Cuándo dejamos de ser el país que promete futuro; el faro que atrae hombres y mujeres del mundo con ganas de trabajar; de la ilusión del ascenso social; de la posibilidad que los hijos sean mejores que sus padres.

Cómo nos convertimos de un país que atraía juventudes a uno que las expulsa.

Cómo llegamos al punto en que un Presidente diga que el mérito no es algo bueno.

Quizás no haya una fecha exacta, quizás sea una sumatoria de acontecimientos que fueron modelando lo que hoy es nuestra sociedad.

Una cultura no se cambia de un día para otro. Se necesitan muchos años de bombardear con ideas para cambiar hábitos y costumbres.

Si pudiera arriesgar un momento creo que elegiría la oportunidad en que Evita dijo:

“Donde existe una necesidad nace un Derecho”

Hasta ese momento una necesidad implicaba una obligación del sujeto para satisfacerla. Es lo que naturalmente moviliza a un ser vivo a salir del letargo e incentiva la acción. Es lo que desencadena el proceso donde se ponen en juego todas las habilidades en pos de un objetivo, es la fuente de todo progreso.

Esa frase es la que le da licencia al individuo a desentenderse de su situación y a delegar la solución en alguien distinto de él. Lo exime de su obligación y le da el derecho de exigir lo que debería haber conseguido con su esfuerzo. Ya no será artífice de su destino.

Ya pasaron más de 70 años de esa frase.

Frase enunciada por alguien “exitoso” en términos políticos, a la que muchos que la sucedieron trataron de emular.

70 años es tiempo suficiente para modelar una sociedad.

Porque no solo se fue deteriorando la relación entre gobernado y gobernante, donde uno depende de las dádivas del otro sino también entre el empleado y el empleador

Se genera un círculo vicioso donde el Estado para hacerse cargo de las necesidades del pueblo presiona sobre la actividad privada, ésta al ver que esos recursos teóricamente van a cubrir las necesidades se exime de pensar en un salario justo ya que sabe que el Estado está detrás sosteniendo al asalariado y por consiguiente el salario es cada vez menos capaz de solventar las necesidades del trabajador, que recurre al Estado para que se lo solucione y el Estado debe presionar nuevamente al privado para conseguir los fondos. Ejemplo: como el Estado se encarga de dar viviendas sociales con los impuestos que le cobra al empleador, el empleador no se preocupa por dar un salario digno que pueda permitir a su empleado pagar una cuota para su futura vivienda.

Desde el momento que el salario se degrada al punto que sólo alcanza para vivir y que el resto de las necesidades las deba proveer el Estado, y como por otro lado, esas mismas necesidades son cubiertas por el Estado para el no asalariado llegamos al punto donde es lo mismo trabajar o no.

Domesticación

Toda esa “fuerza interior”, ese orgullo, esa pasión, esa ambición se aplacan ante el camino fácil que te propone el que te lo reconoce por Derecho.

Estas características propias del Ser Humano, propias de su naturaleza se adormecen y lo rebajan a un estadío inferior. Este adormecimiento se parece a una “domesticación”.

Domesticar es hacer olvidar las características y habilidades que cada uno tiene para defenderse de las pruebas que le presenta el medio.

Domesticación en el sentido de sacarle al Individuo lo que su instinto de conservación le manda para dejarse guiar por alguien “superior” encargado de resolver sus necesidades, por supuesto a su manera y de acuerdo a sus propios intereses.

A partir de ese momento se genera un lazo de necesidad entre el domesticado y el domesticador, y también una responsabilidad del domesticador hacia el domesticado.

Como dice Saint-Exupery en El Principito:

“Eres responsable para siempre de lo que has domesticado”

Ese lazo de dependencia termina en Asistencialismo donde el ciudadano empieza a depender de los favores que le brindan los que sustentan el poder, ya que minada su voluntad de conseguir por sus propios medios lo que necesita, se entrega a mendigar soluciones para sus problemas.

A cambio de ese asistencialismo llegamos al Clientelismo político donde por cada favor hay una contrapartida de sumisión y pérdida de dignidad.

Una pérdida de dignidad aprovechada por el benefactor que llegado a ese punto ya no necesita la seducción ni el buen trato para cautivar al beneficiado. Como dice el etólogo Virtus Dröscher, el burro salvaje ya no necesita el cortejo hacia las hembras de su vida en libertad, cuando vive en cautiverio.

Ahora puede desnudar sus más bajas intenciones ya que no respeta al que se sometió a sus manejos.

La esperanza viene desde abajo, de las generaciones que descubren que fueron utilizados por un sistema que se aprovecha de sus necesidades para someterlos a más pobreza y degradación.

Un rebelarse a la lógica de mirar para arriba como los pichones en su nido, y empezar a delinear su futuro lejos de las promesas de los que sin ningún valor ético pretenden manejar sus destinos.

Ese entendimiento de lo falaz y la caída de la careta de los “benefactores” puede ser el comienzo de un renacer a una nueva generación con otra escala de valores, donde el esfuerzo y la defensa de la dignidad propia impulsen a una autosuperación para beneficio de todos.

Por Ing.P.Agr. Fernando Líbano