En 2020, más de 400 mil hectáreas en 14 provincias fueron afectadas por los incendios forestales. Esto genera pérdidas en los ecosistemas naturales que, según los especialistas, recuperarlos puede demorar décadas. En este contexto, un equipo de investigación del INTA implementa estrategias de restauración a fin de recuperar los ambientes dañados.
Para Luis Tejera –investigador del INTA Esquel, Chubut–, las pérdidas que ocasionan los incendios en los ecosistemas naturales son “inconmensurables”. Es que, de acuerdo con el especialista, “muchos de ellos son altamente sensibles a los procesos de degradación y poco resilientes”.
En esta línea, explicó que “si bien llegan a lograr un nuevo equilibrio, aunque distinto al original, no son capaces de brindar la misma calidad en servicios ecosistémicos como fijación de dióxido de carbono (CO2), liberación de oxígeno (O2), protección de altas cuencas de los procesos erosivos o retención hídrica de los suelos. En consecuencia, los procesos de inundación y las sequías recurrentes tienen un impacto mayor”.
“En INTA trabajamos para contribuir a la seguridad alimentaria y a la preservación de ambientes sostenibles mediante una red federal de unidades de caracterización y monitoreo”, señaló Carolina Sasal, especialista del INTA Paraná –Entre Ríos–.
“La restauración ecológica consiste en promover procesos de recuperación de áreas degradadas o destruidas en relación a su función, estructura, composición y suministro de servicios ecosistémicos”, detalló Sasal. En esta línea, subrayó que el INTA lleva adelante experiencias para recuperar los servicios ecosistémicos, restaurar la diversidad de bosques nativos y recuperar áreas disturbadas por incendios.
Para esto –explicó Sasal– se implementa un abordaje integrado de suelo, agua, biota y decisiones humanas para contribuir a la generación de las mejores tecnologías. En la búsqueda de soluciones, además, se propone superar los obstáculos relacionados con la falta de integración y participación.
Con nativas, la recuperación se acelera
Entre las estrategias de recuperación en ambientes áridos y semiáridos se destaca la plantación de especies nativas, dado que acelera los tiempos de recuperación, sobre todo en casos de incendios muy intensos que producen una alta mortalidad de la vegetación.
Para Adriana Beider, jefa del grupo pastizales del INTA Chubut, “los ambientes áridos y semiáridos tienen una alta resiliencia y, luego de un incendio y aunque a simple vista parezca que toda la vegetación está muerta, las yemas basales de los órganos subterráneos y parte del leño siguen activas, brindando posibilidades de rebrote y con ello de recuperación del ecosistema”.
“La selección de especies debe centrarse en las presentes en ecosistemas de referencia y, entre ellas, las que puedan multiplicarse con relativa facilidad, posean altos porcentajes de establecimiento y supervivencia en el campo, alta tasa de crecimiento y puedan colonizar rápidamente las áreas afectadas”, especificó.
“También se busca trabajar con aquellas de palatabilidad moderada para evitar pérdidas por herbivoría, ya que tanto la fauna silvestre como el ganado doméstico puede consumir los plantines, como así también los rebrotes de las plantas que sobrevivieron al fuego y las plántulas que puedan emerger en forma natural. Es por ello que la reducción de la carga animal en el área afectada también contribuye en buena medida a una recuperación en menor tiempo”, explicó Beider.
Cada incendio con su estrategia de remediación
Una de las experiencias más emblemáticas de restauración post-incendio se desarrolló en el Cerro Catedral de Bariloche, Río Negro. “En 1996 se quemaron unas 800 hectáreas de bosques y fuimos convocados para restaurar la zona afectada”, recordó Gallo, especialista en genética forestal del INTA Bariloche.
“Cosechamos semillas de los árboles sobrevivientes de la especie nativa Ciprés de la Cordillera, con lo cual captamos la diversidad genética de esa población antes del incendio”, detalló. Con esas semillas se generaron 15 mil plantines que, tres años más tarde, fueron empleados con la estrategia de plantas nodrizas.
“Durante esos tres años, los arbustos con capacidad de rebrote se habían recuperado lo suficiente como para brindar protección a los cipreses de la desecación proveniente del Norte y del Oeste. Entre 1999 y el 2000, se plantaron y a los 3 años se realizó una evaluación y se detectó una sobrevivencia de entre 46 y 81 %, dependiendo del sitio, con buenos crecimientos y vigor.
“Hoy, a 20 años de la plantación, con árboles que superan los 5 metros de altura, vemos que esta experiencia exitosa sirve de referencia para mostrar que es posible la restauración de los bosques incendiados en Patagonia”, enfatizó Gallo.
Entre 2010 y 2013, unas 30 mil hectáreas de Selva Pedemontana de Yungas, ubicadas al este de Jujuy, fueron alcanzadas por incendios forestales de alta intensidad y severidad. Este disturbio de gran escala territorial, afectó los servicios ecosistémicos del bosque, disminuyendo fuertemente la productividad forestal.
Ezequiel Balducci, investigador del INTA Yuto, Jujuy, recordó que, en 2017, con apoyo del Plan Nacional de Restauración de Bosques Degradados del Ministerio de Ambiente de la Nación, el INTA y los productores iniciaron una serie de experiencias de restauración activa, que apuntaban a la recuperación del potencial productivo del bosque nativo, mediante acciones de enriquecimiento y manejo de regeneración post incendio.
“Esta experiencia buscó realizar un aporte significativo sobre la efectividad de las diferentes prácticas aplicadas, conocer los tiempos y costos requeridos y generar información de base para la formulación de futuros proyectos de restauración en la región”, expresó.
Como todos los veranos, ocurren decenas de focos de incendio en los alrededores de la ciudad de Bariloche, algunos de los cuales no logran ser suprimidos por los bomberos forestales y terminan devorando hectáreas de bosques. Así fue como en 1995 y 2013 se perdieron 72 hectáreas de lengales y otras especies en la ladera sur del Cerro Otto.
“Con financiamiento del Ministerio de Ambiente de la Nación se inició un proyecto de restauración ecológica activa en 2018”, recordó Mario Pastorino, investigador del INTA Bariloche. “Ya llevamos plantados unos 10 mil plantines de coihue, ñire, maitén, ciprés de la cordillera y lenga, cubriendo una superficie de unas 20 hectáreas”.
“Elegimos las mismas especies que se perdieron con los incendios y parte de los plantines empleados fueron producidos por el INTA y otros adquiridos en viveros públicos y privados”, indicó.
“A esto se le sumaron componentes de concientización y educación ambiental con las comunidades adyacentes, además de capacitaciones técnicas para el personal involucrado. También participan otras instituciones como la Subsecretaría de Bosques de Río Negro, la Municipalidad de Bariloche y la Universidad Nacional de Río Negro”, detalló.
Entre enero y septiembre de 2020 se quemaron 194 mil hectáreas aproximadamente. Para Ernesto Massa, especialista del INTA Paraná, Entre Ríos, “los humedales son ambientes muy productivos, pero con estimaciones de regeneración de la vegetación más lenta, que en situaciones normales”.
Y agregó: “A su vez, los incendios afectan de manera diferencial según las coberturas de vegetación y en el Delta predominan dos tipos de suelo, bien diferentes: suelos orgánicos y suelos minerales”. En este sentido, enfatizó que “el manejo será clave para poder contribuir a la recuperación de la vegetación”.
“Desde el punto de vista ganadero, el primer paso es ajustar la carga animal, que en la primavera y verano que se avecinan debería ser baja, para evitar el exceso de pastoreo, incluso permitir que la vegetación pueda florecer y producir semillas. A su vez, es esencial conocer qué cobertura vegetal se quemó: si son pajonales se recuperarán más rápidamente que si son bajos, con vegetación hidrófila”, detalló.
“En la provincia de Chubut se han registrado Incendios de grandes proporciones en 1944 y en 2015. Es en este año que comienza a funcionar la mesa interinstitucional donde se priorizan las áreas y especies a restaurar. Se conforman grupos de cosecha de semillas y se distribuye a viveros de la región que producirán los plantines. En la etapa de plantación y monitoreo es muy importante el anclaje en grupos locales de terreno”, indicó Víctor Mondino del INTA Esquel.