Pocas semanas atrás participamos de una convocatoria motorizada por la
Subsecretaría de Agricultura del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de
la Nación. El motivo de la reunión, de la que participaron numerosos
representantes de organizaciones e instituciones técnicas del agro, tenía por
objetivo evaluar y proponer diversas estrategias para alcanzar las 200 millones
de toneladas de granos en la producción extensiva, sin inaugurar nuevas áreas
agrícolas, en pos del desarrollo productivo sustentable y por ende en la
generación de empleo entre otras externalidades positivas. Desde Aapresid
adherimos a esta iniciativa debido a que está perfectamente alineada con nuestra
misión institucional de promover sistemas de producción sustentables de
alimentos, fibras y energías, a través de la ciencia, la innovación y la gestión
del conocimiento en red.
Asimismo desde hace algunos meses participamos institucionalmente en los
distintos encuentros, convocados por parte del Ministerio de Relaciones
Exteriores y Culto, en pos de trabajar en la interacción público privada, para
promover desde el agro las exportaciones de granos con captura de valor y del
conocimiento asociado a tecnologías como el desarrollo genético, agtechs y
maquinaria agrícola. Todo ello originado a partir de los sistemas de producción
agrícolas argentinos bajo siembra directa, muy valorados alrededor del mundo en
un contexto de cambio climático y señalados globalmente como el camino a seguir.
Junto a la posibilidad de implementar esquemas de diferenciación comercial y
agregado de valor mediante certificaciones y trazabilidad de estos sistemas de
producción sustentables, con el potencial de impactar positivamente en el
ingreso de divisas a partir de áreas del comercio internacional poco exploradas
por nuestro país.
La siembra directa es una técnica esencial para reducir la erosión hídrica y
eólica, es decir la pérdida irreparable de suelo por acción del agua de lluvia y
del viento. Sin embargo, además de ella, los sistemas de producción sustentables
requieren de la diversificación y rotación de cultivos, y de la nutrición de los
suelos. En hechos, una parte importante de esa nutrición de suelos proviene de
la diversificación y rotación de los cultivos, en la que las gramíneas como el
maíz, el trigo, la cebada y el sorgo son cultivos de cosecha fundamentales para
preservar la fertilidad de los suelos agrícolas extensivos.
Los dos principales cultivos de primavera-verano que cada año compiten por
superficie son el maíz y la soja, en muy menor medida el girasol. Según datos
del MAGyP en el quinquenio entre 2010 y 2015, en el que existieron restricciones
a las exportaciones de maíz, el área sembrada con este cultivo se situó en todo
ese período entre las 5 y 6 millones de hectáreas con una producción que nunca
superó las 34 millones de toneladas por campaña y en el peor ciclo agrícola del
período (2011/12), producto de la sequía, apenas logró sobrepasar las 21
millones de toneladas de granos, con un promedio de 29 millones de toneladas de
maíz por campaña durante el período de cinco años bajo análisis. En el mismo
quinquenio el área con soja se situó en torno a las casi 20 millones de has y la
producción total de la oleaginosa osciló entre las 40 (en la sequía de 2011/12)
y las 61 millones de toneladas (2014/15), con un promedio de 50,5 millones de
toneladas por campaña.
En el quinquenio siguiente (2015-2020) sin restricciones a las exportaciones
del maíz, el área cultivada con este cereal creció y se situó entre las 7 y las
9,5 millones de hectáreas (55% de incremento, si se toma el área promedio de
cada período) con una producción sostenida de entre las 43 millones de toneladas
en la peor campaña del quinquenio (2017/18), debido a la sequía, y las 58
millones de toneladas de maíz en la pasada campaña 2019/20. Por su parte la soja
en el mismo período de análisis, fue decreciendo hasta situar su área en torno a
las 17 millones de hectáreas en las 3 últimas campañas. Su producción osciló
entre las 38 millones de toneladas durante la sequía 2017/18 y las 59 millones
de toneladas en la campaña 2015/16, como picos máximos y mínimos de producción,
con un promedio de 51,1 millones de toneladas por campaña de producción en el
período analizado.
Es decir, en el quinquenio sin restricciones a las exportaciones de granos,
la producción de maíz promedio creció un 72%, pasó de 28,8 a 49,6 millones de
toneladas, mientras que la producción promedio de soja no varió de manera
significativa, se mantuvo en el mismo rango de 50,5 y 51,1 millones de toneladas
promedio en sendos períodos. No obstante cuando se comparan los años de "vacas
flacas", es decir, las sequías de las campañas 2011/12 y 2017/18 la suma de
producción de soja y maíz en conjunto arrojan 61,3 y 81,2 millones de toneladas
respectivamente. Una diferencia de 20 millones de toneladas, un 32,5% más de
estos dos granos analizados en el período sin restricciones a las exportaciones
para hacer frente a esas sequías.
El sostenimiento en la producción de soja a pesar de la reducción del área
cultivada puede ser explicado principalmente por el incremento en la inversión
en nutrición de suelos y rotaciones de cultivos, especialmente con maíz. Hecho
que cuenta con suficiente respaldo técnico científico: cultivar soja luego de
maíz incrementa significativamente el rendimiento de la oleaginosa.
El cierre de exportaciones aunque anunciado como temporario, genera
incertidumbre de cara a la próxima campaña agrícola, demorando los logros
productivos descriptos previamente y el sueño de las 200 millones de toneladas
de granos. La Sustentabilidad es un delicado equilibrio entre lo económico
productivo, lo social y lo ambiental. Una hectárea de maíz produce en promedio
más del doble de grano que una hectárea de soja y el cuádruple que el girasol.
Una reducción en su producción implicaría menos fletes, menor consumo de
combustibles y lubricantes, menos acopio, menos trabajo y especialmente menos
oportunidades por una menor disponibilidad de maíz. Asimismo, es importante
observar que quien a la fecha no comercializó su producción de maíz difícilmente
vaya a hacerlo, debido a que esta medida desincentiva la comercialización y al
mismo tiempo lacera la confianza, entendida como la previsibilidad de las
acciones.
Cuando se observan los efectos comerciales del cierre de exportaciones de
maíz y trigo durante el quinquenio 2010-2015, en el corto plazo efectivamente
deprimieron los precios internos de los granos, cuyo impacto en el valor final
de los alimentos que llega a los consumidores, es no obstante muy bajo. Sin
embargo, en el mediano plazo los efectos colaterales negativos como la
sojización, la pérdida de mercados externos y una menor disponibilidad de estos
granos fundamentales para la alimentación humana, con picos de precios por
escasez que impactaron de manera nociva en cada una de esas cadenas cerealeras,
se habían vuelto moneda corriente.
Al mismo tiempo, en el plano ambiental, la reducción de rotaciones de
cultivos en esos años generó un incremento del nivel del agua en las napas
freáticas por falta de consumo productivo, hecho que constituyó una de las
causas que potenciaron las inundaciones recurrentes sufridas en gran parte del
territorio argentino, con elevados costos ambientales, sociales y económicos.
A todos nos preocupa que en la mesa de los argentinos estén presentes los
mínimos aconsejables por la ciencia en cuanto a proteínas, fibra alimentaria,
carbohidratos y ácidos grasos esenciales. No obstante, ello se logra con mayor
producción de alimentos y de sus materias primas necesarias, capaces de
satisfacer la demanda interna al mejor precio. Es bien conocido, que a mayor
disponibilidad de un bien se reduce su precio, y al mismo tiempo permite
ingresar una mayor cantidad de divisas y con ello aportar al necesario
equilibrio de la balanza comercial.
Confiamos en que esta medida anunciada el último día hábil del año sea
revisada y eventualmente suspendida, para dar lugar a la construcción de mejores
estrategias junto a todos los actores de las cadenas productivas que permitan
atender a las necesidades de corto plazo de nuestros compatriotas, sin afectar
negativamente en el mediano y largo plazo a los sistemas productivos.
Sabemos que es posible, existe el conocimiento necesario para lograrlo a través de herramientas humanas al alcance de la mano capaces de transformar la realidad de manera superadora, como son el diálogo y la escucha activa, en pos de alcanzar acuerdos sustentables. Estamos para sumar a la búsqueda de esas mejores soluciones.