El llamado "modelo" parece haber entrado en terapia intensiva. Más allá de los discursos oficiales que intentan mostrar una venturosa situación económica y social, que no es la que realmente se percibe en la calle, las estadísticas serias exponen una evolución preocupante. Las actividades productivas se mueven en un marco de estancamiento de la economía, donde sólo crecen ciertos sectores relacionados con bienes durables que protegen de la inflación, como el de los automóviles, mientras que otros que responden al salario decrecen, como el de los alimentos y supermercados.
La construcción muestra una caída motivada por el cepo cambiario que difícilmente será resuelta por el blanqueo. Las exportaciones industriales y regionales están afectadas por el retraso del dólar oficial. La producción de energía y combustibles no sale del marasmo al que la llevó la ruinosa política oficial, traducido en un fuerte crecimiento de las importaciones de gas y combustibles líquidos. El déficit fiscal bien medido, luego del pago de intereses, alcanza a 4 puntos porcentuales del Producto Bruto Interno (PBI), y es financiado preponderantemente por el Banco Central, es decir, con emisión. La expansión monetaria alcanza cerca del 40 por ciento anual y la inflación real es del 24 por ciento.
El saldo de la balanza comercial decrece sin que sea compensado por el turismo y los servicios. Los viajeros argentinos demandan dólares oficiales para sus pasajes y gastos o extracciones con tarjeta, y los extranjeros que llegan al país venden sus divisas en el mercado paralelo, sin alimentar las reservas del Banco Central, por otra parte recortadas por la cancelación de créditos de las empresas.
Además, el gobierno nacional utiliza esas reservas para pagar los vencimientos de su deuda externa. Todos estos movimientos determinan un saldo negativo que se traduce en su pérdida continua. Desde comienzos del corriente año, las reservas han pasado de 43.035 millones de dólares a menos de 39.000 millones en la actualidad. El promedio mensual de disminución es de unos 935 millones, lo que teóricamente indicaría que hay todavía reservas para 42 meses. Sin embargo, esa conclusión no es correcta y el horizonte real es claramente más corto. Por otro lado, existen dudas sobre la forma en que se atesoran esas reservas teniendo en cuenta la amenaza que hoy representan para nuestro país los fondos denominados "buitre".
Se sabe, además, que dentro de las reservas están comprendidos los encajes de los depósitos en dólares que los bancos deben mantener en el Banco Central. Hay un permanente drenaje de estos fondos por la desconfianza a un eventual corralito o a una pesificación.
En la contabilidad de las reservas también figuran préstamos del Banco de Ajustes de Basilea por alrededor de 3600 millones de dólares, que tiene su contrapartida en el pasivo correspondiente. Y, en el pasivo reclamable, están los títulos emitidos por el Banco Central (Lebac y Nobac), que, al 7 del mes actual, alcanzaban el equivalente de 23.455 millones de dólares. El respaldo de estos pasivos, además de las reservas, es el stock de bonos recibidos del gobierno nacional cada vez que las utilizó para pagar deuda pública. Pero estos son títulos no negociables que, a su vencimiento, serán renovados. Nada pueden respaldar.
En definitiva, deducidas las obligaciones reclamables, el Banco Central dispondría de activos netos por poco más de 12.000 millones de dólares. Con esto debería responder no sólo al déficit mensual de divisas de 935 millones, sino también a la base monetaria que alcanza el equivalente de 56.940 millones de dólares.
Esta exagerada insolvencia explica el cepo cambiario para que los tenedores de pesos limiten al extremo la compra de dólares de las reservas para viajes o para distribuir utilidades. Ya estamos en zona de alto riesgo, con incapacidad para enfrentar un mayor ritmo de drenaje de reservas por ampliación de la brecha y por el inevitable derrumbe de la confianza. Y este proceso no cesará mientras el Gobierno continúe actuando sobre los efectos de la crisis y no sobre sus causas.