“Somos por los que fueron, serán por lo que somos”. Con estas palabras, Carlos Chiavassa resumió el fuerte vínculo entre las generaciones de su familia, un lazo que se ha mantenido hasta hoy y que espera continúe en el futuro. Esta frase refleja el legado de su bisabuelo, Pietro Chiavassa, quien emigró de Piamonte, Italia, a la Argentina a finales del siglo XIX, y de sus descendientes, que hoy siguen la tradición familiar en la producción de leche en Carlos Pellegrini, Santa Fe, celebrando 100 años de trayectoria.
Desde sus inicios en 1924, cuando Domingo Chiavassa, hijo de Pietro, se dedicaba a la producción de leche con vacas de la raza Shorthorn, la familia estuvo comprometida con la evolución y mejora de sus prácticas agrícolas.
En los últimos diez años, el Grupo Chiavassa, la empresa láctea de producción primaria, logró un incremento del 120% en su facturación en dólares. En cuanto a la evolución de animales, pasaron de 619 animales en el 2009 a 1700 vacas en ordeñe, utilizando solo un 20% más de hectáreas. Aumentó la productividad de 12.800 litros a 33.200 litros por hectárea de manera sustentable.
Este éxito lo atribuyó a un modelo de alto valor agregado que multiplicó por seis el valor por hectárea en comparación con un modelo agrícola puro. Además registró un aumento del 217% en puestos de trabajo calificados, un crecimiento del 182% en la cantidad de animales y un incremento del 109% en la productividad personal.
Fue en 1930 cuando comenzaron a producir con la raza Holando Argentino, estableciendo las bases de la producción láctea de la familia, una labor continuada por su hijo Leonisio y, posteriormente, por sus nietos.
En 1982, tras el fallecimiento de su padre Leonisio, Carlos Chiavassa decidió continuar con la actividad lechera, llevando a la empresa a un nuevo nivel. Carlos, junto a su esposa Pini Poloni, modernizó el negocio y comenzó a implementar tecnologías avanzadas para la producción de leche.
En 1986 inauguraron una sala de ordeñe con 16 puestos, la cual sigue operativa con varios de los colaboradores que estuvieron en la empresa por más de 40 años. “Cuando llegué de la universidad todo giraba en torno a los números. Pero en la empresa descubrí que se trata de una fábrica biológica a cielo abierto, lo que lo hace doblemente complejo”, comentó.
Chiavassa subrayó la importancia de delegar y preparar a las generaciones futuras para continuar con el legado familiar. En 2003 los cuatro hijos de Carlos y su esposa, Cristian, Soledad, Cristóbal, y Rocío, se unieron al negocio familiar tras completar sus estudios en administración de empresas. “Una de las fortalezas de mi padre fue que nos mandó a formarnos, pero también nos dejó hacer”, dijo.
En 2018 la empresa fue galardonada con el Premio a la Excelencia Agropecuaria LA NACION-Banco Galicia en la categoría de productor lechero. Este reconocimiento destacó su labor en agricultura y producción lechera, así como su aplicación de tecnologías avanzadas, desde sensores y software de control hasta el manejo genético de última generación.
Entre algunas de las innovaciones tecnológicas que fueron introduciendo y que les permitió crecer en la productividad están los collares de detección de celo y rumia. Esto posibilitó preñar mejor a las vacas y detectar enfermedades en los animales hasta 2 y 3 días antes de su sintomatología, lo cual permite un uso racional de los medicamentos y trabajar en prevención, detallaron.
Además registran toda la información que se genera en el tambo con distintos programas y la integran con el software QlikView para poder analizar lo que sucede de manera integral. También el manejo de la genética incorporó tecnología de punta. Desde 1975 el establecimiento realiza inseminación artificial con genética de Estados Unidos y Canadá.
Actualmente su programa genético incluye el uso del 100% de toros genómicos. “También fuimos pioneros en adoptar una tecnología que monitorea y detecta signos tempranos de rengueras en vacas, pudiendo prevenir lesiones podales”, indicaron en la firma.
Entre otros avances, cuentan con un sistema de captación de agua de lluvia. Usan la estabulación libre con camas de compost, lo que proporciona un gran confort a los animales en los establos y permite capturar muchos de los nutrientes presentes en los purines gracias al proceso de compostaje. Además han incorporado un separador de sólidos previo a las lagunas de decantación y almacenamiento impermeabilizado.
Fuente: La Nación . EdairyNews