La eliminación de los derechos de exportación sobre el maíz en 2016 convirtió rápidamente a la Argentina en un país maicero. La cadena pasó de un PBI de 8.326 millones de dólares en la campaña 2015/2016 a uno de 20.397 millones en la 2021/22. Esto es, un crecimiento del 145%, que llevó su participación a un 3,6% del PBI argentino, precisó Agustín Tejeda, economista jefe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires. Sin embargo, el maíz puede darle mucho más al país, con mayor agregación de valor, pero debe superar desafíos y estar atento a algunas alarmas, como el estancamiento del área desde la campaña 2018/19 y un panorama de incertidumbre local e internacional, agregó Tejeda.
Emilce Terré confirmó la solidez del “boom del maíz” al precisar que el promedio anual de producción entre el quinquenio 2007/11 y el quinquenio 2017/21 aumentó 120%, con un crecimiento del 73% del área sembrada y del 14% de la productividad, y planteó la necesidad de seguir invirtiendo en desarrollos que mejoren los rendimientos. Es clave, dijo, acotar la brecha entre los campos que más y menos rinden, y aumentar la agregación de valor en general.
Como referencia, precisó que más del 70% del maíz que exporta la Argentina sale en forma de grano, mientras que en Brasil y Estados Unidos (los otros dos grandes del mercado maicero mundial) las proporciones son de 38 y 16%, respectivamente. Brasil privilegia la transformación del grano en carne y Estados Unidos, en etanol, al que destina el 36% de su producción de maíz, contra solo el 3% del caso argentino.
El complejo del maíz, subrayó Terré, es ya el segundo exportador del país, detrás del oleaginoso, base más que suficiente para diversificar la matriz exportadora. La diversificación sí ocurrió en cuanto a los mercados de destino: hoy, el 28% se dirige al sudeste asiático; el 21% a países de América Latina, y el 16% al Norte de África, entre otros.
Para dar un segundo salto maicero, Terré marcó una serie de cuestiones para resolver, desde mejorar los rindes y cerrar la brecha técnica mediante adopción de nuevas tecnologías; mejoramiento de la infraestructura, desde la adopción de sistemas multimodales hasta mejoras viales, acceso ferroviario y transporte por barcazas; sanción de la ley de promoción agroindustrial; mayor producción local de fertilizantes (no tener provisión suficiente, advirtió, podría restar hasta 5 millones de toneladas de producción); fomento al bioetanol, y achicar algunos problemas macroeconómicos, como inflación, volatilidad, brecha cambiaria, retenciones y límites a la exportación.
Carolina Bondolich presentó un detallado estudio sobre 20 cadenas agroindustriales, incluida la del maíz, de cuyos ingresos el Estado se queda con 54,7%, mediante una cascada de impuestos nacionales, provinciales y municipales. De ellos, explicó, las retenciones atacan el federalismo en tres sentidos: 1) el grueso no se coparticipa, 2) reduce la masa de impuestos que sí se coparticipan y 3) se aplica sobre producciones de arraigo regional.
En cuanto al empleo, las 20 cadenas agroindustriales generan 3,7 millones de puestos de trabajo, 24% del empleo privado argentino, incluyendo trabajo registrado, no registrado y no asalariado y abarcando desde la producción de insumos hasta el transporte de mercadería. La principal cadena en términos de empleo es la bovina (437.000 empleos, 11,7% del empleo de las 20 cadenas) y la quinta es la maicera, que entre maíz propio, molienda, alimentos balanceados y alcohol para consumo humano genera 6% del empleo de las 20 cadenas, sin contar su participación en otras cadenas que abrevan en parte en el maíz, como la láctea, la aviar y la porcina. Si se las incluye, “el gran maíz”, como llamó a la cadena ampliada, genera 676.000 empleos, de los cuales el 41% se localiza en la etapa primaria, 28% en el transporte y logística, 15% en la comercialización, 8% en industria y otro 8% en producción de insumos. Por eso, Bondolich instó a los jugadores de la cadena a reivindicar su aporte. El trabajo, enfatizó, dignifica y hace autosuficientes a las personas, eleva su autoestima, creatividad y espíritu crítico, y expande el conocimiento y la empatía sociales.
Paulina Lescano destacó que, como toda producción “a cielo abierto”, la agropecuaria siempre está en riesgo. En cuanto a precios y mercado, exhibió gráficos que muestran la histórica volatilidad del precio del maíz tanto en Chicago como en el mercado local y explicó lo bruscos que pueden ser los cambios de tendencia. Según la analista, el maíz está en buenos niveles históricos, pero no se puede descartar la posibilidad de nuevos máximos o de bajas en función de cuatro factores: Covid, tasas de interés internacionales, crisis energética y guerra en Ucrania.
La pandemia, a partir de las vacunas, parece controlada, pero Lescano advirtió el riesgo de que, en caso de rebrote en China, por su política de “Covid 0”, el país vuelva a los confinamientos masivos, como cuando cerró Shanghai. En cuanto a las tasas de interés, casi todos los bancos centrales del mundo las están subiendo para bajar niveles de inflación récord en 30 o 40 años (aunque de una escala muy inferior a la argentina). Lescano destacó la meta de las autoridades monetarias de Estados Unidos de reducir la inflación de poco más del 8% anual a 2%. El aumento de tasas en pos de ese objetivo fortalece el dólar y le pone presión bajista al precios de los granos, aunque por ahora el maíz, a diferencia del trigo, exhibe resistencia, siempre en un contexto de incertidumbre mundial.
La crisis energética y la guerra en Ucrania, con su efecto sobre el precio de los combustibles y los fertilizantes y sobre los balances granarios mundiales, ya fue incorporada a los cálculos de los mercados, dijo Lescano, aunque sigue siendo un desastre humanitario en términos de “seguridad alimentaria”.
El factor que más puede hacer que los precios bajen, indicó, es el aumento de las tasas para controlar la inflación, por la suba del dólar, ya en sus máximos desde 2004. Otros factores serían una reducción adicional del crecimiento chino, que de tasas de entre 8 y 9% anual apunta a un 4,5% este año, y la safrinha en Brasil, que consultoras de ese país ya estiman en 85 millones de toneladas, mayormente para consumo doméstico. Y nunca está ausente, claro, el riesgo local: más retenciones o cierre de registros, pues los volúmenes de exportación ya casi tocan los topes de “equilibrio”.
Los precios siguen siendo buenos, pero el mundo es complejo. Para el productor, capturar valor es importante, pero, concluyó la analista, puede hacerlo con herramientas disponibles en el Matba/Rofex, y aconsejó a los productores dedicar al menos una hora semanal a plantearse un mínimo de tres escenarios (bueno, intermedio, malo) y obrar en consecuencia. Es mejor, señaló, que cruzar los dedos.
A modo de resumen, Tejeda marcó tres cuestiones: la Argentina se ha convertido en un país maicero, un cultivo federal con gran potencial de crecimiento y de encadenamiento y agregación de valor mediante bioproductos y bienes y servicios que mejoran su impacto económico y ambiental; en un mercado volátil, los productores deben estar siempre atentos a las señales de precios del maíz y los insumos, dadas las altas inversiones que requiere el cultivo, y es clave generar una agenda público-privado que potencie la inversión y políticas de gestión del riesgo tranqueras adentro y tranqueras afuera