El gobierno le encontró la vuelta al tema de las retenciones. Con una imaginativa cabriola, le birlará a los productores de soja unos 800 millones de dólares de la próxima campaña, sin afectar el cronograma de reducción de las retenciones al poroto, archi prometida a los chacareros por el propio presidente Mauricio Macri.
La gambeta corta consistió en mantener la caída de medio punto mensual de los derechos de exportación de la materia prima, el poroto de soja (hoy en 26%), pero mantener el de los productos derivados de su molturación (“crushing”): la harina de alto contenido proteico, y el aceite. Ambos pagaban 3% menos que la soja cruda, un diferencial arancelario que se adoptó hace muchos años como política “espejo” de las restricciones que imponían los importadores. Primero, la Unión Europea, el mayor importador mundial, que deja entrar la soja sin arancel pero castiga a los derivados de valor agregado, para favorecer la industrialización. Y ahora en particular China, que nunca importó harina y solo quiere poroto.
La cuestión es que mientras bajan los aranceles para el poroto, se mantienen los de la harina y el aceite. En seis meses, es decir, en febrero de 2019, ambos convergen en el 23%. Y desde allí bajarán juntos a razón de medio punto por mes, como ahora.
Pero la realidad es que la harina y el aceite, de haberse mantenido el cronograma actual, en febrero tendrían un arancel de 3 puntos menos. Es decir, no del 23 sino del 20. Y a partir de allí seguir bajando con el mismo ritmo que ahora.
El ardid, que sorprendió al sector con un decreto entre gallos y medianoche, tiene un resultado no muy difícil de calcular: la industria tiene una capacidad de molienda de más de 60 millones de toneladas. Es el volumen esperado en la próxima cosecha, que justo arranca en marzo. Si se procesara toda la producción, ese 3% significaría 2 millones de toneladas. A los precios actuales de harina y aceite, equivalen a 800 millones de dólares. Es lo que resigna la cadena en su conjunto.
Obviamente, la exacción recaerá sobre todos los eslabones, pero en particular sobre los productores. La industria inexorablemente trasladará su menor poder de compra al precio de la materia prima. Es lo que se notó de inmediato: esta semana la soja subió 15 dólares en Chicago, y aquí quedó prácticamente sin cambios. Extraño que desde sectores encumbrados del agro se alentara y se aplaudiera la medida. Otros, temerosos, decían que esto es como escupir para arriba.
Es una cuestión muy seria. El cluster sojero creció sin cesar, a pesar del pie en la puerta giratoria del gobierno kirchnerista, para constituirse en el más competitivo, genuinamente, del planeta. Nadie en el mundo tiene semejante posicionamiento geográfico, ni escala, ni tecnología. No se llega así nomás a exportar por 25.000 millones de dólares, cuadruplicando el valor de la siguiente exportación industrial. En un momento dominado por una crisis de naturaleza esencialmente cambiaria, alterar las reglas en este sector es como mínimo temerario.
Más allá de lo que va a significar para los productores, las consecuencias más serias son deletéreas. Los más favorecidos son los chinos, que son grandes compradores de poroto y no quieren comprar ni aceite (lo hacen con cuentagotas porque no tienen más remedio) ni harina (donde directamente están cerrados). La decisión argentina les sirvió la mesa: se llevarán la soja más barata, mientras esperan dirimir su conflicto comercial con los Estados Unidos. Son los mayores importadores del mundo, con una necesidad que duplica la cosecha argentina. Pero con ella no contaban porque aquí se procesaba todo. Ahora la tendrán más a mano.
Pero bueno, en la Argentina, ya sabemos, llegamos a aplaudir un default.