El Gobierno y la oposición están dando señales de que, en vez de revisar sus estrategias, prefieren reafirmarse en la postura en la que estaban cuando se produjo la protesta.

Cristina Kirchner no está dispuesta a producir una sorpresa. Culpó por el fastidio que provoca su liderazgo a las maquinaciones de los medios, sobre todo de Clarín. Es lo que estaba previsto. En 2009, la Presidenta había respondido a la derrota electoral con una ley de medios. Cuando se produjo la manifestación del 13 de septiembre, cambió la conducción de la Administración Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca). Esta vez le ordenó al jefe de ese organismo, Martín Sabbatella, que anuncie los pasos que se darán para desconcentrar a empresas periodísticas.

La secuencia tiene mucho sentido. La señora de Kirchner está convencida de que quienes no la quieren son víctimas de la manipulación que ejercen los medios de comunicación. Para revertir el descontento hace falta, entonces, un mayor control de los mensajes, de modo que el pueblo descubra la verdad. Esta dinámica descarga su tensión sobre el primer minuto del próximo 10 de diciembre.

El kirchnerismo interpreta que en ese instante vence la medida cautelar que le ha permitido al Grupo Clarín sustraerse a la obligación de redimensionarse. Sabbatella debe hacer notar que, llegado ese momento, el Gobierno impuso su autoridad. Sabbatella ejecuta un plan de Carlos Zannini y Juan Manuel Abal Medina, quienes pretenden intervenir varias sedes de Cablevisión con el aval de la justicia federal. Las licencias de esa empresa serán adjudicadas con una condición tácita: quien gane el concurso suspenderá la contratación de la señal TN. Varios cables de escala provincial han aceptado hace tiempo el requisito. Es decir, la Presidenta busca extender un apagón que comenzó bastante tiempo atrás.

El desafío de Sabbatella es riesgoso. Hay fotos que tienen un significado negativo cualquiera sea su epígrafe: la de una fuerza armada irrumpiendo en un medio de comunicación es una de ellas. En las redes sociales han comenzado a dramatizar esa eventualidad. Circulan convocatorias para realizar mateadas la noche del 9 de diciembre a las puertas de los medios de Clarín.

El Ministerio de Planificación completa el avance sobre "el monopolio". Julio De Vido ofrece a los intendentes la instalación de la televisión digital con una programación elaborada por el Gobierno en los formidables estudios de Pablo Monzoncillo. Es el dueño de la productora La Corte, que hace negocios con Fútbol para Todos.

La Presidenta cree que su destino está atado a la guerra audiovisual y también a una ingeniería capaz de evitar que en las elecciones del año próximo colapse su sistema de poder. Algunos resultados parecen estar definidos. Hoy resulta difícil que el oficialismo gane en Mendoza e imposible en Córdoba, Santa Fe y la Capital Federal. La fortuna del Gobierno se jugará en la provincia de Buenos Aires.

Para dar esa batalla, Florencio Randazzo y Zannini estudian un plan conservador. Dado el deterioro del kirchnerismo, se proponen inducir a la dispersión opositora. La llave maestra de esta estrategia es el desdoblamiento de los comicios bonaerenses. Es decir: que se elija primero a concejales y legisladores provinciales y en otra fecha a los diputados nacionales. Con la duplicación, los intendentes asegurarían sus feudos sin la tentación de alimentar listas opositoras para ponerse a salvo de la declinación del Gobierno. Néstor Kirchner murió creyendo que esa traición fue un factor decisivo de su derrota en 2009.

Sin embargo, el efecto más relevante de la segmentación es que desalentaría la formación de un frente de oposición más o menos unificado. Los estrategos de la Presidenta calculan que si la elección a diputados nacionales es aislada, los rivales que pretendan una banca no necesitarán asociarse en todo el territorio provincial. Francisco de Narváez, Gustavo Posse, Gerónimo Venegas, Jesús Cariglino, Felipe Solá y Martín Redrado podrían entrar en el Congreso con la fuerza de los votos que arrastra su apellido o su estructura. Es curioso: el kirchnerismo estimula la pulverización partidaria que explica los cacerolazos.

Para convalidar la jugada oficial hace falta Daniel Scioli, que debe llamar a las elecciones provinciales. Scioli no presentará resistencia. Primero, porque con un déficit superior a los 4000 millones de pesos necesita de otro salvataje nacional. Segundo, porque es Scioli.

El oficialismo imagina que, aun con un resultado mediocre, podría exhibir una distancia sideral respecto de quienes lo desafiaron. Es habitual que los líderes ensayen martingalas para corregir la pérdida de consenso. Los colaboradores de la Presidenta van por más: especulan que con rivales desmoralizados podrían hacer un intento final de pactar la reelección.

La oposición colabora con la estrategia del Gobierno. El 8-N convenció a sus figuras principales de que Cristina Kirchner agotará su ciclo político sin necesidad de que alguien tome el riesgo de enfrentarla. Por esa razón, la única novedad registrada en ese campo después de la protesta fueron las nuevas gigantografías de De Narváez.

Scioli hizo saber a Mauricio Macri que, más allá de algún matiz verbal, no dará un solo paso contra el Gobierno. El mensajero fue un discreto empresario amigo de ambos. Scioli apuesta a que, cuando advierta que no conseguirá la reelección, la Presidenta lo hará su delfín. Es una hipótesis audaz. Pero muchos kirchneristas ortodoxos, encabezados por De Vido, la tornan verosímil cuando se aproximan al líder de La Ñata. Antes de que ese sueño se realice habría que avisar a Ernesto Laclau y a los intelectuales de Carta Abierta que el curso semirrevolucionario que tomó la historia en 2003 desembocará en la entronización de Scioli y Karina Rabolini.

Las ensoñaciones de Scioli suponen una premisa todavía no demostrada: que el tipo de liderazgo que practica Cristina Kirchner lleva en sí la posibilidad de engendrar un heredero. Este enigma gana densidad a medida que la reelección se vuelve más problemática. ¿Querrá la Presidenta dejar el poder a alguien de su propio partido? ¿O buscará, como Carlos Menem, entregar el bastón de mando a un opositor al que enfrentará luego desde el llano? Cuando ganó las elecciones porteñas, ella llamó a Mauricio Macri para felicitarlo. El detalle de que Macri la escuchaba en calzoncillos -él mismo se sintió obligado a revelarlo- dejó en el olvido un dato más valioso. En aquella conversación, la Presidenta dijo: "Mauricio, ahora sólo quedamos vos y yo".

¿Reside en esa frase la clave de que Macri esté dispuesto a hacer muy poco por la derrota bonaerense de Cristina Kirchner? Algunos de sus seguidores le recomiendan postularse como diputado y buscar al kirchnerismo para vencerlo en su propia fortaleza. Son los que creen que sólo lanzándose a esa saga Macri puede aspirar a la presidencia en 2015. Calculan que, de lo contrario, la sucesión se tramitará dentro del PJ. Pero el consultor Jaime Durán Barba le tiene prohibido a Macri pensar esa alternativa. "Para nosotros, 2013 no existe", le explica, antes de profetizarle un derrumbe general del oficialismo que lo tendrá como único beneficiario. Macri acata: todavía no se anima a abandonar las rueditas.

Scioli y Macri desean que Sergio Massa enfrente a la señora de Kirchner en Buenos Aires. Massa arma una liga de intendentes de la que carece el gobernador. Y embelesa a los empresarios prometiéndoles que en marzo se lanzará contra el Gobierno. La clase política no lo toma tan en serio. Es verdad que Randazzo lo castigó con una dureza que sólo se explica por una orden presidencial. Pero Scioli sigue sospechando que Massa, a pesar de sus juramentos, puede mantener un pacto con la Casa Rosada.

En el campo no peronista las dificultades son mayores. Ricardo Alfonsín debería negociar su candidatura a diputado con Margarita Stolbizer desde una doble debilidad: salió tercero en 2011 y una parte de la UCR sueña con incorporarse al kirchnerismo. Los intendentes radicales preferirían el desdoblamiento. Temen que la lista nacional los arrastre a una derrota.

Las fuerzas de la oposición siguen girando en un vacío conceptual y organizativo. Ninguna novedad. Salvo en el ciclo 1983-2001, los unicatos han sido una constante en la historia del país. Las frágiles oposiciones, peronistas o antiperonistas, tercerizaron casi siempre la tarea de vencer a los gobiernos. Durante décadas ese trabajo fue delegado en las Fuerzas Armadas. Ahora se les confía a los caceroleros indignados. Nadie dirá que no se ha progresado.