El cultivo de algodón está concluyendo una campaña en la que volvió a sacar pecho entre sus pares. Y va por más. Esa convicción renovada tiene cimientos sólidos en la motivación de productores y empresas proveedoras de tecnología, pero también una decisión estratégica del Gobierno Nacional y los provinciales, que está permitiendo que este cultivo, emblemático del NEA, resurja fortalecido.
En 2017/18 (que tuvo una intención inicial de 450.000 hectáreas frustradas por la falta de humedad) se sembraron 318.000 hectáreas (aunque se perdieron casi 11.000) lo que arroja una estimación de producción de 580.000 toneladas a partir de rendimiento nacional promedio de 24,6 quintales por hectárea.
Para avizorar el potencial desde los números hay que mirar que ya en 2014 se llegaron a sembrar 595.480 hectáreas. Sin embargo, años más tarde cayó hasta menos de 300.000.
“La campaña 2017/18 está cerrando con excelentes rendimientos, muy superiores a los de los últimos años”, se entusiasmó Jaime Parra, quien junto a su hermano Roberto y sus hijos llevan adelante una empresa con base en Presidencia Roque Sáenz Peña y en Resistencia, Chaco. Y agregó: “Si bien la campaña empezó con falta de lluvias que complicaron la siembra luego el clima acompañó y los lotes lograron excelente desempeño”.
Cada año los Parra (un apellido que ya lleva cuatro generaciones vinculado a la agricultura y las maquinarias en el norte argentino) siembran 2.500 hectáreas de algodón –31% del área agrícola de la empresa-, aunque este año sólo pudieron sembrar 1.800 por la seca. Pero para el próximo ciclo, si todo marcha bien, aspiran a implantar 3.000.
La principal provincia productora es Santiago del Estero con 131.500 hectáreas sembradas. Le siguen Chaco con 95.000 (que durante años fue la provincia más algodonera con casi 300.000 ha.) y Santa Fe (53.000 ha).
Otro conocedor de la región es Mariano González, un apasionado por su terruño que brega por el crecimiento regional. “El norte está hecho para el algodón y el girasol, con algo de sorgo y maíz para rotar”, sentenció el asesor y productor que está muy entusiasmado con la resurrección del “oro blanco” y apuesta fichas al trabajo conjunto de la cadena: “Si todos -INTA y semilleros para el desarrollo genético y productores para reconocer la propiedad intelectual- estamos en la misma, se puede duplicar la superficie de algodón del NEA”.
“El negocio del algodón está supeditado al valor de la fibra en el mercado global que se ha mantenido estable y creciente, al igual que la demanda de algodón que ha seguido el crecimiento poblacional”, resumió el presidente de Gensus S.A. (ex Genética Mandiyú), Pablo Vaquero, el único semillero que vende semilla certificada del país y que trabaja codo a codo con el INTA para el desarrollo de variedades con germoplasma adaptado y biotecnología incorporada.
Para gestar esta resurrección del algodón desde la sustentabilidad productores referentes como Parra, Kathe (compra y vende fibra de algodón), Vicentín y Liag, entre otros, conformaron el Grupo por la Tecnología del Algodón (GTA). La idea es formalizar su compromiso en el uso de semilla certificada para que ingresen nuevas tecnologías al país. El objetivo es apuntar a que al menos 75% de la superficie de algodón argentina esté regularizada.
Con todo, tanto González como Parra y Vaquero auguran un crecimiento del 30% en el área sembrada con algodón para la campaña 2018/19. “Sabemos del enorme potencial retenido que tenemos porque estamos usando variedades que en otros países han dejado de usar hace una década”, se lamentó y entusiasmó a la vez Parra. Y agregó: “Si tuviéramos una renovación genética podrían mejorar los rendimientos tanto en el campo como al desmote, que hoy en Argentina es de 33% mientras que en Estados Unidos o Brasil superan el 40%”.
Un dato fundamental para leer cómo está cambiando el negocio y el potencial del algodón es que de 2017 a 2018 la formalidad del negocio de semillas pasó de 12% a 60%. “Esto se logró a partir de un trabajo con productores y deslintadoras y abre el camino para que las empresas que tienen que habilitar nuevas tecnologías se animen a hacerlo”, explicó Vaquero.
En algodón, el rol de las deslintadoras es clave. Lo que hacen es procesar la semilla de algodón que guarda el productor para sacarle el linter, unos pelos que le quedan a la semilla después que se le saca la fibra. De lo contrario no se puede sembrar porque se traba la máquina.
Por resolución del Minagro los productores que hagan uso propio deben informar a los obtentores cuando muevan esas semillas para deslintar. La clave estuvo en mejorar los controles por parte del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agrolimentaria (Senasa).
En Argentina hay 4 deslintadoras, 3 en Chaco y 1 en Santiago del Estero. “A raíz de esto, el productor empezó a tener un uso propio más visible con lo que se denomina Opción de Renovación de Licencia (ORL), que es parte de un acuerdo que se firmó con toda la cadena algodonera en 2008 que fue el año en el que se lanzó la tecnología BGRR, la última biotecnología que desembarcó en Argentina”, explicó Vaquero.
Actualmente, preocupa al Senasa y al Instituto Nacional de Semillas (Inase) las variedades que ingresan de manera ilegal al país con tecnologías no aprobadas para el uso local. “Argentina todavía está dos generaciones atrasada respecto de Brasil”, apuntó Vaquero.
Quien tiene que autorizar primero el uso de sus tecnologías es Monsanto, que por estos días está abocada a reorganizarse tras el cierre de su venta a Bayer. Sin embargo, la liberación de estas tecnologías es fundamental y no requeriría de grandes decisiones pues ya están aprobadas para otros países limítrofes.
“¡Si con lo que tenemos nos va bien, imaginate si tuviésemos lo último!”, disparó Parra. Y explicó: “Los productores estamos dispuestos a pagar pero nos gustaría tener lo mejor de lo que existe, aunque cualquier biotecnología que venga va a ser una evolución”.
Para González, el crecimiento de la producción debe ser “paulatino, hay que ir evangelizando –como le gusta decir- respecto de los beneficios y el ganar-ganar que significa el reconocimiento de la propiedad intelectual, porque “si no vamos de a poco no van a dar abasto las cosechadoras, ni las desmotadoras ni las hilanderías”.
Como asesor, González ha recogido la voluntad de productores grandes de 20.000 hectáreas, medianos y chicos de 8 hectáreas. “Todos están de acuerdo en que si hay beneficios no habrá problemas en asumir los costos”, resumió. Otra cosa. Para González hay que apuntar a hacer algodón de calidad y la exportación.
“Hoy prácticamente todo lo que se produce va al mercado interno y muy poco se exporta, pero creemos que si se llega a las 500.000 hectáreas sembradas se podría apuntar al mercado exportador de manera más firme”, opinó Vaquero.
Cuando avizora el futuro, González se entusiasma: “La cadena del algodón es interminable, tan importante es que hasta el dólar tiene microfibra de algodón, por eso creo que tenemos que hacer más fuerte este cultivo tradicional para nosotros buscando estrategias sustentables, algo que vamos a lograr sólo si dialogamos todas las partes”.
Además de lo que ocurra en el lote, una de las claves para el desarrollo de la región es la infraestructura. “A pesar de las obras que se están haciendo con el Plan Belgrano todavía es más rentable usar camiones en vez del tren”, dijo González. El cree que los beneficios llegarán en 15-20 años.
Parra, en tanto, aportó como otro de los cambios importantes para el algodón el de la cosecha mecanizada en rollos georreferenciados que permiten hacer más eficiente la logística y la conservación de la calidad.
“Es otro de los factores que ha servido para que los grandes productores vuelvan a apostar al cultivo”, observó. Un dato: no sólo mejora la calidad de postcosecha, también permite abaratar fletes porque mientras que en carretón se pueden llevar 30 toneladas en 13 rollos en camión apenas se pueden llevar 10 ó 12.
Como cultivo socialmente emblemático para algunas provincias del norte argentino por tradición y por la mano de obra que genera, lo que ocurra con el algodón mueve la aguja en la región. Pueden sembrar soja, maíz o girasol, pero allí, los productores tienen corazón algodonero.
La última biotecnología introgresada en una variedad de algodón aprobada para usarse en Argentina fue hace diez años. Sabor a poco para un cultivo tan importante en el NEA y para uno de los tres cultivos en el mundo que combina eventos biotecnológicos de resistencia a insectos y a herbicidas.
Para 2018/19 el INTA licenció a Gensus la comercialización de tres nuevas variedades BG RR. Guazuncho 4 INTA BGRR, Porá 3 INTA BGRR y Guaraní INTA BGRR. Se estima una reducción en los costos de aproximadamente 15% y una reducción en el uso de glifosato de 40%.
Pero en lo que respecta a nuevas biotecnologías mientras que Argentina espera que Monsanto complete su proceso de aprobación regulatoria para lanzar la tecnología BGRR2 FLEX en Brasil ya están por lanzar la BGRR3. BGRR2 FLEX tiene una nueva proteína para el control de insectos lepidópteros pero también suma una ventana de aplicación más amplia de glifosato, que hasta ahora es en los primeros estadios del ciclo vegetativo.
En cuanto a la calidad, líneas experimentales del INTA con resistencia a orugas lepidópteras y glifosato apuntan también a lograr mayor porcentaje de fibra en relación a las variedades más sembradas en la actualidad. Desde Gensus trabajan para este año ofrecer semillas tratadas con microorganismos que en Estados Unidos han logrado 11% más de rendimiento frente a sequías.