No sólo ha perdido el control de la calle, por el que se desvivía Néstor Kirchner, y ha reanudado su caída la imagen presidencial. Además de eso, la difusión de los escandalosos negocios del poder asociados a maniobras de sobrefacturación de obras públicas y lavado de dinero parece dar cuenta de un resquebrajamiento de viejos pactos de silencio, revelador de fisuras en el propio oficialismo.
No era necesario que para el éxito de la masiva manifestación ciudadana de anoche contra el Gobierno y su tan cuestionado proyecto de reforma de la Justicia se conociera el informe periodístico sobre el empresario Lázaro Báez. Pero su exhibición potenció la indignación.
Especialmente luego de la tragedia derivada del temporal del 2 de abril y la comprobada desidia de las autoridades para prevenir el desastre con obras de infraestructura postergadas.
A lo largo de los diez años que lleva el kirchnerismo en la Casa Rosada, la corrupción no impactó fuertemente en el escenario electoral. Pero es sabido que cuando estos episodios se juntan con una situación económica endeble, donde el temor de muchos argentinos a perder su trabajo vuelve a instalarse en la agenda de la opinión pública, las condiciones políticas pueden variar.
Es probable que desde el oficialismo se haya promovido la farandulización del escándalo de Lázaro Báez, difundido en el programa de Jorge Lanata. Así, se busca desplazar la atención desde los peces gordos y sus vinculaciones con el kirchnerismo hacia valijeros mediáticos que oscilan entre el arrepentimiento, la extorsión y la mentira.
Pero aun cuando buena parte de la audiencia pueda confundir la importancia de actores secundarios, como Leonardo Fariña o Fabián Rossi, con los auténticos protagonistas del escándalo, nadie podrá esgrimir que el oficialismo puede salir beneficiado. Quiérase o no, muchas personas comunes y corrientes, desentendidas de las espinosas cuestiones relacionadas con concesiones del Estado y lavado de dinero, gracias a los programas de chimentos de la tarde escucharon hablar de supuestos testaferros de Néstor Kirchner que se convirtieron en ricos de la noche a la mañana y de fabulosas transferencias de dinero a paraísos fiscales. Nada de eso puede ser bueno para el Gobierno.
Es la primera vez que el oficialismo kirchnerista sufre la aparición de personajes que confiesan cómo ayudaban a lavar dinero del poder. Prueba de que la cadena de encubrimientos se ha cortado y que en cualquier momento podrían aparecer más testimonios comprometedores, aunque nadie pueda esperar mucho de la Justicia.
Esa percepción es, hacia lo más profundo del poder kirchnerista, tan grave como la movilización de una sociedad despierta o como encuestas que dan cuenta de un creciente malestar de la población con el gobierno nacional.
En tal sentido, un sondeo realizado entre el 26 de marzo y el 5 de abril por la consultora Giacobbe & Asociados en la provincia de Buenos Aires, entre 1200 personas, indica que la imagen positiva de la presidenta Cristina Kirchner cayó al 32,6%, en tanto que la negativa subió al 41,8.
La encuesta, efectuada en forma domiciliaria, señala que el 53,4% de los consultados quiere que el kirchnerismo pierda en las próximas elecciones legislativas. El 30,3% quisiera que el oficialismo triunfe y el 15,6 expresa que le da lo mismo que gane o pierda. Ante otra pregunta, el 51,7% considera que el ciclo político del kirchnerismo está agotado; el 24,5% opina lo contrario y el 21,3% expresa dudas. Al mismo tiempo, la potencial candidata a diputada oficialista, Alicia Kirchner, no termina de hacer pie en ningún escenario hipotético.
Frente a este contexto, la Presidenta ha respondido refugiándose en Venezuela, ordenando aprobar a libro cerrado la controvertida reforma judicial y optando por el silencio ante las denuncias de corrupción. Una respuesta que agrava su fragilidad.