Fue la tarde ideal de Guillermo Moreno. Un masivo auditorio de hombres de negocios agolpados para escucharlo incluso en las escaleras y, a los costados, tres laderos que nunca osarán contradecirlo: la ministra Débora Giorgi, la secretaria Beatriz Paglieri y el anfitrión, Ider Peretti, presidente de la Confederación General Empresaria (CGE).

Eran las 19 del lunes pasado. A la sede de la entidad habían ido además representantes de Cgera, la cámara que conduce Marcelo Fernández, y el embajador de Angola en el país, Herminio Escórcio. Explotaba de gente. Tanto, que habían tenido que abrir las puertas y desparramar el público, de pie, en salones contiguos.

Ahí estaba Moreno, teatral como siempre, para exponer su último desvelo: el dólar, que acababa de cerrar a 8,67 después de varios días de escalada. "Desde la primera quincena de marzo -se explayó- empezamos a escuchar un discurso de empresas del sector primario que pedían que los productores no vendan soja y esto nos creó un problema de divisas". Ése fue, dijo, el origen del problema, que ubicó en actores a quienes no identificó. "Todo arranca con alguien operando con las divisas. Si ese personaje hubiera tenido éxito, habría puesto en peligro la estabilidad del sistema", dijo.

Hablaba de un complot, aunque lo creía neutralizado. "Esta bravuconada no podía llegar a buen destino, pero creó inestabilidad", dijo, y agregó que el Gobierno lo había resuelto convocando a exportadores agropecuarios que, señaló, estaban allí y se habían comprometido a liquidar 10 millones de toneladas en junio. "Lo firmaron bajo juramento", detalló, para insuflarle a la cuestión un rasgo inaugural y patriótico: "Es la primera vez en la historia que, con transparencia, estas empresas juegan de manera coordinada con los intereses nacionales".

Después aludió a las investigaciones periodísticas sobre la corrupción en el Gobierno y pareció que cambiaba de tema. Pero no: "Si todo esto lo asociamos con los fenómenos políticos actuales, ahora vemos que todo era una acción coordinada: estaban buscando desestabilizar la estructura económica. Felicitaciones a los exportadores que se sumaron a esta causa nacional".

Los razonamientos de Moreno nunca caen en el vacío. Tienen, por lo pronto, una oyente privilegiada, Cristina Kirchner. Esa capacidad analítica, que alguna vez utilizó también el viceministro Axel Kicillof, suele depararle al secretario una ubicación privilegiada entre los consejeros de Olivos. No es casual que la Presidenta haya estado a punto de ordenar una norma finalmente desechada en áreas técnicas del Gobierno: prohibirle al sector agropecuario recibir los créditos a la producción que dan los bancos a una tasa del 15%. Según Moreno, ese financiamiento barato otorga a las corporaciones auxilio para cubrir salarios y costos mientras se sientan sobre la cosecha, sin liquidarla, y secan la plaza de dólares.

La batalla interna del modelo se da entonces en el oído presidencial. No por nada el embajador en España, Carlos Bettini, viene difundiendo desde hace años esta sugestiva técnica de oratoria: cualquier consejo, crítica o pedido a Cristina Kirchner debe hacerse con sagacidad suficiente como para que ella la juzgue ocurrencia propia. "Como usted siempre dijo, Presidenta...", y así.

Este rasgo personal, que condiciona a veces verdaderas estrategias de negocios, convive con un aislamiento creciente en la Casa Rosada. Tal vez la destreza de Moreno no esté tanto en lo que los neurocientíficos llaman "asociaciones inéditas" -es decir, hallar semejanza, vínculos o diferencias donde otros las ignoran-, sino en algo bastante más elemental: arrojo para decirle a la Presidenta lo que piensa. Aunque el éxito de sus previsiones no sea descollante. El optimismo que el secretario tenía el lunes no se condice, por ejemplo, con el dólar a 9,34 pesos horas después. Lluvia de gasoil, satélite Pueblo Peronista, auto argentino, Argenmóvil, Refinería Gral. Mosconi II, Milanesas para Todos: si los pronósticos de Horangel o Lilly Sullos cargaran con la mitad de esas refutaciones, todos ellos estarían ya en otra cosa.

Pero la cohibición despoja al resto no sólo en las opiniones, sino en los pasos políticos. A menos que no sean tan visibles. Habrá que esperar, por ejemplo, cómo termina la aventura del jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, en la Universidad de Buenos Aires: armó una lista en coalición con Franja Morada para enfrentar a La Cámpora, a fines de año, en la Facultad de Ciencias Sociales. Aunque contradictoria con sus compañeros en el poder nacional, tal vez sea una buena estrategia frente al magro resultado que la agrupación de Máximo Kirchner ha cosechado en el claustro.

Las corporaciones deben ahora interpretar este entramado psicológico en plena tribulación económica. Nunca desde 2003 se había visto tan pesimistas a quienes deben invertir para sostener el modelo nacional y popular. Pareció entenderlo Débora Giorgi aquella tarde en la CGE. Con un léxico que pareció copiar de Moreno, exigió desembolsos: "Hay que ponerla", dijo con énfasis, y levantó sonrisas y cierto humor escolar en el auditorio. El lunfardo es traicionero.

No es tan sencillo. La brecha entre el dólar oficial y el paralelo, por ejemplo, dilapidó cualquier esbozo de inversión extranjera. ¿Quién traería dólares para liquidarlos a 5,20 pesos, la cotización oficial, en un proyecto que, para que sea exitoso, debería permitir recuperarlos a 9,34, el valor en el mercado paralelo, único de acceso a la divisa?

Es uno de los problemas de la brasileña Vale, que el jueves volvió a ser objeto de discusión entre Cristina Kirchner y Dilma Rousseff. Pero hay más casos. Celebrada años atrás como empresa modelo por la Presidenta, una exportadora fabril del interior recorre ahora varios despachos en busca de lo casi imposible: un programa de recuperación productiva (Repro), el subsidio que se da a empresas para pagar sueldos. Ha decidido desprenderse de gente y lo hará de manera gradual.

El problema es la caída en la competitividad como consecuencia de la inflación y el cepo cambiario. "Están queriendo solucionar un problema macro a través de la micro", se quejaron en la cúspide de una cámara. Podría ser la explicación del tibio aplauso que desencadenó el jueves entre empresarios, durante la proyección de un audiovisual en un acto en Tecnópolis, la imagen de Néstor Kirchner en la pantalla gigante. Estaban Amado Boudou, Carlos Tomada, la viceministra Noemí Rial y el líder de la CGT, Antonio Caló.

En su noche oscura, el modelo ya no entusiasma en auditorios corporativos. Su defensa quedó en manos sólo de los convencidos. Carlos Zannini, Luis DElía o Carlos Kunkel habrían defendido como cruzados la inflación del Indec ante cualquier cronista griega. Pero a Hernán Lorenzino se lo vio incómodo. "Me quiero ir", resumió, e incluso le bajó seis décimas al índice de precios oficial de 2012. Hasta Moreno le había encontrado hace un año, en Angola, un atajo a la pregunta: "No es mi área".

George Orwell, un estudioso de los regímenes en los que impera el dogma, aconsejaba en su famosa novela 1984 : "La mejor manera de ocultar un secreto es, ante todo, ocultárselo a uno mismo".

El doble discurso no es para flojos.