La hagiografía relata que San Francisco rezaba en la ruinosa iglesia de San Damiano, en Asís, cuando Cristo le dijo desde el crucifijo: "Francisco, ¿no ves que mi casa se está derrumbando? Ve, entonces, y restáurala". Es posible que Jorge Bergoglio haya recordado este episodio cuando se asignó el nombre de uno de los máximos santos del catolicismo. El arzobispo de Buenos Aires no eligió ser papa, pero eligió cómo lo llamarían. Y en esa preferencia cifró el programa religioso de su pontificado.
Sin embargo, la designación de Bergoglio entraña una innovación que excede en mucho esa dimensión principal. Los cardenales pusieron al frente de la Iglesia a un hombre del Nuevo Mundo. Ese criterio expresa, como observaba ayer un analista argentino, el reconocimiento de las mutaciones que se verifican en el balance de poder internacional. Entre ellas, la pérdida del peso relativo de Europa. Y la expansión de la periferia, sobre todo de Asia, adonde jesuitas como Bergoglio llevaron el mensaje cristiano.
Que el representante de esa geografía provenga de América latina es también muy relevante. Una de las actuaciones por las que Bergoglio llamó la atención de sus pares fue su protagonismo destacadísimo en la cumbre de obispos de Aparecida, Brasil, en 2007. Bergoglio, que es conservador en materia doctrinaria y moral -no al aborto, no al matrimonio gay-, es progresista en su visión económico-social.
Su liderazgo está determinado por la lucha contra la pobreza, que se materializó en la organización de los curas villeros; en su obsesión contra el tráfico de personas y de drogas; en su preocupación por los jóvenes. De modo que con la designación del nuevo papa la Iglesia pretende interpelar al populismo asistencialista y la razón que lo alimenta: la desigualdad.
La nacionalidad de Bergoglio también modelará su pontificado: su biografía ha transcurrido en la Argentina, inspirada por compatriotas como el cura Brochero o el cardenal Pironio. En ese contexto local, Bergoglio demostró que sabe gobernar. Detrás del monje que se levanta a las 3 de la madrugada para orar, que prepara su agenda en una pequeña Citanova con letra muy chiquita, que viaja en subte y sale a despedir a las visitas a partir de las cuatro de la tarde, cuando su secretaria Otilia ya se ha retirado, se esconde un hombre de poder.
Quedó claro cuando sacó a la Compañía de Jesús del vendaval que la azotó después del Concilio Vaticano II, como consignó ayer el Corriere della Sera al decir que "rechazó la apertura de ciertos sectores jesuitas a la Teología de la Liberación en los años 70, lo que suele ser usado injustificadamente para atribuirle una relación con la dictadura". Esa habilidad para conducir en la tormenta salió también a luz cuando, al heredar a Antonio Quarracino en la Arquidiócesis de Buenos Aires, ordenó el descalabro financiero que dejó su distraído antecesor. Es una pista elocuente para los interesados en el futuro de las desordenadas finanzas del Vaticano.
Ayer, Francisco se presentó como obispo de Roma. Casi un primus inter pares. Sólo calzó la estola para la bendición urbi et orbi. Y prefirió su viejo pectoral plateado al de oro de sus antecesores. Fue lo menos parecido a un papa rey. Pero la curia no debería confundirse con esa sencillez: "Jorge es muy tenaz; cuando toma una decisión, no hay quien lo mueva; basta ver cómo nos llevó siempre donde quiso", comentó ayer un obispo ante LA NACION.
Para la Argentina la elección de Bergoglio es una noticia inconmensurable. La influencia internacional de este cardenal será la mayor que haya tenido un compatriota en toda la historia.
Los ojos del mundo, por lo tanto, se posarán sobre el país. Y encontrarán una nación que ingresó a una deriva conflictiva desde el punto de vista ideológico, institucional y también diplomático. El reciente acuerdo con Irán ha devuelto el interés por la Argentina a los principales centros de poder.
El impacto que tiene para un país que un conciudadano sea elegido sumo pontífice no requiere demostración. Basta recordar lo que significó la coronación de Karol Wojtyla para Polonia y, en general, para el socialismo real. Un tsunami.
¿La exaltación de Bergoglio tendrá ese efecto sobre la Argentina? Es muy temprano para asegurarlo, pero algunos antecedentes ayudan a prever. Bergoglio es un hombre muy politizado. Si bien quienes lo acompañan más de cerca desmienten que haya militado en la derecha de Guardia de Hierro, su visión política se moldeó en el peronismo.
El nuevo papa tiene una valoración altísima de la organización sindical, donde cultiva la amistad de dirigentes como Oscar Mangone, hincha como él de San Lorenzo. Dos días antes de viajar a Roma, Bergoglio discutió con algunos dirigentes del PJ los pros y los contras -para él fueron todos contras- de ser ungido por el cónclave. Y los zapatos con que llegó a Roma fueron el regalo de la esposa de un sindicalista fallecido, que no consiguió que aceptara un pasaje en primera clase. Viajó en turista.
Bergoglio recibió a todos los políticos que se le acercaron. Y hasta participó en algunas conciliaciones, como aquella vez que reunió en la sacristía de la Catedral a Elisa Carrió, Enrique Olivera y Jorge Telerman para facilitar una alianza electoral. Sin embargo, los amigos a los que recurría para intervenir en la arena profana fueron casi siempre dos: Luis Liberman, ex subsecretario de Educación de Telerman, y Omar Abboud, funcionario de Mauricio Macri. Abboud, que es musulmán, colaboró también con la intensa actividad ecuménica de Bergoglio, igual que Sergio Bergman, quien dijo a LA NACION: "Francisco I ha sido mi rabino de referencia para el paso de la actividad pastoral a la política".
El recinto de la Cámara de Diputados reproducía ayer las dos carátulas: el kirchnerismo era una mueca; la oposición sonreía. Una joven oficialista bromeó, en un corrillo: "Le designaron un papa a Macri". Felipe Solá, siempre ocurrente, reaccionó: "No seas tonta, decí que es nuestro, si es peronista".
Más allá del folklore, para Cristina Kirchner la elección de Bergoglio es una novedad incomodísima. Incapaz de disimular sus emociones, en su primer tuit felicitó al cardenal y le deseó éxito. Ni una sola valoración personal.
Una distancia impresionante con el saludo de Barack Obama, quien llamó a Bergoglio "campeón de los pobres" y subrayó la influencia que tendrá en los Estados Unidos, por su origen hispanoamericano. A propósito: ¿cómo funcionará la relación Francisco-Obama? Un detalle: el vicepresidente Biden y el canciller Kerry son católicos.
El mensaje televisivo de la Presidenta no mejoró aquel comienzo. Casi irritada, consignó que era un día histórico para América latina. ¿Y para la Argentina? Silencio. U olvido. Eso sí, mantuvo la promesa de viajar a la inauguración del nuevo pontificado, decisión que el embajador ante la Santa Sede, Juan Pablo Cafiero, conoció por Nelson Castro, que lo entrevistaba.
La dificultad para dar con el tono exacto frente a la conmoción no debería sorprender. Cristina Kirchner no ahorró a lo largo de estos años agravio alguno para Bergoglio. Trasladó el tedeum a otras diócesis, tratándolo como a un gobernador de la oposición. Cuando Néstor Kirchner estuvo internado, echó de la clínica al sacerdote que lo visitó en nombre del cardenal.
El obispado castrense sigue vacante. Aníbal Fernández retiró a la curia la custodia de la Policía Federal y Bergoglio sospechó muchas veces que su teléfono estaba intervenido. Desde el corazón del kirchnerismo, el presidente del CELS, Horacio Verbitsky, lo acusó en varios libros de complicidad con la dictadura militar. Hebe de Bonafini tomó la Catedral y algunos seguidores orinaron cerca del altar. Los cardenales que participaron del cónclave anterior recibieron una lluvia de correos vituperando a Bergoglio para impedir lo que sucedió ayer. Los enviaban militantes del oficialismo.
Uno de los colaboradores más estrechos de Bergoglio, sin embargo, comentó: "Jorge jamás se refirió a los Kirchner. Y hasta hace algunos años los admiraba como cuadros políticos. Así como menospreció siempre el estilo «new age» de buena parte del macrismo". Este amigo, que es casi como un hijo del nuevo papa, apuntó: "En un comienzo, él estuvo a favor de la ley de medios". Olvidó un detalle: la excelente relación de Bergoglio con el impulsor de esa medida, Gabriel Mariotto.
Pero la divergencia entre Bergoglio y el Gobierno pasa por ejes más profundos. Ayer, un prelado lo explicó así: "La comunicación es imposible porque el kirchnerismo reduce su visión de la Iglesia a categorías ideológicas". Y agregó: "Bergoglio valora como máximas virtudes la paz y la conciliación. Observe que ayer habló varias veces de la fraternidad".
Para la Iglesia local tener un papa salido de sus filas es una revolución. El nuncio apostólico Emil Paul Tscherrig podrá tomarse vacaciones: Bergoglio tomará las principales decisiones. Entre ellas, la identidad de su sucesor. Todos miran al obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano, su antiguo auxiliar. Si fuera ése el desenlace, el nuevo papa habrá tendido la mano hacia el Gobierno. Como demostró durante la protesta por las pasteras, Lozano es un pacificador.