¿Poco?. Depende con la vara que se mida el resultado. La Argentina se estaba asomando en los últimos días, otra vez, al clima de confrontación que signó el primer año de Cristina Fernández en el poder. Haber disipado ese clima no es cosa menor para una nación acostumbrada a las intolerancias y con una enorme capacidad además para convertir en pésima una realidad que, por motivos internos y externos, es ya verdaderamente mala.

Otro podría ser el balance, en cambio, si se desmenuzaran los acuerdos concretos --hasta ahora-- o si se reparara en que esos mismos acuerdos sobre carne, lechería y trigo podrían haberse abrochado quizás seis meses antes. Seis meses es demasiado tiempo cuando el mundo navega una tormenta financiera y económica cuyas consecuencias son aún impredecibles.

Ni el Gobierno ni los dirigentes del campo tenían margen ayer para comunicar a la sociedad otro fracaso. Cristina y Néstor Kirchner enfrentan múltiples escollos políticos y económicos. Caminan rumbo a octubre con la mayor incertidumbre electoral que conocieron en los años de su reinado. Octubre podría marcar para ellos el tiempo del ocaso.

El conflicto ha friccionado también como una lija sobre la Mesa de Enlace. Las fisuras entre los dirigentes son indisimulables. Incluso dentro de las propias organizaciones. Eduardo Buzzi se indignó con Alfredo De Angeli por la ocupación que hizo el lunes de un banco en Entre Rios. Ambos pertenecen a la Federación Agraria, el núcleo mas rebelde que encabeza la protesta.

Aquellos dirigentes tenían la urgencia perentoria de demostrarle a su dirigidos hechos concretos y la evidencia de que el Gobierno de los Kirchner estaba dispuesto a conversar. La necesidad condujo entonces a los dos bandos hacia la salida precaria que construyeron ayer.

El grueso de los acuerdos anunciados había sido madurado durante los encuentros secretos que tuvieron en enero y parte de febrero Julio De Vido, el ministro de Planificación, y Hugo Biolcati, el titular de la Sociedad Rural. "El 80% quedó resuelto en esas negociaciones", admitió uno de los miembros que intervino en la cumbre.

Esa confesión de ahora torna todavía mas incomprensible la conducta precedente de las partes. En primer término la del Gobierno, cuando delató la existencia de aquellas reuniones discretas. En menor escala, también, la declaración de los dirigentes del campo denunciando dilaciones oficiales para abrir un diálogo. Nuevamente la imprudencia política pareció querer sepultar a la racionalidad.

Esa sensación perduró, incluso, hasta las vísperas del encuentro de ayer. La bravuconada de De Angeli fue inexplicable. O explicable sólo desde el ánimo de pretender dinamitar la instancia de negociación. Un ánimo similar al que embargó a Kirchner con la Mesa de Enlace, cuando ordenó divulgar las reuniones secretas de De Vido con Biolcati.

Esa maniobra eliminó de la escena al ministro de Planificación. Quizás haya hipotecado para siempre su confiabilidad como negociador. Pero esa misma maniobra terminó por apartar también a otro hombre clave: Guillermo Moreno. El secretario de Comercio hizo trizas el año pasado cada acercamiento que Alberto Fernández, el entonces jefe de Gabinete, ensayó con la dirigencia agraria.

El papel protagónico recayó ahora en Débora Giorgi. A última hora la ministro de la Producción fue ladeada por Carlos Cheppi, el secretario de Agricultura, y por Florencio Randazzo, el ministro del Interior. Randazzo es un funcionario de confianza de Kirchner pero, a diferencia de Moreno, hace meses que está convencido que el litigio con el campo requiere de una solución consensuada y no de un forcejeo. Al menos pareció salir indemne de la prueba de ayer.

Ese equipo, junto a Sergio Massa, el jefe de Gabinete, viene machacando con la idea de terminar con el pleito y orientar el Gobierno, si fuera posible, hacia la reconstrucción de expectativas con la sociedad. La ambición muestra ramificaciones también en Diputados y el Senado.

El jefe del bloque del Senado, Miguel Pichetto, tiene cerrado un proyecto que propone liberar la exportación de carnes. El modelo pensado el año pasado por los Kirchner en ese terreno y en otros envejeció. Porque la crisis mundial cambió las cosas.

Habrá que ver si el paso dado ayer forma parte de una recapacitación del matrimonio. Si apunta a darle una salida defintiva al conflicto o si se agota, de nuevo, en una simple pérdida de tiempo.