Desde que en los primeros documentales sobre la dictadura militar comenzó a aparecer y a repetirse aquí y en todas partes esa imagen de Videla vestido de civil hablando de los desaparecidos, supe que era parte de la respuesta a mi pregunta de aquel día de diciembre de 1979 en la Casa Rosada.
Trabajaba en la agencia Noticias Argentinas, lo que es decir al amparo de la valentía y el rigor profesional de Horacio Tato.
El régimen militar creía entrar en una etapa de "apertura", hablaba de "herederos" del llamado Proceso y actuaba como si el tiempo, el largo futuro, estuviera también bajo su señorío, como lo estaban la vida y las libertades.
Dos meses antes, un domingo de octubre en la Plaza San Pedro, el papa Juan Pablo II había hablado públicamente de la situación en la Argentina y de eso me valí para preguntar por los desaparecidos y los detenidos sin proceso.
Las palabras del Papa fueron mi vía de acceso, el resquicio que habré encontrado para hablar de lo que no se hablaba, explicación que me doy ahora, que sólo me di hace unos pocos años cuando la producción del programa Lo pasado pensado, de Felipe Pigna, obtuvo una versión completa de aquella conferencia de prensa, que había sido transmitida en directo. (Dicho sea de paso, aquel mismo día por la noche, cuando se retransmitió, ya no figuraba mi pregunta ni tampoco la del colega Oscar Muiño.)
Porque yo recordaba qué había preguntado, pero no cómo lo había hecho.
Y si las palabras del papa Juan Pablo II encauzaron mi interrogante a Videla, lo ayudaron a eludirlo: ingresó en una larga perorata para explicar que el Pontífice habla para el mundo, que su prédica era parte del cumplimiento de su misión pastoral con la que coincidía como gobernante y como católico y que.
Es decir, pasó a recitar el discurso oficial, el de la "guerra que no buscamos", no obstante lo cual, tras la parrafada, Videla inquirió si algo había quedado sin responder y por ese resquicio insistí en preguntar si se estudiaban medidas para atender la situación de los desaparecidos y los detenidos sin proceso, más allá del transcurrir del tiempo, que era la única "solución" sugerida por él hasta ese momento.
Comprendo que 34 años después se valore aquella pregunta y hasta se la pueda considerar temeraria, pero no fuimos pocos los periodistas que en aquella época de violencia política y terrorismo de Estado procuramos trabajar con dignidad. Y hoy podemos sentirnos agraviados cuando desde una lectura tergiversada de la tragedia se pretende instalar que quienes no fuimos presos, no nos exiliamos, no nos desaparecieron, fuimos cómplices de la dictadura.
Como otras, ésta es una oportunidad de hacer memoria para construir, con verdad, sin reduccionismos ni manipulación.