Luego siguió la guerra tecnológica: China amenazaba con liderar el despliegue de la nueva generación de telefonía celular (5G) y Estados Unidos se ocupó de disuadir a potenciales clientes de los chinos de hacer cualquier tipo de negocios con ellos.
Al mismo tiempo las autoridades de Washington se lanzaron a prohibir a compañías estadounidenses venderle tecnología a Huawei, el gigante chino de los celulares. En mayo de este año, Washington ya había limitado las compras de Huawei de semiconductores producidos directamente con software y tecnología estadounidense. Ahora volvió a apretar las clavijas.
El lunes, el Departamento de Comercio de Estados Unidos publicó una lista negra de 38 subsidiarias de Huawei a las que extendió la prohibición de ventas de software y hardware estadounidense.
“Estas acciones, evitan que Huawei intente eludir los controles a la exportación para obtener componentes electrónicos desarrollados o producidos utilizando tecnología estadounidense”, dijo el Departamento de Comercio al justificar la medida, tomada en conjunto con el Departamento de Estado, que se ocupa de las relaciones exteriores. El secretario de Estado, Mike Pompeo, dijo que Huawei “es un arma de la vigilancia de Estado del Partido Comunista Chino (PCC)” y que las medidas protegen “la seguridad nacional de los Estados Unidos, la privacidad de nuestros ciudadanos y la integridad de nuestra infraestructura de 5G de la maliciosa influencia de Beijing”. “No toleraremos los intentos del PCC de minar la privacidad de nuestros ciudadanos, la propiedad intelectual de nuestras empresas, o la integridad de las redes (celulares) de nueva generación alrededor del mundo”. Esta retórica es la misma que empleó dos semanas atrás Pompeo para justificar las presiones para sacar del mercado estadounidense a TikTok, la exitosa red social china, que ahora deberá venderse a un comprador estadounidense. La misma lógica se aplicó a la orden ejecutiva de Trump prohibiendo cualquier tipo de transacción de empresas estadounidenses con WeChat, el equivalente chino al Whatsapp y propiedad del gigante de las telecomunicaciones, Tencent. El problema es que esta guerra fría tecnológica promete costarles miles de millones a las empresas estadounidenses. Un caso inmediato es Apple, que vende todos los años en China unos U$S10.000 millones. Si WeChat desaparece del Apple Store, ya no hay ningún incentivo a comprar un iPhone en China.
Después de 40 años de creciente integración económica entre Estados Unidos y China, lo que está ocurriendo ahora es un veloz desacople (decoupling, es la palabra clave en la prensa anglosajona) basado en intereses estratégicos y geopolíticos por encima de los intereses comerciales y de negocios que habían primado hasta ahora. Podría pensarse que esto es solo un exabrupto más de Trump y que todo volverá a la normalidad si Joe Biden gana las elecciones de noviembre y ambos países firman un nuevo pacto comercial.
Para Gideon Rachman, el principal comentarista de política internacional del Financial Times, lo que está ocurriendo está siendo impulsado por un cambio fundamental en la forma en que Estados Unidos y China ven su relación bilateral. “En las últimas cuatro décadas, la lógica de los negocios prevaleció sobre la rivalidad estratégica. Pero ahora estamos en un nuevo mundo en el que la rivalidad política supera a los incentivos económicos”, escribió. “Esto no es solamente una locura de Trump: ahora hay un consenso bipartidario en Washington en que es necesario endurecerse con China, incluso si esto lastima las ganancias de las empresas”, agregó.
Un ejemplo del consenso se vio en mayo pasado, cuando senadores de los dos partidos votaron a favor de una ley que obliga a las compañías chinas a retirar su cotización de los mercados de valores de EE.UU. si no aceptan ser auditadas según las reglas estadounidenses. La ley fue aprobada después de un escándalo bursátil que afectó a una cadena china de cafeterías que cotiza en Nueva York, Luckin Coffee, que admitió haber inflado sus ventas en más de US$300 millones. La decisión de obligar a las empresas chinas a transparentar su información podría ser el primer paso en lo que muchos observadores ya describen como el lanzamiento de un tercer frente en el enfrentamiento chino-estadounidense, la guerra financiera. Estados Unidos, después de todo, ya ha utilizado armas financieras en el pasado contra algunos de sus enemigos, como Irán o Venezuela.
La semana pasada, un despacho de la agencia Reuters fechado en Shanghai y Beijing, dijo que la fuerte escalada en las tensiones con Estados Unidos está haciendo crecer los temores en China de que estalle una guerra financiera que podría resultar en que el país sea excluido del sistema global del dólar. “Funcionarios y economistas chinos en meses recientes han estado inusualmente locuaces en discutir algunos escenarios muy pesimistas en los que China es bloqueada del sistema de clearing del dólar, o que Washington congela una porción de las enormes tenencias de activos financieros estadounidenses en manos chinas”, dijo Reuters.
Si el frente financiero se suma a la nueva guerra fría, el resultado podría ser potencialmente devastador para las empresas estadounidenses, que tienen activos en China por US$ 700.000 millones y ventas anuales por US$ 500.000 millones. Y para las empresas chinas, que enfrentan controles de capitales en su mercado doméstico, verse privadas de acceder al mercado de capitales estadounidense también sería un golpe. Pero así son los enfrentamientos por la hegemonía global en estos tiempos. Ambas potencias se acusan mutuamente de agresión. Pero más allá de quién tiró la primera piedra, el conflicto ya está claramente inmerso en una lógica retaliatioria.
A las grandes empresas les gustaría permanecer neutrales en esta guerra fría emergente entre Estados Unidos y China. “Pero esto podría ser imposible”, dice Rachman. “Los últimos 40 años de historia mundial fueron construidos alrededor de la globalización y el acercamiento entre Estados Unidos y China. Pero este mundo está desapareciendo velozmente”, escribió.
Fuente: El Economista