El gobierno kirchnerista les teme a las corridas bancarias; tiene pánico frente a la hipótesis de que la policía mate en la calle a un manifestante; lo descolocan los sucesos que no figuran en su agenda secreta, y se atribula si algún opositor le frena alguna de sus cruzadas. Pero la contradicción, ese pozo dialéctico capaz de sonrojar hasta al más pragmático, no le hace mella. Está en su naturaleza. También la audacia.

Pocos gobernantes se habrían animado a lanzar en medio de una tormenta de investigaciones sobre lavado de divisas por personas vinculadas al poder un plan oficial destinado, precisamente, a blanquear divisas. ¿Es todo? No, falta lo mejor. El Estado, según este plan, cerrará los ojos y preguntará poco con tal de que le traigan dólares, quién sabe ganados cómo. La movida tiene nombre eufemístico. No se llama "ojos cerrados" ni "lavado para todos" sino "exteriorización voluntaria de la tenencia de moneda extranjera en el país y en el exterior". Que si no fuera por los colchones y las cajas de seguridad de los bancos locales se habría reducido a "exteriorización voluntaria de lo que está en el exterior". El blanqueo es un asunto extraño, pero siempre es mejor que una interiorización forzosa de lo que está en el interior.

En simultáneo con el plan -llamémoslo con crudeza- "Cerrar los ojos para lavar", el Gobierno lanzó el programa Mirar para Cuidar. Queda claro que en el supuesto de que el Estado mire, tiene dos formas de hacerlo: para el costado y de frente. Eso sí, para mirar de frente necesita ayuda.

Como se congelan 500 precios, hay que escorchar para que formen escarcha, por lo menos hasta pasar el invierno (sic). Después (de las elecciones) será otra historia.

Mirar para cuidar también es un enunciado eufemístico. Hubo quienes entendieron que significaba apretar (entre ellos, los intendentes), pero sólo se trata de cuidar que los que producen la inflación eviten tentarse con subir la lechuga para purgar ánimo destituyente. La inflación, explicó la Presidenta, la producen los comerciantes y los empresarios.

No está muy claro por qué el Estado que el Gobierno dice haber fortalecido todos estos años carece de inspectores lo suficientemente robustos como para pasearse por las góndolas sin miedo. Necesitan la escolta de militantes kirchneristas. ¿O viceversa?

"Yo estoy muy obsesionada con esto del empoderamiento de las políticas públicas por parte de la sociedad", dijo la Presidenta el miércoles. Subyace en la idea una sinonimia entre sociedad y militancia kirchnerista. Y un derroche: la militancia kirchnerista no necesita ser empoderada porque ya viene así de fábrica.

En la noble acción de controlar, el Estado, es verdad, no descuella. Casi ningún organismo de control se lució por su trabajo durante la década ganada, lo cual es probable que tenga alguna relación con el "desempoderamiento" al que esos organismos fueron sometidos.

Justamente uno de los problemas que tienen muchos ciudadanos a los que les encantaría sentirse empoderados para controlar el buen funcionamiento de los trenes, los celulares, las clases, la compra de divisas para viajar o los cortes de luz es que cuando acuden al Estado, en el mejor de los casos, no consiguen resultados eficaces. Lo más probable es que no les atiendan el teléfono.