Desde la salida del cepo cambiario, Cambiemos ha tenido las siguientes políticas cambiarias: 1) comenzaron con un flotación limpia, aunque en realidad no era tan limpia porque el BCRA influía indirectamente sobre el tipo de cambio con las LEBACs hasta que no pudo contenerlo más, 2) con la corrida de abril 2018 se llegó a un acuerdo con el FMI por el cual se estableció una ancha banda dentro la cual el tipo de cambio flotaba libremente, con un piso y un techo que iban a aumentar, inicialmente, el 3% mensual. Luego lo bajaron al 2% mensual y luego al 1,75% mensual, 3) posteriormente decidieron congelar el techo de la banda cambiaria hasta fin de año y quitar el piso hasta junio y 4) finalmente optaron por intervenir en cualquier momento en el mercado de cambios.
Todos estos cambios de política económica en menos de 4 años de mandato muestran la ausencia de un plan económico consistente detrás. La política cambiaria tiene que adoptarse a alguna regla monetaria estable en el tiempo, algo que no existe hoy. Pero es más preocupante lo vertiginoso de las modificaciones en la política cambiaria. Desde mediados del año pasado hasta ahora se produjo la mayor cantidad de modificaciones en la regla cambiaria, lo cual refleja cierto desconcierto a la hora de lograr confianza en el peso.
Esa desconfianza en el peso queda también en evidencia en la disparatada tasa de interés que el BCRA paga por las LELIQs. Recordemos que las LELIQs empezaron con tasa del 67% anual, subieron hasta el 73,5% y luego la empezaron a bajar hasta que saltó el mercado de cambios y tuvieron que subirla nuevamente. Hoy ya está en niveles máximos históricos del 74%. La pregunta es: ¿acaso no genera más desconfianza en los agentes económicos estos continuos aumentos en la tasa de interés marcando que ya no hay tasa que sea suficientemente alta como para que el inversor se quede en pesos?
De lo anterior se desprende, a mi juicio, que una vez más queda demostrado que Argentina no está en condiciones de tener moneda por la sencilla razón que hoy no emite moneda el que quiere, sino el que puede. En efecto, desde que en 1971 Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar a oro, todo el sistema monetario internacional se transformó en moneda fiduciaria. La gente cree o no cree en esos papeles que andan circulando por el mundo que supuestamente sirven como medio de intercambio y reserva de valor. Puesto en otras palabras, Argentina no tiene moneda en el estricto sentido del término dado que el peso no sirve como reserva de valor.
¿Cuál es el respaldo que hoy día tienen las monedas que circulan por el mundo? La confianza que la gente tenga en la calidad de su dirigencia política y sus instituciones. La seriedad de las mismas es lo que genera confianza en que un pedazo de papel impreso que los gobiernos llaman moneda sea aceptado como tal por los agentes económicos.
Si el respaldo de la moneda es la calidad y seriedad de la dirigencia política y de las instituciones de un país, no hace falta entrar en demasiados detalles para darse cuenta que Argentina no puede tener moneda. Puede emitir unos papeles que denomina moneda, pero la gente no los acepta como tales.
Dado que sin una moneda se dificultan las transacciones económicas y se hace imposible el cálculo económico, hace rato que los Argentinos elegimos el dólar como moneda. Pero esa elección es de facto y no de jure, con lo cual, cae de maduro que la dolarización de la economía debería ser aceptada en algún momento por la dirigencia política. En rigor, más que dolarización, mi punto de vista es que habría que establecer libre competencia de monedas para que la gente realice contratos en la moneda que le plazca, aunque lo más probable es que termine eligiendo el dólar como instrumento de intercambio y reserva de valor por sobre el resto de la monedas. Tal vez la gente operaría con dólares o euros, pero es seguro que, sin curso forzoso, el peso dejaría de existir porque es una mercadería que nadie quiere tener por su pésima calidad.
Es cierto que la dolarización de la economía no resuelve todos los problemas de la economía. Aunque si se dolarizara, igual habría que cambiar la legislación laboral, bajar el gasto público, reformar el sistema tributario, tener equilibrio fiscal e integrarse económicamente al mundo. Y aquí surge el debate. Si se van a llevar a cabo las reformas estructurales mencionadas, aparecerían las condiciones institucionales necesarias para respaldar el peso y tener una moneda propia, por lo tanto, si se van a hacer todas esas reformas no hace falta la dolarización.
Digamos que en el debate sobre dolarización están los que se oponen porque dicen que no es necesario llevarla a cabo si se hacen las reformas estructurales, y los que dicen que hay que dolarizar a pesar que se hagan las reformas estructurales, y si no se hacen las reformas, al menos tenemos una moneda para no retroceder a la era del trueque. En rigor yo estoy diciendo dolarizar la economía, pero el concepto básico es tener competencia de monedas. Bajo este esquema de competencia de monedas, y siempre teniendo en claro que es establecer solo orden monetario que no resuelve por sí solo los problemas estructurales, ¿tiene que quedar el Banco Central?
En principio, considerando que la moneda es una mercadería más y no un símbolo patrio, el BCRA sería una empresa estatal que produce una mercadería llamada moneda con el nombre peso y estaría en competencia con el resto de las monedas. Si produce una moneda de mala calidad y esa moneda no tiene curso forzoso, el BCRA estaría produciendo una mercadería que nadie querría usar. El contra argumento es que si el mercado necesita un cierta mercadería, en este caso moneda, no tiene porqué proveerlo el estado. De la misma forma que si el estado tiene que pavimentar las calles, no tiene porqué poner una fábrica de pavimento, que la economía necesite una moneda no significa que el estado deba producirla. Basta con leer historia de la moneda, en particular el libro de Jack Weatherford, La Historia del Dinero, para darse cuenta que la moneda no es un invento de los gobiernos sino que es un descubrimiento del mercado. La gente descubrió que usando ciertas mercaderías podía hacer intercambio indirecto en vez del complejo trueque.
Desde que fue creado el BCRA en 1935 y hasta 2018 la inflación promedio anual fue del 62,08% anual, elevado a las 83 que son los años de vida del BCRA da una inflación acumulada IPC del 25.671.070.716.075.600.000%, entiendo que se lee 25,7 trillones por ciento. Con este antecedente es impensable creer que el Banco Central puede producir una moneda de buena calidad.
Podría pensarse en una caja de conversión a oro como existió en entre 1891 y 1914, cuando se cerró la Caja de Conversión por la fuga de capitales dada la Gran Guerra y luego se reabrió en 1927 y se cerró en 1929 por la crisis del 30. En los dos casos el cierre de la caja de conversión respondió a hechos externos y no internos y, por cierto, el gran despegue económico argentino de fines del siglo XIX y principios el siglo XX se produjo con convertibilidad a oro. Pero es claro que era otra la calidad de la dirigencia política argentina y el populismo todavía no nos había invadido.
En definitiva, con semejante historia inflacionaria, sabemos que el estado argentino no solo no puede prestar un servicio decente de telefonía (recordar ENTEL), tampoco puede proveer una moneda con esta calidad institucional y esta dirigencia política.
Lo recomendable es ir a un sistema de competencia de monedas que, intuyo, llevaría a una dolarización de hecho, pero no por decisión de los gobernantes, sino que el argentino hace rato que ya dio por muerto el peso y optó por el dólar como su verdadera moneda. Solo falta reconocer de jure lo que la gente ya estableció de facto: la muerte del peso y del BCRA.
Fuente: Economía para Todos