De acuerdo a los datos que periódicamente informa la Secretaría de Trabajo, entre noviembre de 2015, último mes completo de gobierno kirchnerista, y octubre de 2018, última información disponible, el empleo en blanco en relación de dependencia en el sector privado cayó el 1,3%, en tanto que el empleo público aumentó el 1,9%. Cabe aclarar que cuando hablamos de empleo público estamos incluyendo los tres niveles de gobierno: nación, provincias y municipios, de manera que no necesariamente el estado nacional es el que aumentó el empleo público, pudieron ser las provincias o los municipios. Lamentablemente, la información desagregada de empleo público que publica la Secretaría de Trabajo no es mensual, de manera que no podemos saber con exactitud, hasta el próximo informe de empleo público, qué niveles de gobierno aumentaron el empleo. Lo que sí podemos afirmar es que, como primera observación, el sector público en su conjunto nunca se ajustó, en tanto que el sector privado sufre el impacto del no ajuste del sector público.
Antes de continuar, es importante resaltar que durante la era kirchnerista se hizo el gran destrozo económico, incluyendo una explosión del empleo público. De acuerdo a las estimaciones que en su momento hicimos un grupo de 8 economistas, el empleo público durante la era k aumentó el 77%, pasando de 2.386.400 empleados estatales en 2003 a 4.232.030 en 2015. En los tres niveles de gobierno el empleo estatal aumentó en 1.845.630 empleados.
Desagregado por niveles de gobierno, el empleo estatal evolucionó de la siguiente manera: a) nación pasó de 241.400 empleados en 2003 a 389.830 empleados en 2015 con un incremento del 61%, b) las provincias tenían 1.766.600 empleados en 2003 y treparon a 3.045.900 empleados en 2015 con una suba del 72% y c) los municipios pasaron de 379.000 empleados en 2003 a 796.300 en 2015, con un incremento del 110%. Si tomamos por porcentajes, claramente fueron los municipios los que más empleo inventaron, pero en términos absolutos el número más grueso está en el empleo ficticio de las provincias.
Si miramos los 17 puntos del gasto público consolidado que creció entre 2002 y 2015, 5,5 puntos porcentuales se explican por incremento en los gastos de salarios estatales, siendo el más fuerte en las provincias con 3,8 puntos del PBI adicionales de gastos en salarios del empleo público, los subsidios a las familias subieron 3,9 puntos del PBI entre 2002 y 2015 (puro asistencialismo), 4,3 puntos corresponden a los subsidios económicos y 3,4 puntos a las jubilaciones y pensiones. En esos cuatro rubros está el corazón del problema económico heredado del gasto público consolidado.
Cambiemos solo corrigió en gran medida el rubro gastos en subsidios económicos pero no tocó los otros y, encima, lo que se ahorró en la baja del gasto en subsidios por el aumento de las tarifas de los servicios públicos, algo que correspondía hacer, lo aumentó en los intereses de la deuda pública que hay que pagar por el mayor stock de deuda para financiar el gradualismo. Mi estimación es que los intereses de la deuda pública representan unos 5,5 puntos del PBI, de manera que para poder frenar el aumento del endeudamiento, el gobierno debería generar un superávit fiscal primario de 5,5 puntos del PBI, caso contrario habrá que tomar más deuda para pagar los intereses, armándose una bola de nieve imparable. Dicho de otra manera, el gradualismo fue tan gradual, casi inmovilismo, que ya no alcanza con tener cero déficit fiscal primario, ahora hay que generar superávit fiscal primario para no empeorar las cosas, en particular con el riesgo país superando los 800 puntos básicos.
Viendo el problema económico que tenemos y la larga decadencia económica, dudo que en este electoral 2019 se vaya a hablar en la campaña del problema de fondo que nos tiene sumergidos. Sabemos que hay sin corregir el problema fiscal por el lado del gasto no hay solución posible. Una crisis detrás de otra se irá produciendo como ocurre desde hace décadas, cuando se acaba el financiamiento del gasto público.
Ahora bien, si uno observa los cuatro rubros del gasto que se incrementaron entre 2002 y 2015, es bastante claro que, además de bajar el gasto en subsidios económicos, hay que reducirlos en subsidios “sociales” e incluso en las jubilaciones en la parte de los 3,5 millones que se jubilaron sin haber aportado gracias al populismo del kirchnerismo.
Pero claro, plantear que hay que rever los planes sociales, el empleo público en los tres niveles y en el sistema previsional, sistema de reparto que es absolutamente inviable, es ser un hereje. Nadie quiere hablar de eso porque electoralmente el populismo parece ser más vendibles que la racionalidad económica.
Y aquí viene el punto central al que quiero llegar. El problema económico argentino es el emergente de los valores que imperan en la sociedad. Esos valores le dan forma a las instituciones que nos rigen, entendiendo por instituciones las normas, leyes, códigos, costumbres que regulan las relaciones entre cada uno de los miembros del sector privado y del sector privado con el estado. La sola composición del gasto público, donde más del 65% se destina a los llamados programas sociales, demuestra que es una sociedad basada en la cultura de la dádiva en vez de la cultura del trabajo. Vivir del trabajo ajeno es la regla que parece imperar mayormente en la Argentina. Esa regla obliga a tener un estado que debe cumplir la función de estado saqueador confiscando con impuestos, prohibiendo, regulando y haciendo todo lo posible por apropiarse del fruto del trabajo ajeno para repartirlo en los programas “sociales”. Una sociedad en la que impera el saqueo del estado en nombre de la solidaridad social es una sociedad condenada a destruir riqueza e inhibir la capacidad de innovación de las personas.
De lo anterior se desprende que nuestro problema económico es un problema que emerge de los valores que imperan en la sociedad y que la dirigencia política, en su inmensa mayoría, se niega a debatir porque no es electoralmente rentable. Al menos por ahora.
De manera que en este año electoral, seguramente vamos a ver otra competencia populista para ver quien ofrece ser el más saqueador del trabajo ajeno para repartir entre los más vulnerables. Son tan perversos los valores que imperan en la sociedad, que la mayoría de la dirigencia política está mandando el mensaje que un sector es pobre porque otro es rico. Este mensaje genera enfrentamiento social en vez de cooperación voluntaria para crear riqueza. Es una sociedad que vive en el resentimiento. Con esos valores es imposible cambiar las instituciones (normas, leyes, códigos, costumbres) y por lo tanto no hay la más mínima posibilidad de generar inversiones.
Si la lluvia de inversiones no se produjo en estos tres años, fue, justamente, porque nadie invierte en un país donde confiscar el trabajo ajeno es parte de las políticas públicas. Y eso no se debatió en estos tres años. El cambio empezaba por transmitir otros valores. Lamentablemente eso no ocurrió y vimos a Carolina Stanley decir que los planes sociales son un derecho de los que lo reciben. Es decir, sin aclarar quién tiene la obligación de mantener a otro, se le ocurrió crear un derecho inexistente. Echó más leña al fuego de la cultura de la dádiva.
Lo mío puede ser catalogado de utópico. Ganar una elección hablando de la cultura del trabajo. A ese argumento contesto: es absolutamente utópico pensar que vamos a poder volver a crecer si no empezamos a cambiar los valores que imperan desde hace décadas en la sociedad argentina, valores que son los que, en definitiva, llevan a nuestra decadencia económica.
La recuperación de la economía argentina se va a dar cuando empecemos a darnos cuenta que no es debatiendo cuántos puntos del PBI fue el déficit fiscal, sino los valores que llevaron a tener ese déficit.
Fuente: Economía para Todos