Es también, y por sobre todas las cosas, saber vivir en el disenso admitiendo la relatividad de todas nuestras verdades. La convivencia en la diferencia es imprescindible para evitar la violencia social.

En la Argentina de estos días se alza más la voz, se descalifica más , en suma, el clima es más hostil precisamente porque el disenso es poco aceptado. Una suerte de regla no dicha, pero claramente percibida, rige las relaciones sociales: "Se está de acuerdo en un todo conmigo, o se está en mi contra". En el medio no hay grises y, por lo tanto, la reflexión desparece y los dogmas (verdades que no admiten prueba en contrario) se afianzan. Este es un ecosistema ideal para la descalificación, la agresión y el escrache.

Una suerte de regla no dicha, pero claramente percibida, rige las relaciones sociales

El Gobierno ha hecho sin dudas su parte para instalar una visión maniquea del presente que divide a la sociedad entre los "unos" y los "otros". Los "unos", "nacionales y populares", "militantes de la verdad" y "eternos luchadores contra las corporaciones" se han autoproclamado artífices y defensores de los sueños postergados de los argentinos. Ellos mismos se han encargado de ubicar a los "otros" en el lugar que habitan los que "entregan a la Patria", "militan por intereses económicos espurios" y solo "luchan por preservar sus ventajas". Así, los "otros", se convierten en la cara de la "traición y la entrega". En suma, en seres despreciables.

Esa realidad es muy dañina. Pero se vuelve más nociva aún cuando los "otros" entran en la misma lógica que los "unos". Para los "otros", si no se cuestiona en un todo al Gobierno, si no se lo descalifica y se lo acusa de las peores cosas, se acaba siendo cómplice de sus errores y, por qué no, también de sus vicios.

Con ese esquema de funcionamiento es muy difícil que una sociedad progrese, porque aun quienes no participan de la idea de los "unos" contra los "otros", se ven envueltos en esa lógica imperante en el discurso oficial, el discurso opositor y muchas veces en los medios masivos de comunicación.

Es allí donde los fanáticos se vuelven preponderantes y pierde espacio la reflexión

Es allí donde los fanáticos se vuelven preponderantes y pierde espacio la reflexión. Un contexto semejante favorece la violencia verbal y desalienta el pensamiento; el debate de ideas se empobrece y se obstaculiza la búsqueda de soluciones a los problemas que enfrentamos como sociedad. Lejos de negar la discusión profunda de ideologías y proyectos, estimo imperioso favorecerla y estimularla. Pero el desafío es lograr que la política pueda ser el instrumento eficaz para ello y no sólo un escenario donde se monta un show de mala calidad para intercambiar, apenas, algunos slogans disfrazados de credos.

La Presidenta suele imponer esa visión maniquea en sus discursos. Siempre altiva, puede ensalzar alguna vez a sus "muchachos del tablón" y maltratar en otra ocasión a un empleado de inmobiliaria que solo dijo -verdad irrefutable- que se venden menos inmuebles.

Así se instala el imperio de la confrontación y se explica por qué alguna vez los "unos" corrieron a Luciano Miguens por Florida y en otra oportunidad los "otros" tiraron huevos a Agustín Rossi. También por qué una tarde los "unos" llenaron las calles de carteles descalificatorios para Jorge Lanata y echaron de un bar a Nelson Castro y otra noche decenas de "otros" maltrataron e insultaron a Axel Kicillof que viajaba junto a su familia en un Buquebus.

Todos estos incidentes se suceden a partir del instante en que desde el poder se divide a la sociedad entre los "unos" y los "otros". Vemos retrospectivamente esos hechos y todos nos avergüenzan. Son páginas opacas de nuestra vida democrática.

Con toda razón alguna vez dijo Raúl Alfonsín -un gran demócrata- que era una actitud fascista no escuchar al otro. La afirmación es cierta y no se desdibuja, aun cuando con cierto desparpajo la repita el vicepresidente

La convivencia en diversidad es un requisito central para la sociedad democrática y ella nos obliga a respetar el pensamiento ajeno y cuestionar los errores o las malas prácticas del otro de un modo pacífico. Los violentos hieren los valores democráticos. Son fanáticos incapaces de escuchar otra voz. Con toda razón alguna vez dijo Raúl Alfonsín -un gran demócrata- que era una actitud fascista no escuchar al otro. La afirmación es cierta y no se desdibuja, aun cuando con cierto desparpajo la repita el vicepresidente.

En estos días en los que tantos quieren profundizar el modelo, sería bueno recordar que este proceso se inició en un contexto donde era imperioso recuperar la convivencia democrática. Por eso peronistas, radicales, socialistas e independientes confluyeron en un espacio político común para levantar los cimientos de un país derruido. Néstor Kirchner sabía eso mejor que ninguno. Solía repetir en sus discursos que solo "somos dueños de una verdad relativa" y que confrontándolas con las verdades relativas de los otros, "alcanzaremos verdades superadoras".

Así lo creía Kirchner. Pero muchos que dicen seguir su ejemplo parecen olvidarlo.