Hay brujas feas, de lunares y escoba. Las hay piadosas, como las manosantas, y adivinadoras como las de los oráculos. Lo que nos estaba faltando era una presidenta que admitiera que su secretario legal y técnico le decía bruja, y que no entiende por qué ahora todos ven a su esposo como un santo y a ella como a una "bruja horrible". Menos acostumbrados estábamos a que esa confesión se hiciera por cadena nacional. De la mano de Cristina, los discursos empezaron a combinar lo extravagante con lo casero, lo institucional con lo burdelesco y lo republicano con lo vulgar.
El llamado público a "laburar", la referencia a la "guita", la "avivada" y a la "explotación por dos mangos", y haber tildado de "pendex" a su viceministro de Economía, Axel Kicillof (que, por otro lado, ya superó la barrera de los 40), son expresiones impropias de un jefe del Estado, máxime si es mujer. También resultó odioso haber dicho al gobernador de Chaco, Jorge Capitanich, que, a pesar de ser "morocho", no provenía de pueblos originarios; haber llamado "xenófobos" a los europeos, y dicho que los docentes "trabajan cuatro horas por día y tienen tres meses de vacaciones".
Para Cristina, los vecinos de Puerto Madero son "conchetos", el Estado "no es mongo", "la soja es un yuyo que crece sin ningún tipo de cuidado" y, cuando aumenta la producción de alimento para mascotas, es porque "está comiendo el pueblo".
Sus discursos incluyeron retos para un supuesto "abuelito amarrate", directivas para que el senador Aníbal Fernández se pusiera "un bonete" y humillaciones como la que recibió Yanina, a la que, según la Presidenta, un compañero le "llenaba el pomo" en la fábrica donde trabajan. Hace muy poco, la Casa Rosada trocó la palabra "cazzo" por "nada" en una frase presidencial que, por su alegoría, se sacaba chispas con la que invitaba a comer cerdos porque "son afrodisíacos y mucho más gratificantes que tomar Viagra".
La falta de filtros y la degradación de los mensajes no son exclusivos de Cristina. Moreno, el propio Fernández y recientemente el ministro Tomada con su "¿a quién carajo le importa la industria automotriz?" cuando pensaba que no estaba saliendo al aire por radio, son mojones más que visibles en la ruta del exabrupto, de la agresión y de la chabacanería. Es la decadencia discursiva del que ataca porque ya no puede convencer.