La primera no concierne al Grupo Clarín ni al modo con que el Gobierno dispuso sus fuerzas y proyectó el camino para alcanzar su objetivo. No concierne al objetivo mismo (desmonopolizar un área de la comunicación o herir a un enemigo, elíjase lo que cada uno piense). Se refiere, más bien, a la dificultad para introducir reglas, buenas o mediocres, en el campo de juego donde se mueven los grandes actores capitalistas, cuya reacción "natural" es defenderse, como lo hizo el grupo encabezado por Magnetto.

Para el capitalismo, el Estado o se comporta como amigo o se convierte en una amenaza de depredación. Esto se demostró durante el período de paz con el Grupo Clarín, cuando Kirchner amplió las licencias de la empresa. Pero ese Estado administrado por un gobierno amigo se convirtió en enemigo en el momento mismo en que diseñó un instrumento legal que amenazaba su extensión en el territorio.

Supervisar las apetencias expansivas del capitalismo, horizonte de los programas socialdemócratas y progresistas, ocupa hoy, por la magnitud y la concentración de quienes no desean ser reformados, el lugar de la utopía revolucionaria que aspiraba a desalojar al capitalismo, no a darle reglas. Éste es un aspecto crucial para las democracias contemporáneas. Basta mirar hacia Estados Unidos. Allí, un presidente moderado en sus pretensiones tiene dificultades para lograr, simplemente, un acuerdo bipartidario a fin de que los más grandes paguen proporcionalmente mayores impuestos que los chicos. Se trata de un país donde los ricos pagan impuestos como personas físicas, seres con nombre y apellido, dueños de mansiones o de yates, que no siempre se escabullen entre los bienes de sus empresas, como lo auspicia la vizcachera estrategia evasiva argentina. Y estamos hablando simplemente de impuestos, no de propiedad privada.

En consecuencia, un gobierno cualquiera que legítimamente quiera fortalecer una estrategia antimonopólica en cualquier área (farmacéutica, minera, de servicios o comunicaciones) debe estar muy seguro de varias cosas. La primera es que afectar esos intereses privados exige una opinión pública dispuesta al apoyo más activo, que implica no simplemente una aprobación festivalera o un porcentaje en las encuestas. Para lograrlo, una condición previa: que esos ciudadanos estén persuadidos de que lo que el Gobierno quiere alcanzar es importante, de modo más o menos directo, para ellos mismos (por ejemplo, que baje el precio de los medicamentos, que los negocios de las mineras no destruyan su medio ambiente, que los servicios públicos sean eficientes). Es decir, que la medida de gobierno multiplique su legitimidad y la expanda.

En segundo lugar, un plan de operaciones meditado, racional y adecuado a los medios posibles. Un cálculo que, en términos capitalistas, podría llamarse de costos y beneficios. Medidas que no lleven de cabeza a la derrota o a una victoria a lo Pirro. Los verdaderos reformistas entienden a fondo lo que quieren reformar y no confunden apetencias privadas con necesidades públicas (el kirchnerismo todavía tiene que aprobar esta materia).

Lo escrito es tan obvio que ni siquiera debería ser recordado. Pero interesa mucho más que los caprichos de un Gobierno que derrama subsidios sobre ineficientes empresas capitalistas de transporte, exime al juego de pagar impuestos y está rodeado de "capataces de negocios", comenzando por el vicepresidente Boudou. Este Gobierno no intenta seriamente fijar los límites legales estables dentro de los cuales colocar al capitalismo y por eso fue tan aventurero en su manejo del conflicto con el Grupo Clarín.

Primer gran error que lleva a la segunda reflexión. La Presidenta propició lo que menos le convenía, es decir, la traducción del conflicto como una defensa o un ataque a la libertad de expresión. Al hacerlo, permitió que se encendieran lámparas votivas en todos los altares consagrados y también en los altares truchos. Actuando en su propia contra, permitió que la idea sencilla, que existe en las naciones del mundo más respetadas, de impedir monopolios mediáticos, se convirtiera en un atentado a la libertad de prensa. Y, viceversa, convirtió en adalid y víctima de esa libertad al grupo de medios que busca desarticular. Una táctica disparatada.

Esto fue posible porque el Gobierno aborrece a la prensa de oposición tanto como al periodismo crítico y no distingue entre ellos. Niega o concede la pauta publicitaria desobedeciendo resoluciones de la Corte, como en el ya famoso caso Perfil, y establece un pensamiento único en todos los canales que controla, incluidas las trasmisiones deportivas para todos y todas, amenizadas con avisos contra los "enemigos".

Segundo error: le puso fecha a la victoria final. La Presidenta, que lee libros de historia, sabe que los generales de la independencia no andaban anunciando la batalla definitiva seis meses antes de pelearla en Ayacucho. Ni Urquiza, antes de derrotar a Rosas en Caseros, difundía la máxima de que con esa victoria inauguraba la línea Mayo-Caseros del liberalismo argentino. Tampoco Perón imaginó, el 17 de octubre de 1945, que ese día iba a ser, por muchos años, para siempre quizás, el de la Lealtad. Ningún estratega ni militar ni político comete estos arrebatos de futurología.

Durante días, se preparó el festejo en el centro de Buenos Aires, con Charly y Fito para el final de fiesta. Tiremos la casa por la ventana, porque más va a perder Magnetto. El Gobierno, mientras tanto, entró en estado de hibernación. Alak se ocupaba de renovar la doctrina jurídica. Cada dos horas, Abal Medina daba los partes desde el frente. Sabbatella explicaba modosamente cómo iba a hacer tronar el escarmiento en cuanto llegara el día D.

Todos esperaban el parto de los montes. La resolución 125 sobre las retenciones agropecuarias pudo haber sido un error porque el Gobierno no supo diferenciar entre grandes productores, pools, medianos y pequeños chacareros. Pero, por lo menos, encaraba cuestiones importantes de financiamiento del gasto público y aspiraba a recortar grandes ganancias, aunque había caracterizado mal a los diferentes sectores que las obtenían. Comparada con la resolución 125, la guerra contra Clarín no tiene la misma magnitud.

Por otra parte, como para demostrar a todos que sólo le interesaba cobrarle a Clarín lo que no pudo cobrarle con los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble, la ley descansaba en la Afsca como una Bella Durmiente. En tres años produjo sólo las monsergas sabbatellianas de los últimos meses, enunciadas con la fría decisión de un bolchevique que la nave de la historia ha depositado en el presente. Produjo también algunos descuidos, como el precio extravagante de los pliegos de licitación para ondas comunitarias y sociales. Enfrascado en su batalla, el Gobierno no reparó en lo que había argumentado cuando la ley fue aprobada: que venía a democratizar y a hacer más plural todo el campo audiovisual, no sólo a servir como ariete contra un grupo.

Hacer política con un objetivo único y máximo es peligroso porque, si ese objetivo no se alcanza, pone a quien lo persigue en la obligación de la escalada. En el discurso del domingo a la noche (precedido por el curioso malambo pop en que se convirtió el coro del Himno), la Presidenta no sólo recordó la indignidad de aquellas cortes supremas que legitimaron golpes de Estado. Estableció esa secuencia como el camino que recorrería esta Corte Suprema si no resolvía el per saltum según su deseo.

Todo es una aventura. Kirchner fue un presidente con fuerte percepción realista. Su viuda se inclina a creer en la retórica de sus propios discursos y en las consignas, como si representaran lo real. Transformó el rencor contra un grupo económico en ideología. El abrazo con que estrechó a los radicales fue una búsqueda de alianzas en esta pelea mediática que, hasta ahora, caía sobre la propia tropa. Es de esperar que los radicales recuerden bien los pormenores que obligaron a Alfonsín a entregar el mando anticipadamente, que incluyen tanto a peronistas como a los titulares de los diarios. Antes del discurso de la Presidenta en la Plaza de Mayo, se proyectó un video que entregaba a la UCR un presente griego. Que ese caballito de Troya no les borre la memoria.