Eduardo de Pedro es algo así como el dirigente ideal de Cristina Kirchner. Analítico, perfil moderado, abogado de la UBA, máster en Políticas Públicas por la Universidad de San Andrés, integrante de la agrupación HIJOS y, broche dorado curricular, manifestante agredido en los sucesos del 20 de diciembre de 2001 en la Plaza de Mayo. Iluminador intelectual de La Cámpora, un rasgo cotidiano termina de definir a De Pedro como kirchnerista cabal: admite entre pares que el domingo no lee diarios porque lo entristecen, y se zambulle, en cambio, dice, en la lectura de viejos discursos de Néstor Kirchner.
Estas preferencias y desdenes explican la axiología del Gobierno entero. Más aún en momentos críticos como el actual, con la economía en deterioro, descontento social y múltiples denuncias de corrupción. Todo recrudece entonces: el problema son los medios de comunicación.
La lógica es general. La empleó Axel Kicillof el jueves, mientras se refería en el Senado a la disparada del dólar y habló cinco veces del "rol perverso de la prensa amarilla". El viceministro de Economía no es el autor del blanqueo, jugada con que el Gobierno pretende tomar un poco de aire cambiario, pero sí su pedagogo. Es el rol que le asignó la Presidenta después de reuniones recientes con el equipo económico.
Cristina Kirchner suele hablar a cada uno de ellos en privado, mientras el resto espera en salas contiguas. Lo hizo el viernes de la semana pasada, mientras tanteaba el proyecto de ley. La iniciativa es de Guillermo Moreno, secretario de Comercio Interior, pero llegó al resto del elenco con la orden presidencial de defenderlo: Mercedes Marcó del Pont, jefa del Banco Central; Hernán Lorenzino, ministro de Economía, y Ricardo Echegaray, conductor de la AFIP.
No es la primera vez que Moreno impone una idea en Olivos. Tampoco es el debut de Kicillof en apuntalarla. "Desde el poder las cosas se ven de otra manera", dice en confianza el académico. Hay imágenes más elocuentes. El 25 del mes pasado, durante la irrupción de Moreno en la asamblea de accionistas de Clarín, las cámaras mostraron al secretario de Comercio a los gritos, activo, y a Kicillof siguiéndolo en silencio hasta sentarse a su izquierda, pensativo, chupando una birome.
La teatralidad no aplaca la tribulación. En el Ministerio de Economía, por ejemplo, venían días atrás haciendo un cálculo: si se toma el ritmo del dólar de los últimos 45 días y se lo proyecta a octubre sin tomar medidas, cotizará entonces a entre 15,50 y 16 pesos.
Empresarios y dirigentes políticos han aprendido a abstraerse de las puestas en escena. Parecen acostumbrados a ciertas manifestaciones grotescas, aunque sean ínfimas. El martes, por ejemplo, durante la conferencia de prensa de los cinco, Moreno intentaba poner nervioso a un cronista acusándolo veladamente de haber comprado dólares en el mercado "ilegal" mientras anunciaba el blanqueo más generoso en décadas para grandes operadores. No sólo no habrá costos, sino todo lo contrario esta vez: se darán intereses a quienes el Estado debería perseguir.
Sin embargo, el contexto de paralización de sectores fabriles proveedores de la construcción le valdrá a la medida cierta aprobación corporativa. "Queremos analizarlo, no conocemos la letra chica", dijo el viernes José Ignacio de Mendiguren, presidente de la Unión Industrial Argentina, y hubo elogios de Carlos Weiss, líder de la Cámara de la Construcción.
Con los sectores ideologizados será más arduo. El fracaso de una pesificación que algunos proyectaban como definitiva y emancipadora fue la última bandera arriada por el Gobierno. "La caída de la venta de inmuebles es un dato positivo, porque significa que mucha gente no convalida que le quieran fijar los precios en dólar billete", se entusiasmó, dos días antes del anuncio del blanqueo, el diputado Carlos Heller, en Página 12. Marcó del Pont había definido la pesificación como irreversible en diciembre ante Tiempo Argentino: "No es porque vuelvan a aparecer muchos dólares que vamos a aflojar; ésta es una política que llegó para quedarse".
Para peor, pocos creen esta vez en el éxito del pragmatismo. Rafael Correa decidió abrazarse a la dolarización y enterrar el sueño de volver al sucre porque, gracias a eso, Ecuador tiene una inflación del 4% anual. Pero serán necesarias varias volteretas discursivas para aceptar el Certificado de Depósito para la Inversión (Cedin), instrumento que sí provoca, en cambio, un módico entusiasmo entre grupos industriales siderúrgicos, alumineras o fabricantes de cemento, cerámica, cal y vidrio. Debería ilusionar también, por qué no, a Distribuidora América, la ferretería mayorista del secretario de Comercio.
El deterioro excede los indicadores económicos. Una encuestadora líder tiene un sondeo que indica que, desde las inundaciones, la imagen de Cristina cayó 10 puntos. ¿Quién será esta vez el artífice de la recuperación, en un gobierno habituado fortalecerse en la adversidad? La apelación a la figura de Néstor Kirchner, recurso aglutinante en la campaña 2011, podría perder eficacia frente a las denuncias de corrupción. Algunos secretos se fueron para siempre con el líder, pero otros sobrevuelan Santa Cruz.
En la mañana del 28 de abril de 2007, por ejemplo, Río Gallegos vivió un incidente extraño. José Walter Mansilla Alarcón, un chileno de 33 años radicado en la Argentina, vecino del barrio San Benito y empleado de la empresa de seguridad Fortaleza, se subió sin permiso a un camión Scania de la firma Matageovani que descargaba mercadería en Híper Tehuelche, una casa de materiales para la construcción. En evidente estado de alteración psicológica, Mansilla Alarcón subió sin permiso a la cabina, pisó el acelerador e inició, a toda velocidad, un recorrido en el que embistió a varios automóviles y peatones. Después tomó en contramano la calle 25 de Mayo y se dirigió directamente a la casa de los Kirchner. Las crónicas locales dicen que, al doblar en Maipú, mordió el cordón, perdió el control y volcó frente a la residencia presidencial. Y que, ileso, salió del camión gritando: "¡Hay que matar al nazi!". Indagado después en el Centro de Salud Mental y por la Policía, admitió que lo que quería era, en realidad, impactar en las bóvedas y cajas fuertes de la casa.
La historia quedó en la nada. Eran años de respaldo abrumador al proyecto y todos dieron por sentado que Mansilla Alarcón fantaseaba. Incluso los testigos que han visto varias veces a Máximo Kirchner, en su casa, embelesado frente a una contadora de billetes.
El hartazgo o la perturbación económica de la sociedad les dan ahora una acogida diferente a estas noticias. Si no se emprenden nuevas gestas nacionales, la desilusión podría cundir también entre los propios. La fórmula del kirchnerismo para escapar de sus crisis ha sido siempre el avance frente a íconos. Los diarios que entristecen a De Pedro son parte de esa simbología, y eso explica, acaso, el último proyecto de expropiación de Papel Prensa.
No debe de haber nada más atroz para un militante que ver a sus patriotas arrastrarse ante una moneda.