En este sentido, la carne de pollo, además de contar con un elevado contenido
de proteínas, tiene un bajo contenido de grasas, con un aporte controlado de
calorías, y es rico en vitaminas y minerales.
Debido al aumento de las necesidades maternas en estas etapas tanto de energía
como de nutrientes, se recomienda consumir diariamente unos 25 g adicionales de
proteínas, durante el embarazo y a lo largo del primer año de lactancia, en
promedio.
Una porción mediana de carne de pollo, por ejemplo, un muslo grande o media pechuga grande, aportan aproximadamente 40% de las necesidades diarias de proteínas de una mujer sana embarazada o en periodo de lactancia. Asimismo, como se trata de una carne muy magra, su aporte de energía es también bajo, lo cual contribuye a evitar un aumento de peso excesivo y cuidar la salud cardiovascular.
Este alimento también contiene zinc, fundamental para la formación de los órganos del bebé, y hierro de buena calidad, importante para la prevención de la anemia materna. Su aporte considerable de vitaminas del complejo B, implicadas en numerosos procesos que incluyen el metabolismo de los restantes nutrientes, y selenio, componente de sustancias antioxidantes del organismo, supone una contribución mayor para cubrir las necesidades diarias.
El incremento de los nutrientes en el embarazo se debe a la demanda del bebé, que aumenta a medida que progresa la gestación, y a las necesidades derivadas de la formación y crecimiento de los distintos tejidos maternos, como la placenta, el útero y las mamas. En el caso de la lactancia, se debe al gasto de energía que supone el proceso de producción de leche y a la cantidad de nutrientes que en ella se secretan.
Tanto el crecimiento físico, como el desarrollo cognitivo y la maduración del sistema inmune pueden verse afectados negativamente si la nutrición no es la adecuada durante este periodo.