El filósofo alemán Friedrich Nietzsche, uno de los grandes dinamitadores de la racionalidad occidental, dejó los textos entrecortados de Así habló Zaratustra antes de hundirse en la locura. Dice Zaratustra: "Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno. y vendré otra vez con este sol, con esta tierra... vendré de nuevo a esta misma e idéntica vida... para enseñar de nuevo el retorno de todas las cosas".
Lo que en la Argentina siempre retorna es, por supuesto, el peronismo, un partido o movimiento o mito político que sigue constituyendo un enigma difícil de descifrar para sociólogos y politólogos del mundo entero. ¿Neofascista? ¿Conservador disfrazado? ¿Tercermundista, de liberación nacional? La etiqueta más usada recientemente es la de populismo. Alguna vez intentamos explicarlo, desde estas mismas páginas, con la teoría del deseo mimético de René Girard. Su capacidad para metamorfosearse le ha permitido, sin rubor, pegar el volantazo hacia la izquierda o la derecha, hacia el estatismo o las privatizaciones. Su núcleo duro lo formaron las estructuras sindicales (a menudo descriptas como mafiosas) y las clases menos favorecidas del superpoblado Gran Buenos Aires. Ha facilitado el "entrismo" de sectores fuertemente ideologizados, en su mayor parte provenientes del marxismo y la izquierda radical, para terminar absorbiéndolos y disolviendo sus vertientes críticas. El alistamiento de camaradas derechistas, como la Ucedé en tiempos de Menem, ha sido más vergonzante.
Un ejemplo sorprendente lo brindan hoy los grupos intelectuales definidamente progresistas (como Carta Abierta) que apoyan con fervor al Gobierno, sin inmutarse ante el hecho de que sus jefes políticos sean millonarios rentísticos, alejados no sólo del perfil patrimonial de Lenin, Mao o el Che Guevara, sino también de líderes socialdemócratas como Willy Brandt, Felipe González o Michelle Bachelet. Nos sorprenderíamos si ex militantes de la guerrilla, en su momento sometidos a cárcel y torturas, como Pepe Mujica y Dilma Rousseff, se dedicaran a construir gigantescas bóvedas de caudales. Por supuesto que no descartamos que un millonario pueda convertirse en reformador social, pero difícilmente lo consiga sin alguna renuncia o sacrificio personal.
Retorno con distintas formas, entonces, pero siempre el mismo retorno en lo esencial. Un año electoral de mitad de mandato nos sacude, gravado por severas denuncias de corrupción, por un demoledor avance sobre la Justicia, por una desaceleración del crecimiento económico, por cierto aislamiento internacional y por una pelea a muerte del Gobierno, no contra la pobreza y el despilfarro, sino contra un multimedio y la prensa independiente en general.
El peronismo es hegemónico desde 1946, y ha gobernado 22 de los últimos 24 años. Los jóvenes votantes que ejerzan sus derechos por primera vez (de 16, 18 ó 20 años) no han visto ni sufrido a otros gobernantes que no sean peronistas. Este movimiento de escurridiza ideología ha sido el problema y también la solución. Se verá si gravita más, en el conjunto del electorado, el cortoplacismo a menudo eficaz del peronismo, con sus asignaciones y planes sociales, o bien la absoluta falta de proyectos de largo aliento y de índole estructural, que se ha hecho sentir con particular intensidad en los ámbitos de la energía y el transporte.
Nietzsche diría que lo hemos vivido otra vez, y que volveremos a vivirlo. Y la verdad es que lo que vemos es la obstinación del peronismo kirchnerista por permanecer en el poder más allá de 2015, y la reciente presentación en sociedad, más o menos orgánica, del peronismo disidente, con Lavagna, De Narváez, De la Sota y Moyano, que se opone (con buenas razones, hay que decirlo) al peronismo oficial, mientras los dos esperan con ansiedad la actitud de un peronista de la tercera vía, ni oficial ni disidente: el intendente de Tigre, Sergio Massa, a quien las encuestas otorgan una considerable buena imagen.
El sentido común popular, ante esta avalancha, no puede menos que concluir que la única gobernabilidad posible es la peronista. Y por último, los argumentos tenidos por irrebatibles. El peronismo, con su cultura y sus mitos, es lo que más "se parece" a la sociedad argentina, y viceversa. Las diversas bases peronistas, como siempre, terminarán reuniéndose. La oposición fuera del peronismo, como alternativa cierta y firme, no existe. Y el peronismo, de todos modos, no la dejaría gobernar.
¿Realmente no existe? Abandonar aquí el comentario y aceptar con resignación esta serie de vistosas falacias, sería un acto de cobardía intelectual. La construcción de un nuevo sistema político, en que haya auténticas opciones y donde el peronismo no sea el único protagonista, sería altamente deseable para la prosperidad de los argentinos y la competitividad democrática. A los peronistas, un justo reconocimiento por su capacidad para acercarse a la gente común, a los desposeídos, pero también una fundada crítica por su responsabilidad, como fuerza hegemónica, en la decadencia y la pérdida de oportunidades para un país al que aguardaban mejores destinos.
Una módica esperanza, a la que habrá que prestar atención, ha surgido con el virtual lanzamiento, como temprano candidato presidencial, del radical Ernesto Sanz, ex intendente de la ciudad mendocina de San Rafael y actual senador nacional. La novedad es que parece contar con el apoyo de casi todo su partido, que otras veces se ha desgastado en dilatados e inútiles internismos. Casi todo no significa todo: habrá que ver qué opinan los otros dos eventuales aspirantes: el ex vicepresidente Julio Cobos y el diputado nacional Ricardo Alfonsín.
El discurso de Sanz, de claro contenido desarrollista y modernizador, configura una visión del futuro argentino diferente de la del peronismo. Por otra parte, su interés en el valor estratégico de la lucha contra la corrupción puede compartirse, tanto como la defensa de los compromisos republicanos y de los acuerdos básicos entre partidos. La concepción de una escuela "formadora" más que de una escuela "contenedora" remite a prácticas educativas con tradición en el país.
Pero las buenas intenciones, por mejor expresadas que estén, no bastan. Primero, Sanz deberá unificar y dar cohesión a su propia tropa. Después, mostrar que cuenta con equipos idóneos y elaborar un programa sencillo y al mismo tiempo abarcador, que pueda ser llevado, de puerta en puerta, a todo el país. Y, finalmente, ser capaz de proponer diálogos constructivos con otras fuerzas opositoras, que puedan anticipar alianzas electorales o, como mínimo, consensos institucionales, en un ancho espacio que no admite límites ni tachaduras.
Un panorama con los mismos compromisos y que obliga a la misma y necesaria generosidad se ofrece a los demás precandidatos de la oposición, marcados por ahora, al igual que Sanz, más por el deseo que por la realidad. Sólo se consignarán tres nombres, diferentes entre sí pero que no por ello deberían naufragar en el prejuicio y en el enclaustramiento.
Uno de ellos es el socialista Hermes Binner, con experiencia de gobierno en la provincia de Santa Fe, y que ha resignificado, para su tradicional partido, las virtudes de honestidad y tenacidad que lo caracterizaron. Otro es Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad autónoma de Buenos Aires, emparentado con el centrismo liberal, que ha depositado en el dinamismo de la gestión pública sus ambiciones electorales. Y por fin hay que mencionar a Elisa Carrió, inflexible fiscal de la República, que incluso arriesgándose a la incomprensión popular ha batallado contra la corrupción y en favor del ordenamiento constitucional.
¿Podremos, en medio de la crisis, las amenazas cruzadas y el ruido de las cacerolas, unirnos y convencer a nuestros compatriotas (y convencernos a nosotros mismos) de que otro sistema que no se vea abrumado por el eterno retorno peronista es posible, y que en ese nuevo escenario el peronismo será un competidor como todos, sin fatalidades ni privilegios a la vista? Sería bueno probarlo por una vez.
Cambiar no es fácil. Vamos a manipular una vez más a Nietzsche, con el perdón de apreciados amigos (como Silvio Maresca, que es peronista y nietzscheano de buena ley). Nos sirve el título de la última obra del filósofo, una suma de aforismos compilados por su hermana: La voluntad de poder. Sobre esa materia el peronismo todavía tiene bastante, quizá demasiado, para enseñar.