Desde 1960, la población del mundo se duplicó. En realidad, creció un poco más: pasó de 3.000 a 7.000 millones de personas. En este mismo lapso, la producción de alimentos aumentó de 640 kilos per cápita a 740 kilos per cápita, aun cuando la superficie de suelo per cápita se redujo a la mitad.

Del total, los grupos alimentarios que tienen baja densidad nutricional (cereales, raíces o tubérculos) se redujeron, y subieron los grupos como frutas, verduras, carnes, huevos o aceites vegetales. El único grupo de alta densidad que disminuyó, poco, fue el de los lácteos.

Desde 1900, los alimentos bajan su precio un 1% anual, en términos reales. En la actualidad, los productos alimentarios básicos valen sólo un 57 % de lo que costaban entonces.

El aumento en los años recientes los llevó a un nivel semejante a los de la crisis del 30. El proceso fue acompañado por un incremento en el porcentaje exportado sobre el total producido, aumentando la especialización productiva de algunos países y la dependencia de otros.

En frutas, en 1960, el mundo exportaba el 8% de lo producido y ahora el 16%. En este producto, Argentina pasó del 5% al 35%; en leche, del 1% al 21%; y en maíz, del 36% al 66% de lo cosechado.

La productividad, kilos por unidad de superficie, explica el 70% del crecimiento global en la producción de alimentos. Y el aumento de superficie sólo el 30%. Comparada con 1960, la productividad global es más que el doble, y en el país casi duplica la global para cultivos extensivos, y es similar en el resto.

La Argentina lo logró generando paradigmas amigables con el medio ambiente y muy productivos, como la siembra directa, que con rotaciones, manejo integrado de plagas, fertilización y uso racional de agroquímicos, es insuperable.

Esta productividad se logra por incorporar más conocimiento por metro cuadrado y por hora.

Ese conocimiento está presente desde la semilla, a partir de la biotecnología incorporada, y los microorganismos, nutrientes y agroquímicos adheridos a la misma, hasta la sembradora, que a través de un satélite, la distribuye de la mejor forma en el terreno a partir de planos de rendimiento generados por la cosechadora en el ciclo anterior. A eso se suman los diseños novedosos y eficaces de gestión.

En agroquímicos, una verdadera revolución logró bajar significativamente las dosis usadas por hectárea, y diseñar productos clasificados IV (los que normalmente no ofrecen peligro), que hace 20 años eran inexistentes, y hoy son el 85% del total aplicado.

Estas tecnologías permiten combatir eficazmente las malezas, plagas y enfermedades en el marco del uso racional y las buenas prácticas de manejo.

El desafío que se nos presenta es múltiple, ya que sin mucho suelo para incorporar a la agricultura, habrá en 2050 más de 9.000 millones de personas.

En este contexto, centenares de millones de pobres rurales pasaran a las clases medias urbanas, cambiando su consumo, y aparecen nuevos usos para los productos agrícolas (industrial, energía, mascotas, etc.).

Este desafío a la productividad debe lograse con sistemas fuertemente sustentables. A ello hay que agregar que en la actualidad 1.000 millones de personas no acceden a las calorías necesarias, 2.000 millones tienen sobrepeso y estamos inmersos en un cambio climático muy importante.

La tecnología agrícola es una historia de éxito global, producto de mucha investigación proveniente del sistema científico, de importantes inversiones de las empresas vinculadas al sector, del talento de los empresarios de punta que, aunados, lograron que dispongamos de más, mejor y más baratos alimentos que en ningún otro momento histórico de la humanidad.

Ahora, hay que seguir profundizando la hazaña imprescindible, con más y mejor ciencia y tecnología aplicada.

Por Fernando Vilella - Director del Programa de Agronegocios de la FAUBA