El fracaso estrepitoso de dicha idea se modifica cuando Deng Xiaoping toma el poder en 1978 y, manteniendo el sistema de partido único, con su famosa frase “no importa si el gato es blanco o negro sino que cace ratones” lanza a China a la economía de mercado.
Desde entonces, rige el sistema de un país con un partido único en el poder (el Partido Comunista Chino lleva ya más de 70 años) con una economía de tinte capitalista. Y sobrevino la explosión que en pocos años fue posicionando a China como una creciente economía a nivel global, con tasas de crecimiento por décadas de su PBI nunca vistas en la historia moderna y contagiando a otros países del sudeste asiático. Desde 1978 al 2018 China atrajo un total de 2 trillones de dólares en inversión extranjera directa para aprovechar esa apertura al mundo real. Casi 1 millón de empresas extranjeras se instalaron en ese período. En la actualidad, China comercializa con 230 países/regiones y tiene firmados 17 tratados de libre comercio. La educación se basa en un sistema meritocrático. En 1978 sólo el 2% de la población accedía a una educación superior. Hoy lo hace el 48%. En el ránking de “ambiente de negocios” China escaló 32 puestos en el último año. Y tiene un superávit comercial anual con EE.UU. de nada más y nada menos que 375 mil millones de dólares (por ello la “guerra” de Trump).
Entre algunas de las “consecuencias” del crecimiento chino podríamos afirmar que países de América Latina, Asia y Africa han visto mejorar sus “términos de intercambio” gracias a la voracidad china por materias primas, mientras que las economías desarrolladas han podido mantener bajo control la inflación debido a los bajos precios de las manufacturas chinas. ¿O no es así?
Un cambio de paradigmas a nivel mundial absolutamente tremendo y desafiante.
Así, por 19 años hemos estado interpretando que el mundo estaba asistiendo a un desafío por la hegemonía global al ingresar al siglo XXI. Bajo la convicción de que estábamos ante momentos “bisagra” en la historia de la humanidad.
Finalmente, comenzamos el 2020 con la novedad del coronavirus Covid-19 y desde mediados de febrero el tema ha sido -naturalmente- excluyente. Ríos de tinta opinando, justificadamente, sobre las consecuencias del flagelo. Crecientes discusiones -también procedentes- sobre el dilema salud versus economía.
En fin, cuestiones vinculadas con las consecuencias del coronavirus.
También han surgido interrogantes: ¿Fue un accidente?; ¿fue algo premeditado?, ¿por China?; ¿por EE.UU.? También estos interrogantes han sido planteados y son motivo de innumerables opiniones de muchos especialistas en temas vinculados con la Geopolítica.
En fin, cuestiones también vinculadas con las causas del coronavirus.
Ahora, sería prudente pensar en las consecuencias de la causa.
Y no se trata de un juego de palabras. Hacemos referencia al mundo que sobrevendrá cuando se sepa (¿se sabrá alguna vez?) cual fue la causa del flagelo.
El reconocido escritor Graham Allison (también asesor de la Secretaría de Defensa de los EE.UU. desde Reagan hasta Obama) en su libro Destined for War (destinados a la guerra) se plantea si EE.UU. y China podrán “escapar” de la conocida trampa de Tucídides. La misma explica las casi inexorables consecuencias de un fenómeno tan viejo como la historia cuando una nación intenta desplazar a otra en la lucha por la hegemonía mundial. El fenómeno se he verificado 16 veces en la historia en los últimos 500 años.. Doce veces se terminó en guerra, dice Allison. Su libro no pretende predecir el futuro, sólo quiere prevenirlo.
Al leer ese libro a fines del 2017, la primera pregunta fue instintiva: ¿Hay lugar para una guerra convencional? La respuesta fue rápida: no. La consecuente e inevitable segunda pregunta fue: ¿será biológica?...
Aquí estamos hoy.
Cuando la cuestión sanitaria se vea superada y comiencen a multiplicarse las medidas para superar las consecuencias económicas globales del flagelo, ganará espacio el debate sobre las consecuencias de la causa.
Sobre las consecuencias del Covid-19 sobre la salud del planeta y/o sobre la economía mundial hemos escuchado y leído muchas e interesantes explicaciones.
Falta ahora ampliar el debate sobre la causa del flagelo, para luego opinar sobre las consecuencias de la misma.
Si la causa fue un accidente, la historia es una. Si no lo fue, las consecuencias de la causa abren tremendos interrogantes.
¿Podremos superar la trampa de Tucídides?
El mundo no será el mismo si se comprobara (¿se podrá?) la culpabilidad de una u otra nación. Podría reaparecer en su peor versión la guerra comercial EE.UU. vs China. Sin olvidar el tremendo déficit comercial de los estadounidenses y la encrucijada en que se verían muchos países de peso en el mundo a la hora de tomar partido por una parte o por la otra.
Comprenderemos entonces que estábamos, nomás, viviendo años “bisagra”. Ya el mundo no será el mismo y comprenderemos que comienza otra historia.
Seguramente, con desafíos más complejos que los imaginados.
Por Enrique Erize
Nóvitas S.A.