El otoño y el invierno transcurrieron prácticamente sin lluvias en gran parte del país y la primavera continúa con un régimen por debajo del promedio histórico, a excepción del centro y sur de Buenos Aires. En ese marco, la preocupación que gana terreno de cara a la campaña gruesa, que está dando sus primeros pasos, es que este déficit hídrico se prolongue y se acentúe durante los meses de verano, para cuando se pronostica el accionar de La Niña.
Y ese temor no solo se centra en que haya menor disponibilidad de agua para que tomen las raíces y alimenten las hojas y generen granos, sino también en que esta condición climática es predisponente para que la proliferación de plagas sea mayor a lo normal. “En años con menos lluvias y temperaturas más altas que lo normal, hay mayor presión de insectos sobre los cultivos, las plantas estresadas hídricamente son más vulnerables por ataques de plagas y los productos para controlarlas se comportan de una manera distinta” resume Daniel Igarzábal, Ingeniero Agrónomo y Director de Halcón Monitoreos.
Según Igarzábal, la soja estresada es más vulnerable al ataque de plagas por dos circunstancias: la primera es que se desarrolla más lentamente; entonces, por ejemplo, mientras en situaciones normales si un insecto come las hojas V2, la planta se defiende emitiendo rápido la hoja V3, con cultivos estresados, esto no ocurre. El segundo factor es que la planta cambia su fisiología y composición interna. Al tener las raíces poca agua para alimentar todos los procesos fisiológicos, el sistema vascular que traslada el líquido vital y moviliza los nutrientes, funciona muy lentamente. “La planta produce menos energía de la que necesita para formar órganos como flores y granos. Entonces reutiliza lo poco que ha logrado formar. Su misión es formar grandes moléculas como proteínas, las cuales debe romper en otras más pequeñas (aminoácidos, azúcares) para lograr energía de este proceso. Una composición de moléculas pequeñas favorece la alimentación, el desarrollo y la reproducción de algunas plagas como trips y arañuelas, entre otras”, agrega el experto.
Asimismo, el lento crecimiento de los cultivos hace que muchas plagas se comporten de una manera diferente a cuando atacan sojas con un desarrollo normal. Por ejemplo, la oruga bolillera en plantas con hidratación óptima está más expuesta a predadores y a controles químicos, debido a que los folíolos permanecen abiertos. En cambio, un cultivo estresado permanece mucho tiempo con los folíolos cerrados y eso hace que las larvas que están adentro se sientan protegidas y fabriquen hilos de seda para mantenerlos cerrados.
A esto se suma que el invierno sin lluvias provocó que crezca la cantidad de pupas que se transforman en polillas, que luego ponen huevos, de los que nacen las larvas que afectan al cultivo. “Los trips y las arañuelas, por la modificación inducida por el estrés hídrico, disponen de un alimento ideal para que sus poblaciones crezcan y se desarrollen mucho mejor que en situaciones de cultivos sin estrés. Las poblaciones son efectivamente mayores y las dificultades para controlarlas se potencian” explica Igarzábal.
Tratamiento químico
El problema en este contexto es que, al comportarse distinto tanto las plantas como las poblaciones de insectos, los productos tampoco funcionan de la misma manera que en años normales. Por ejemplo, las orugas “escondidas” dentro de los folíolos cerrados hacen que sea imposible el control por contacto, y solo se logre frenarlas por ingestión, cuando consumen hojas que recibieron el accionar del insecticida. “Otro ejemplo: si en un año de lluvias normales hay en promedio 10 orugas por metro y se hace un tratamiento con una eficiencia del 80 por ciento, luego de la aplicación quedarán solo dos por metro. Pero en situaciones de alta población, si hay 50 orugas por metro, la misma aplicación con la misma eficiencia dejará 10 viva, la misma cantidad con la que se hacen tratamientos en situaciones normales. Y el problema, claro está no es la efectividad del producto”, menciona Igarzábal. Por eso, desde su punto de vista, bajo estas condiciones no solo hay que ajustar la toma de decisiones en cuanto al “umbral” o momento de acción (tres bolilleras por metro en años normales, una cada dos metros en esta campaña), sino que hay que ser más finos en la elección y la dosis de los productos a usar.
Para Francisco Francioni, Gerente de Insecticidas de FMC, una buena estrategia es rotar modos de acción. Por ejemplo, utilizar primero Coragen, un producto con la familia química de las diamidas antranílicas, con amplio espectro de control en orugas bolilleras. Y reforzarlo luego con Hero, que combina dos piretroides, y también es muy efectivo y eficaz contra esta plaga. “El mensaje es que, ante este combo de estrés del cultivo y mayor presión de plagas, hay que estar más atentos que nunca al monitoreo y seguimiento de los lotes desde el día uno de la campaña. Y en caso de determinar la necesidad de aplicar productos, rotar los modos de acción”, enfatiza Francioni.
FMC es una compañía internacional de ciencias del agro, dedicada al desarrollo tecnológico y a la innovación en protección de cultivos, con presencia en más de 40 países y 130 años de trayectoria. Actualmente, se posiciona a nivel mundial como la 5° compañía de defensivos agrícolas y la 1° empresa química dedicada exclusivamente a la protección de cultivos. Con un portfolio altamente innovador, cuenta con 22 centros de Investigación y Desarrollo en todo el mundo y trabaja diariamente para llevar soluciones al campo y estar más cerca de los productores. FMC Argentina posee oficinas en la Ciudad de Buenos Aires y lidera la actividad en la región del Cono Sur, que comprende además a Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia.