaerense, cuya estructura es todavía dominada en gran parte por Leopoldo Moreau, más cercano al cristinismo que a la oposición.
Caputo no dijo nada que un político no pueda decir y, menos aún, que provoque reacciones irreconciliables. El radicalismo le reprocha a Hermes Binner que lo haya sorprendido con la candidatura de Caputo. El ex canciller es una cabeza lúcida de la política argentina y tiene experiencia en la resolución de graves conflictos políticos en América latina (viene de un importante cargo en la OEA). La historia del radicalismo y el presente de la política argentina aconsejaban un diálogo sobre ese disenso. Pero la oposición tampoco hace política.
Caputo y Roberto Lavagna tienen un programa parecido. Antes que coaliciones inverosímiles, ambos prefieren acuerdos bien estructurados sobre lo que el conjunto de la oposición debería hacer si ganara en octubre una mayoría parlamentaria. Caputo propone un pacto opositor sobre las leyes de Cristina Kirchner que luego deberían ser derogadas o modificadas. Lavagna trabaja desde hace mucho tiempo en un amplio acuerdo para impedir cualquier reforma de la Constitución y, entre otras cosas, proteger la integridad del Poder Judicial.
Pero Lavagna tiene problemas con Macri. El líder capitalino cerró virtualmente las puertas a un acuerdo con el ex ministro de Economía, con el que se había deslumbrado en varios encuentros personales. Macri corre el riesgo de que la coalición Carrió-Solanas termine acordando ir a internas en agosto con el radicalismo y el FAP. Carrió vio crecer últimamente su electorado capitalino por la confirmación de sus viejas denuncias de corrupción. También lo persigue a Macri la amenaza de que una candidatura de Massa en la provincia de Buenos Aires prefiera encumbrar a Lavagna en la Capital como candidato a senador, sin Macri.
Dirigentes macristas han deslizado que el retorno de Lavagna a las negociaciones requeriría una adhesión inconfundible del ex ministro a la candidatura presidencial de Macri para 2015. Nadie con experiencia le pediría a un político que haga eso con dos años de antelación. Pero ese requisito desnuda, de algún modo, la discordia de fondo entre ellos. La prioridad de Lavagna son las próximas elecciones. La crisis política e institucional podría tomar dimensiones más graves aún, dicen a su lado. Es necesario, por lo tanto, que Cristina Kirchner se notifique de sus límites electorales. El macrismo está más obsesionado con 2015 que con 2013.
La corriente de Macri cree que los partidos políticos están destruidos y que algo nuevo debería surgir. ¿Se equivoca? No. Pero otra cosa es convertir a su propio partido en lo único que queda con vida y regodearse con la extinción de las organizaciones partidarias. Y mucho peor es no intentar una reconstrucción (o la creación) de un sistema de partidos. Los políticos, por más que pertenezcan a marchitadas organizaciones partidarias, tienen una pertenencia a la que no renunciarán fácilmente. La historia indica, por lo demás, que la ausencia de partidos políticos les abrió siempre las puertas a los liderazgos cesaristas. Historia y presente, otra vez. La historia se replica, incansable.