El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional no fue el escudo que se había prometido. Ayer hubo un derrumbe del 9% en las acciones bursátiles e importantes inversores internacionales desmontaron sus posiciones en papeles argentinos. Los mercados interpretan que las vulnerabilidades argentinas demandan definiciones oficiales más contundentes.
El oficialismo, en cambio, supone que la tormenta ha sido superada. Solo haría falta reparar el daño que produjo. Se advirtió en la reunión de gabinete celebrada anteayer. Mauricio Macri y su equipo se enfocaron en un dilema político. ¿Cómo pactar con el PJ para cumplir con los compromisos con el Fondo sin perder identidad? Esta pregunta fue el motivo central de discusión. El clima del encuentro pareció ajeno a las dificultades que presentan los mercados. Comenzó con una despreocupada autocelebración de Guillermo Dietrich, quien sacó de su canasta de minucias un ramo de brotes verdes para alegrar al Presidente: desde mínimos avances en infraestructura hasta la decisión de una low cost de volar durante el paro general. Consciente de que su optimismo puede resultar empalagoso, Dietrich suplicó: "Cualquier cosa vos, Marcos, parame, ¿eh?". Un ministro hiperrealista bromeó con un colega: "Guillo es envidiable. Está dichoso de comprar el buzón que vende".
Marcos Peña no detuvo a Dietrich. Al contrario, fue el encargado de la arenga
principal para motivar al grupo. Como en los viejos tiempos. A pesar de lo que
esperan los inversores para reconsiderar su alejamiento del país, recomendó no
hablar de ajuste. Y pidió regresar al entusiasmo del origen. "No vamos a
renunciar a lo que somos: un cambio en la cultura del poder". Peña recomendó
salir de los temas económicos para discutir la política. Dio un ejemplo: el
debate del aborto. Sobrino de un clérigo legendario e hijo de una eximia
catequista, es natural que el jefe de Gabinete no se sienta intimidado por la
ira de la Iglesia, de la que se hablará hoy en Roma cuando el flamante arzobispo
de La Plata, Víctor Fernández, informe a Jorge Bergoglio sobre las tensiones con
el oficialismo.
El Presidente ilustró el sermón de Peña, su "Messi", con referencias que encontró, como de costumbre, en el fútbol: "Observen la diferencia con lo que había antes. El kirchnerismo enviaba a los barras al Mundial, organizados en Hinchadas Unidas. Nosotros identificamos a los vándalos y los traemos de vuelta". Incorregible, Macri: para él no hay mejor cambio que el orden.
El oficialismo se propone recrear las expectativas. Pero Macri no quiere reducirse a ser el titular de lo que en Italia se denomina un "gobierno técnico". Es decir, un experimento de emergencia que, para ordenar las cuentas, anula su nervio político. Su sueño es ambicioso. Porque, como demostraron ayer los activos argentinos, la emergencia continúa. El presidente de un poderoso banco internacional lo explicaba anoche de este modo: "La caída es pronunciada porque nadie quiere acciones ni bonos del país. Entonces, como no aparecen compradores, los precios siguen derrumbándose". Hacía tiempo que no lo hacían tanto en un solo día. El Merval registra, en lo que va del año, un deterioro de más del 40% en dólares.
El acuerdo con el Fondo obliga a una reducción presupuestaria de alrededor de
200.000 millones de pesos. Nicolás Dujovne ya abrió la discusión sobre qué
gastos se van a eliminar. No es una enumeración contable, sino política. Elegir
ahorros significa elegir conflictos. Externos y también internos. Ningún
ministro quiere desprenderse de recursos.
Para reducir el déficit fiscal hace falta, como siempre, revisar las subvenciones energéticas. El inconveniente es que, debido a la depreciación de la moneda y al aumento del precio del petróleo, esa reducción llevaría a un tarifazo intolerable. Si ese ahorro es imprescindible, y es imposible trasladar el costo a los usuarios, el Gobierno debe lograr que lo absorban las empresas. Hace falta, por lo tanto, una intervención moreniana sobre los mecanismos del mercado. Para eso, Juan José Aranguren fue reemplazado por Javier Iguacel en el Ministerio de Energía. El viernes pasado Iguacel fue sincero frente a los grandes actores del sector: "Si nosotros perdemos el año que viene, sus activos van a perder muchísimo valor. Si ganamos, se recuperarán. Ahora bien, para que nosotros ganemos, ustedes deben perder plata durante un año y medio". En los borradores de Iguacel aparece una propuesta: que haya un aumento del 20% en las tarifas hasta fin de año y que en 2019 se premie sin ajuste alguno a los que consumieron lo mismo o menos que en 2018. Es una pretensión audaz. Cuando el dólar costaba 25 pesos, Aranguren aspiraba a una suba del 45% hasta diciembre.
La "solución" Iguacel es una apuesta extrema al gradualismo que pone en suspenso todo el sistema de contratos, sobre todo los de producción de energía, que están dolarizados. Pero él aspira a que la reducción de los subsidios sea absorbida también por transportistas y distribuidores. Es un retroceso hacia anomalías intervencionistas que el Gobierno había prometido superar. ¿Se podrá hablar de atraer inversiones mientras tanto? Iguacel es optimista. Viajó a Washington con la aspiración de comprometer a Rick Perry, el secretario de Energía de Donald Trump, con el desembarco de empresas norteamericanas en Vaca Muerta. Pero Perry es un funcionario. Su capacidad para influir sobre las decisiones de inversión es irrelevante. Las cotizaciones energéticas fluctuaron ayer entre menos 8 y menos 13.
El ajuste -perdón, Peña- solo es posible si se atacan otros dos rubros presupuestarios. Jubilaciones y obra pública. Un recorte previsional, sobre todo en las pensiones fraudulentas, tendría un límite político, como se observó en diciembre. Macri, sin embargo, no lo tiene descartado. Lo entusiasma que le digan que sería ir a una guerra con Sergio Massa. "Es uno de los responsables del desastre", responde. Es un problema porque, hasta que se apruebe el presupuesto, Massa se le ha vuelto inevitable.
El énfasis del Presidente en atacar los desbalances de la Anses disimula una de sus obsesiones: no quiere renunciar al presupuesto de obra pública. Ingeniero al fin, él tiene allí depositada la expectativa de derrotar al peronismo. El principal abogado de esa estrategia es Rogelio Frigerio, ministro del área. Frigerio encontró dos aliados previsibles: Gerardo Martínez, de la Uocra, y Gustavo Weiss, de la Cámara Argentina de la Construcción. Martínez y Weiss habían preparado una protesta para anteayer. Frigerio explicó a Macri la urgencia de no abrir ese conflicto. Macri se dejó convencer con facilidad. Frigerio tranquilizó a las dos corporaciones anunciando que se mantendrán los gastos prometidos. Frigerio 1, Lagarde 0.
La tormenta económica desequilibró el balance de poder en el gabinete. El peligro fortaleció a los que aconsejan un gobierno menos conflictivo con el statu quo. En otras palabras: los que creen que Macri debe mejorar su vínculo con la oposición peronista, con el empresariado y con el sindicalismo. A la cabeza de esa corriente está el acuerdista Nicolás Caputo, exsocio del Presidente. Caputo adquirió durante la turbulencia un protagonismo que nunca había tenido. Tiene lógica. La vio venir, como nadie. Antes de que aparecieran nubarrones vendió su empresa al fondo PointState, de Darío Lizzano. Un crack. Ahora, instalado en su despacho de cónsul honorario de Singapur, Caputo es un puente hiperactivo entre el gabinete y los hombres de negocios. Tiene aliados en Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal. También Larreta y Vidal tuvieron una gravitación inédita durante la crisis. La defenestración de Federico Sturzenegger no se explicaría sin ese trío. Así llegó al Banco Central el otro Caputo, Luis "Toto", primo del álter ego presidencial. Así también llegó Iguacel y se fue Aranguren, para manejar un sector en el que Nicky tiene sus principales inversiones. Sería incorrecto decir que Iguacel es un ahijado del cónsul oriental. Pero es mucho más permeable a sus inquietudes de lo que fue Aranguren. Caputo, sin embargo, tuvo un límite. No logró que su amigo se desprendiera del trío "son-yo": Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Ni siquiera que redujera la cantidad de ministerios. Para el Presidente se trata de una pretensión superficial. Tal vez sea cierto. Pero los mercados son fetichistas: suelen fijarse en señales superficiales para interpretar hacia dónde caminan los gobiernos. "Macri hizo más de lo que se esperaba: echó, muy a su pesar, a Sturzenegger y a Aranguren", explica un miembro de su equipo. También sacó a Francisco Cabrera, quien fue sustituido por uno de sus asesores: Dante Sica. La misión inmediata del nuevo ministro de Producción, y del canciller Jorge Faurie, es influir para que las negociaciones entre Brasil y Alemania por el acuerdo de libre comercio Mercosur-Unión Europea no fracasen. Las tratativas están por sucumbir, con una curiosidad: los pedidos de protección provienen de compañías alemanas radicadas en Brasil.
Demorado el ingreso a la OCDE, la frustración del tratado con Europa despojaría al Gobierno de otro argumento para identificarse, en el orden económico, con "el cambio". Más que nunca Macri deberá replegarse hacia lo simbólico, hacia la política. Es el reino del rupturista Peña, frente a quien Caputo, otra vez, quizá deba resignarse.