En el caleidoscopio de sensaciones y experiencias que procuran dan sentido al devenir, no hay mucho más que el lenguaje (la palabra) como expresión de la realidad. Por eso, en el imperio de lo efímero quien domina el relato manipula la realidad. Bajo este paradigma los medios de comunicación se vuelven instrumentos de importancia excluyente para la construcción de la realidad. Y controlarlos se vuelve obsesivo cuando la estrategia es el poder por el poder mismo.
Juan Perón era populista, pero razonaba como un moderno. Cuando la realidad le marcó el límite a las consecuencias de sus políticas, procuró no engañarse y aceptó rectificaciones. Más allá del discurso, se resignaba al realismo aristotélico: la única verdad es la realidad.
El populismo de los K, en cambio, abreva en fuentes posmodernas. Puede que la realidad marque límites, pero el relato siempre abre una nueva posibilidad, una nueva opción. Si el relato puede prevalecer e imponerse, la realidad será diferente.
El mundo para los posmodernos es una construcción humana. Lo creamos con las historias que inventamos para explicarlo, según cómo elijamos vivir en él. Los semiólogos afirman que este mundo no es objetivo, es contingente, todo deviene; por lo que no hay verdades objetivas, sino puntos de vista, opciones en la estructuración de la realidad. En cierto sentido es un mundo creado por el lenguaje, unido por metáforas y significados consensuados y compartidos, que mutan con el paso del tiempo. La realidad no es una herencia que recibamos, sino algo que creamos nosotros al comunicárnosla. Incluso la ciencia, para estos pensadores, es una colección de textos e historias, cuya autoridad reside, en última instancia, en su capacidad para convencer a sus lectores de su validez. La realidad, por tanto, está en función del lenguaje que utilizamos para explicarla, describirla e interaccionar con ella. Un Hamlet posmoderno diría que la realidad no es más que palabras, palabras, palabras. Por eso en la posmodernidad, las historias y las representaciones se vuelven tan importantes como los hechos y las cifras que los modernos citan como ancla de la realidad objetiva.
En esta realidad dominada por el relato se puede imponer la representación de sensación de inseguridad o sensación de suba de precios. Es más complicado instalar el concepto de sensación de oscuridad cuando se apagan las luces, pero entonces siempre es posible la recurrencia a una causa exculpatoria, como la de que alguien bajó la palanca. La realidad no es como otros dicen que es, la realidad es la del relato dominante. En un mundo donde la realidad está dominada por el relato, la comunicación es casi todo y el dominio de los medios da poder en la construcción de una realidad sobre las alternativas posibles.
Es cierto, la razón autoritaria, por derecha y por izquierda, también impone el control de los medios y difunde propaganda oficial con el objetivo de asfixiar toda expresión opositora. El fin justifica el uso de los medios, y los principales medios de comunicación terminan en manos del Estado. En la posmodernidad, el fin del control es el relato. No importa tanto la propiedad de los medios mientras la diversidad existente legitime la realidad del relato. Cuando los medios independientes contrastan las sensaciones con los datos de la realidad objetiva y hablan de inflación, de inseguridad, de crisis energética, de corrupción y de impunidad, en clave posmoderna están compitiendo por el armado de una representación alternativa de la realidad. Allí está la verdadera oposición para el populismo posmoderno.
De regreso del exilio, y, ya en la etapa de reconciliación y diálogo con sus adversarios políticos, a Perón se le atribuye decir: Cuando teníamos todos los medios a favor, nos echaron; cuando tuvimos todos los medios en contra, ganamos Otra expresión de realismo aristotélico que algunos citan para recordarle al Gobierno que el año pasado, con los medios de mayor audiencia en contra, tuvo una cosecha electoral excepcional. Y que ahora, por más presión y alineamiento al relato que se quiera imponer, la brecha entre las palabras de la realidad que se propone y los datos objetivos de la realidad que se vive se ha vuelto indisimulable. La inflación del changuito, la desaceleración económica, los crímenes de cada día, el deterioro de los servicios públicos y el mal humor colectivo, son datos de una realidad objetiva que el relato ya no puede soslayar por más esfuerzos comunicacionales que se proponga. Es tiempo de rectificar políticas, pero para eso hay que volver a aceptar que la realidad es la única verdad.