El kirchnerismo puro se enfrenta a una ecuación política por ahora indescifrable . Esa corriente de camporistas nostálgicos recela de la figura incombustible de Daniel Scioli. Pero conoce, a la vez, la imposibilidad de desprenderse del gobernador de Buenos Aires si Cristina Fernández resolviera, al final, apostar por su reelección. Scioli tiene en la geografía bonaerense, pese al enjambre de problemas, mejor ponderación social que la propia Presidenta.

Un dilema mayor aún para aquel kirchnerismo puro lo plantearía el renunciamiento de Cristina.

Nadie quiere oír hablar sobre esa posibilidad. Tampoco la viuda lo ha hecho . Pero su sola enunciación desnudaría el fracaso político del proyecto modelado por el matrimonio. El kirchnerismo no supo construir hasta el presente, en ocho años, un candidato con su estirpe y estilo que pueda garantizarle este año la victoria. Scioli proviene de las antípodas K igual que Carlos Reutemann. Son dirigentes que en la década del 90 abrazaron la política empujados por la popularidad deportiva. Nunca por una gesta épica ni reformadora, como soñaría el kirchnerismo. Pues bien, amén de Cristina, el gobernador y el senador serían de los pocos , quizás, en asegurarle al peronismo la permanencia en el poder.

Scioli sabe de aquel recelo kirchnerista. Por ese motivo suele desmenuzar cada cosa que acontece en torno suyo. ¿Fue el empinamiento del intendente Juan José Mussi como secretario de Ambiente una decisión más de Cristina? ¿O una señal para congraciarse con los alcaldes del conurbano que venían estrechando filas con el gobernador? ¿Son las medidas de Nilda Garré sobre seguridad en Buenos Aires una mano tendida a Scioli o un intento por marcar diferencias con lo que viene haciendo el gobernador y la Policía Bonaerense? Ninguna de esas dudas podría tener ahora una respuesta tajante.

Es cierto que los intendentes observan con inquietud cómo Cristina, desde la muerte de Kirchner, se ha ido encapsulando en el kirchnerismo puro, la fervorosa juventud y algunas organizaciones sociales. En ese sentido, la incorporación de Mussi al Poder Ejecutivo podría interpretarse como un guiño al viejo peronismo de Buenos Aires.

También la Presidenta está apremiada por un conflicto de gestión. Aquella secretaría no logró dar ninguna respuesta a las dos exhortaciones de la Corte Suprema –una en el 2008 y la otra en agosto de este año– para apurar la limpieza del Riachuelo.

Los jueces tendrían en ciernes otra resolución.

Tal vez aguarden ahora los pasos que Mussi pueda dar.

El ex intendente de Berazategui sería en materia de ambientalismo, comparado con lo que fue la controvertida Romina Picolotti, casi un principiante. Pero podría tener el poder político del que carecieron esa mujer y su sucesor, el despedido Homero Bibiloni, para ensayar la limpieza de la cuenca Matanza-Riachuelo que involucra a diecisiete municipios.

Hay quienes afirman que su presencia, incluso, podría haber sido urdida por Cristina y los K como forma de trazarle también otro límite a Hugo Moyano . ¿Por qué razón? El líder camionero y principal aliado del Gobierno maneja el negocio de la recolección de basura en vastos sectores del conurbano. Obstaculizaría, además, la construcción de nuevas plantas de reciclado de residuos. Una medida básica para iniciar aquel saneamiento que demanda la Corte.

Mussi podría tropezar, sin embargo, con muchos escollos. La Secretaria de Ambiente ha sido olvidada por el Gobierno. Sus partidas originales fueron recortadas. Parte del presupuesto, por ejemplo, fue derivado alguna vez para tapar los baches de financiamiento del Fútbol para Todos.

El largo derrotero del ex intendente –que dejó ahora a su hijo a cargo de la comarca, como lo hizo alguna vez el mandamás de José. C Paz, Mario Ishi, con su madre– poseería hitos que podrían ser leídos en estas circunstancias en forma de clave política. Mussi fue la mayor parte de su historia un incondicional de Eduardo Duhalde . A punto tal que en el 2005 se convirtió en emisario del ex presidente que hizo naufragar el acuerdo con Kirchner –que tramaban Hugo Curto, intendente de Tres de Febrero y el diputado José María Díaz Bancalari– para las elecciones legislativas. En esos comicios Cristina se consagró senadora por Buenos Aires.

Consumada la derrota duhaldista, Mussi se fue erigiendo, junto a Ishi, en pilar del matrimonio Kirchner en tierra bonaerense. Mussi fue, además, quien llevó la voz cantante en el encuentro del PJ bonaerense que convocó Scioli después de la muerte del ex presidente.

Fue el que instó, sin suerte, a que el partido provincial se pronunciara por unanimidad por la reelección de Cristina . También, aunque en privado, se lo requirió al gobernador. Scioli ha preferido sellarse la boca.

Ese silencio enardece al kirchnerismo puro. Scioli y su equipo se limitan a declarar que están trabajando por la reelección en Buenos Aires. Pero prefieren, por la dinámica que acostumbra tener la política argentina, no echarle candado a ninguna puerta . Para colmo, los K carecen en la Provincia de algún contrapeso que logre incomodar al gobernador. Espolean, de tanto en tanto, al diputado aliado de Nuevo Encuentro, Martín Sabbatella. Pero el ex intendente de Morón oscila entre su limitado volumen político y un remolino de confusión.

Tampoco a Garré le agradaría el molde político de Scioli. La ministra de Seguridad sería otra de las que añoran aquellos tiempos camporistas. Convino con Cristina el envío de seis mil gendarmes a Buenos Aires sin una consulta previa, siquiera, al gobernador. Scioli, como tantas veces, jugó al distraído y evitó el brote de un posible pleito.

El pleito, pese a todo, está . La ministra insinuó, en su última rueda de prensa, que el tiroteo contra cuatro gendarmes que custodian un predio en Lanús podría haber sido una acción, intelectual o material, de la Policía Bonaerense. Debió desmentirlo con un comunicado de su propia cartera, pero nunca consiguió ahuyentar las suspicacias. Tampoco fue suficiente la aclaración que hizo en la Casa Rosada el jefe de la Gendarmería.

Las imprecisiones de Garré, tal vez, deban ser adjudicadas a su repentino ascenso . Exhibió en el Ministerio de Defensa un perfil muy bajo, más allá de algunas decisiones que levantaron polvareda. Con el ocaso de Aníbal Fernández, el jefe de Gabinete, se ha ido transformando, después de Cristina, en la voz política más notoria del Gobierno. Sus declaraciones superan, con holgura, la temática de la seguridad.

De hecho, instaló con denuncias la tesis sobre el supuesto espíritu destituyente oculto en la ola de ocupaciones y los desmanes en Constitución. Estigmatizó a Duhalde, a Mauricio Macri y al Partido Obrero.

Pero muchas de sus palabras fueron deslegitimadas por los hechos . Veamos: ligó con el macrismo a uno de los supuestos instigadores de la toma del Club Albariños. Se trata de Regino Abel Acevedo. Y elevó al juez Daniel Rafecas todas las pruebas para que lo detuviera.

Acevedo, en realidad, tenía algún pasado de militancia en el radicalismo porteño. El juez no pudo verificar ni uno de los cargos dados por el Ministerio de Seguridad. La semana pasada decidió anular la orden de captura. Acevedo dejó de ser un prófugo.

Cristina sigue meditando una recomposición de su gabinete antes de que arranque el tiempo electoral. Habría tanteado a un abogado que ocupa un cargo en el Poder Judicial y a un juez de prestigio para sustituir al ministro Julio Alak. Ambas ofertas tuvieron como respuesta el mismo reparo: la presencia en la Secretaria de Justicia de Alejandro Alvarez, el joven de “La Cámpora” que la Presidenta acaba de designar. En la misma dirección, un asesor le habría propuesto a Cristina nombrar jefe de Gabinete a Juan Manuel Abal Medina, el actual vice de Aníbal Fernández. El universo donde el kirchnerismo busca oxígeno sería, paradójicamente, minúsculo y sofocante.

Los últimos conflictos estarían denotando que en el Gobierno, aún antes de la muerte de Kirchner, escasea la buena gestión . Desde el 2006 se debaten el déficit energético y la falta de inversión. Los cortes de luz, en todo el país, volvieron a aflorar con los calores. Una discusión parecida abarca la falta de exploración petrolera: un conflicto gremial y el aumento estacional de la demanda provocaron la escasez de combustible. Desde mediados de año la Asociación de Bancos venía advirtiendo sobre la falta de billetes y la necesidad de imprimir los de $ 200, a raíz de la inflación. Conseguir efectivo fue otro martirio de fin de año.

Ese problema no lo tiene el Gobierno.

Cristina prorrogó el Presupuesto del 2010 y con un DNU se aseguró para este año el manejo discrecional de $ 70 mil millones. Quedó claro que el kirchnerismo cumplió con la meta que siempre negó: evitar en el Congreso la sanción del Presupuesto del 2011 para maniobrar con mayor libertad, a gusto y antojo .

La Presidenta pareció beber esa lección de las fuentes de Kirchner. Las otras lecciones estarían girando todavía en un vacío.