La desaparición de Néstor Kirchner está modificando el horizonte de la economía y de los negocios tanto como el de la política. Son cambios menos visibles, muchas veces paradójicos, pero igual de relevantes.
La muerte encontró a Kirchner peleando por la presidencia de la Nación sin demasiadas probabilidades de éxito. La caída electoral del año 2009 y la imposibilidad de revisar sus exasperantes estrategias habían condenado al ex presidente a convertirse en el peor candidato del Gobierno. Impedido de superar un ballottage, al kirchnerismo le estaba llegando su ocaso.
Los agentes económicos habían comenzado a prepararse para esa novedad. En empresas y bancos se iba formando un consenso cada vez más convincente de que, por graves que fueran, las malas prestaciones de la política económica comenzarían a ser superadas en diciembre de este año. A partir de ese término, con independencia de quien fuera el reemplazante de Cristina Kirchner, habría que esperar un cambio de orientación. El nuevo presidente se comprometería a devolver a la economía un marco institucional estable dentro del cual combatir la inflación, despejar la incógnita energética, restablecer el equilibrio fiscal, formular una política agropecuaria y disminuir el costo del financiamiento, entre otros objetivos. Esa nueva racionalidad acercaría a la Argentina al grupo que integran Brasil, Chile, Uruguay, Perú o Colombia. El ciclo bolivariano estaba por concluir.
La comunidad de negocios, con menos certezas que presunciones, había fantaseado esta imagen del futuro. A partir de ella comenzó a registrarse un tímido ingreso de inversiones especulativas; se preveía para el próximo otoño una ola de adquisiciones de activos reales, sobre todo agropecuarios y energéticos; las compañías se preparaban para ampliar sus planes de inversión, y las que se resignaban a abandonar el país demoraban la salida a la espera de un ambiente más amigable.
Esas hipótesis han perdido su valor. La muerte de Néstor Kirchner mejoró la competitividad electoral del oficialismo, permitiéndole imaginar otro mandato. Y el nuevo candidato, su viuda, manifiesta una escasísima vocación para revertir las patologías que promueve su gestión. La expectativa de un cambio de rumbo a partir de diciembre comienza a ser sustituida por una creciente incertidumbre. Aparecen interrogantes muy precisos sobre cómo hará el Gobierno, en la eventualidad de una reelección, para dar a su gestión económica una supervivencia de cuatro años sin provocar una crisis. Y aparecen también interrogantes, menos precisos, sobre la convicción de la oposición para elaborar una política distinta.
El kirchnerismo inauguró el año demostrando su asombrosa tenacidad para el error. En el servicio eléctrico volvieron a registrarse cortes masivos. Con la actual política era inevitable: la demanda aumenta por el calor y por la mayor cantidad de electrodomésticos; la infraestructura requeriría de una mayor inversión, pero es imposible conseguirla con las tarifas congeladas y una inflación que crece año tras año. Los Kirchner prefirieron siempre este desequilibrio a revisar su dependencia del conurbano bonaerense. En el resto del país la luz cuesta seis o siete veces más. Imposible de justificar.
La Presidenta, que conoce el problema, analizó hace unos meses un aumento fijo, de 10 o 20 pesos, para los clientes de mayor consumo. Julio De Vido lo comunicó a las empresas. Hasta les aconsejó pedir ese ajuste con avisos en los diarios. Pero, una vez más, no se animaron a hacerlo. Las dificultades volvieron a estallar y el Gobierno disimuló su mala praxis atacando a la distribuidora Edesur. Con una resolución publicada el martes pasado pero elaborada en septiembre, se la obligó a aumentar el presupuesto de 2010. Una jugarreta con el tiempo a la que no se hubiera atrevido Julio Cortázar.
La agresividad de De Vido, que incluyó la creación de un tribunal popular de intendentes peronistas, despierta suspicacias. La Presidenta le pidió moderación, porque no quiere espantar a los accionistas italianos de Edesur. Pero los que están para irse son sus socios brasileños. La estatal Petrobrás estudia vender el 27% de la compañía antes de que se siga desvalorizando. Cristóbal López, asociado a un fondo local, entraría a Edesur por menos de lo que le pedían hace dos meses. La noticia podría titularse así: "El Brasil de Dilma Rousseff desinvierte en la Argentina de Cristina Kirchner". Pero sería malicioso.
El Gobierno también sigue asfixiando al sector rural, con la excusa de que "gana mucha plata". Hay 8 millones de toneladas de trigo disponibles para la exportación. Pero Guillermo Moreno sólo autorizó embarcar 4 millones. Al bajar la demanda, el productor, que podría cobrar 210 dólares por tonelada, recibe 170. Un viejo regalo de Moreno a la industria molinera. Más suspicacias.
Hace tres semanas, el ministro de Agricultura, Julián Domínguez, refutó a Moreno delante de la Presidenta demostrándole que su decisión era antojadiza. Fue durante una comida con representantes de cinco cerealeras. La señora de Kirchner guardó silencio.
Los desvaríos trigueros de Moreno se suman al drama de la seca. La cosecha de maíz ya perdió el 20%. La de soja, para la que se preveían 56 millones de toneladas, se calcula hoy en 46 millones. El fisco cobrará por retenciones unos 1000 millones de dólares menos que los calculados.
La inflación, que es la gran deformación de la política económica, tampoco será corregida. Mercedes Marcó del Pont, cuya falta de previsión llevó a los bancos al borde de un estallido por la falta de billetes, programó para 2011 una emisión de 24.000 millones de pesos sin respaldo. Gran parte de ese dinero financiará al Tesoro en el año electoral. Alfonso Prat-Gay acaba de consignar que esa expansión monetaria garantiza para este año una suba del 35% en los precios. Prat-Gay se pregunta "cómo van a hacer para convencer a Moyano para que acepte un aumento salarial del 20%, si el Central está emitiendo pesos al 40%". ¿Cómo harán las empresas de servicios para asimilar esa inflación con la tarifa congelada? Difícil de responder, sobre todo si se descarta una ola de estatizaciones.
Si la agenda del Gobierno está muy envejecida, la de la oposición todavía no ha llegado a formularse. A pesar de que los candidatos consultan a economistas y abren fundaciones, es muy difícil localizar hoy un equipo que esté elaborando un programa alternativo al del kirchnerismo y, sobre todo, que esté diseñando la estrategia política capaz de llevarlo a cabo. Ernesto Sanz, el presidente de la UCR, ilustró esa dificultad el miércoles pasado, al confesar en este diario que él imagina un Banco Central "desarrollista", y que mantendría a Aerolíneas en manos del Estado -olvidó que, dicho sea de paso, todavía no fue estatizada-. Conviene aclarar: Sanz es, para el neoalfonsinismo, "el candidato del establishment".
El fenómeno excede en mucho el caso de Sanz. Por improvisación, por falta de convicción, o por temor a enfrentar lo que se presume como un consenso social mayoritario, en el país todavía no ha aparecido un discurso de ruptura con la organización de la economía que propone el kirchnerismo. La preservación de la moneda, el estímulo a la inversión, la creación competitiva de riqueza, el regreso a los mercados de crédito, el aliento a la creatividad privada carecen todavía, aún en sus modulaciones socialdemócratas, de una voz y de un programa. Esa ausencia pinta un cuadro inesperado. La posibilidad de que, más allá de lo que le suceda a la Presidenta, sea "el modelo", con todos sus achaques, el que logre hacerse reelegir.