La Presidenta volvió de Venezuela con todas las pilas. Es lógico: no podía encarar en serio una democratización de la Justicia si antes no consultaba jurisprudencia con Maduro, con Evo, con Ahmadinejad. Tampoco hay que descartar que haya sido visitada por el pajarito silbador que transporta, incólume, el espíritu de Hugo Chávez.
Disfrutó mucho en tierra bolivariana. Ya habrán leído los tuits que escribió, por ejemplo, después de pasar momentos entrañables en un baño. Baño en el que se encerró, según tuvo la deferencia de revelarnos, porque no tenía ganas de hablar con nadie. Por su producción tuitera se ve que ese recinto le resultó apropiado no sólo para evadirse, sino también para reflexionar. Qué mejor fuente de inspiración.
Lo cierto es que la señora volvió al país y fue millones. Millones de órdenes. Llamó al contador Pérez Gadín para cerciorarse de que Elaskar y Fariña ya habían sido recompensados por haberse desmentido a sí mismos, lo cual es mucho más complicado que desmentir a otro.
Indignada, llamó a Lázaro Báez, que llevaba varios días escondido. "Eras cajero de un banco, te hicimos millonario y ahora no te animás a poner la trucha." Le dio precisas instrucciones: "Convocá a una conferencia de prensa, pero sin prensa. Sin preguntas. Negá todo. Acusá a los que te acusan. Anunciá que vas a iniciar una acción penal. Ah, y no te olvides de emprolijar las cosas en Panamá, en las islas Caimán y en Suiza".
Después llamó a Máximo para pedirle que buscara un valijero más confiable. Mínimo, como lo llama Hugo Moyano, propuso a Antonini Wilson. Y siguió jugando a la Play.
Telefoneó a Moreno no bien leyó en los diarios que las cosas no paran de aumentar. "Señora, me estoy ocupando de solucionar eso. Vamos a prohibir la venta de diarios." También se comunicó con el Mago Galuccio para saber cómo estaba el congelamiento de las naftas. "Perfecto -la tranquilizó el gran CEO de YPF-. Todas las mañanas subimos los precios y los congelamos hasta el día siguiente."
El jueves, emocionada, felicitó a Lorenzino por su brillante actuación con la periodista griega. No quiero abundar en lo que ya escribí ayer. Sólo déjenme decirles que la llegada de Hernán al cargo de ministro de Economía demuestra que no es un lugar inalcanzable, que no hay que estar especialmente preparado. Yo trabajé en la sección Economía del diario. Me tengo fe.
Cristina se enojó con media Casa Rosada por la filtración, en LA NACION, de la carta que le envió Francisco hace más de un mes y que ella nunca dio a conocer. Qué entereza: se animó a censurar nada menos que al Papa. Analizamos 50 alternativas, y finalmente optamos por no decir nada: no hubo tal carta, nunca se publicó, no nos damos por enterados de la confirmación del vocero de la Santa Sede y cuando llaman los periodistas, no los atendemos. Nada de esconder la basura debajo de la alfombra. No hay basura. La señora detesta el axioma aristotélico de que la política es el arte de lo posible. Lo corrige: "De lo imposible".
Me cuesta reconocerlo, pero lo que desestabilizó emocionalmente a la Presidenta fue el 18-A, con más de un millón de personas protestando en la calle contra ella. No lo pudo tolerar. Se sacó. Desde Caracas dictaba los zócalos que tenían que poner los canales oficialistas. Uno decía así: "Marcha contra Macri por las inundaciones en la Capital". No se animaron.
Lo peor fue cuando se enteró de que en pleno cacerolazo un funcionario de Presidencia admitió que había más gente que el 8-N. Pidió una investigación urgente: quería sí o sí el nombre del traidor. Al día siguiente le llegó el informe de la SIDE. No habían podido encontrar al culpable, pero tenían una lista de 400 sospechosos: todos en la Casa Rosada coincidían en que había sido la mayor protesta contra el kirchnerismo.
Por supuesto, nada la ocupó tanto como la reforma judicial. Se entusiasma pensando en el día en que toda la Justicia esté en sus manos. Tendrá jueces para lo que pida. Para prohibir marchas como la del 18-A, para prohibir la emisión del programa de Lanata, para meter en la cárcel al dólar blue. Sueña con esa legión de jueces democráticos, y está dispuesta a todo. "Abrile grande", le ordenó a Rossi, su jefe de bloque en Diputados. Rossi les abría grande a los más pedigüeños, pero además se tenía que ocupar hasta de la viandita con minutas. Terminó desbordado, lo cual le permitió revalidar en una sola noche sus pergaminos de kirchnerista de ley: gritó, insultó y estuvo a punto de boxear a alguno y de revolear un vaso. Muy bien. Ésas son las armas para imponer un proyecto de democratización.
Con esta reforma se juega nuestro futuro. La consigna que nos dio la señora fue clara: no podemos perder. En este altar tenemos que estar dispuestos a sacrificar todo: honor, dinero, votos. Que vuelen por el aire las instituciones, que revienten de gente las calles, que se retuerza de dolor la Justicia, que la historia grite y llore, que se nos animen los opositores, que el Congreso se convierta en un barrial, que el mundo se escandalice. Nada importa. Sólo ella importa. De ese altar de los sacrificios tiene que elevarse una Cristina eterna, por los siglos de los siglos.