La secretaria de Comercio Interior, Paula Español, indicó que “los nutrientes advertidos serán sodio, grasas saturadas y azúcares”, la base de cálculo se realizará sobre 100 gramos y “se incluirá una leyenda sobre edulcorantes”.
El etiquetado frontal apunta a que la población se informe fácil y
rápidamente acerca de las propiedades nocivas para la salud que poseen los
alimentos que consumen.
Hay tres sistemas de etiquetado y el que Argentina eligió es el de advertencias, que consiste en la presencia de una o más imágenes gráficas en el frente del paquete que indican si el producto presenta niveles superiores a los recomendados de sodio, grasas y azúcares.
Aún resta consensuar el formato de etiquetado, y las opciones que se contemplan son sellos negros (utilizado por Chile y Uruguay) o una lupa (modelo aprobado la semana pasada por Brasil).
Según datos de la Segunda Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS2), en nuestro país 7 de cada 10 adultos y 4 de cada 10 niños, niñas y adolescentes de entre 5 y 17 años presentan sobrepeso.
Para Español, la iniciativa significa “ampliar y defender los derechos a la salud y la información” porque “es una política muy efectiva para avanzar sobre la epidemia de sobrepeso y obesidad que aqueja al mundo entero”.
Asimismo, la funcionaria aseveró “que el 70% de la población mayor de 13 años
no lee la información nutricional de los envases” por lo cual “es
responsabilidad del Estado garantizar el acceso a información clara, simple y
precisa e incentivar a las y los consumidores a elegir alimentos de mejor
calidad nutricional”.
En la semana pasada, en un plenario de comisiones del Senado que debatió la unificación de 13 proyectos de ley sobre el tema, el presidente de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Copal), Daniel Funes de Rioja, aseguró “compartir los fines y propósitos con el Poder Ejecutivo” pero pidió “tener en cuenta las distintas realidades”.
“No nos oponemos al etiquetado, siempre y cuando no tienda a la demonización”, agregó el dirigente, y consideró inoportuno “copiar modelos que demonizan alimentos y no facilitan ni el acceso ni el conocimiento sobre sus cualidades”.
Fuente: El Economista